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Foto del escritorIsrael Lira

Filosofía de la Maldad



¿Qué es el mal? ¿Cuál es su origen? ¿Se circunscribe a la realidad existencial humana únicamente? ¿Es algo inherente a la condición humana o contingente de acuerdo con los factores que inciden en el comportamiento? En la historia del pensamiento humano se ha intentado dar respuesta a estas interrogantes desde los mismos inicios de la filosofía, como ejemplo concreto de ello tenemos a la Ética socrática, en donde había una identidad entre maldad e ignorancia. Es decir, la fenomenología maligna se circunscribía al hecho gnoseológico del desconocimiento del bien. Si se es malo, se practica la maldad, o se ejecutan maldades, es por causa de una condición de ausencia de lo que no se practica, de lo que no se ejecuta, es decir, lo bueno.


El ternario ético socrático estaba constituido por categorías entrelazadas entre sí, en ello, la virtud (arete), la libertad (enkrateia) y la felicidad (eudaimonia). En donde la virtud es el conocimiento, la libertad el autodominio de las pasiones, y la felicidad el perfeccionamiento de la virtud. En todo este esquema, el mal se identifica con el vicio, y este último –en el pensamiento socrático– no es otra cosa que la ausencia de virtud.


Avanzando en el tiempo tenemos otras disquisiciones sobre el mal, como p.e la de Arthur Schopenhauer, que identificaba su esencia principiológica en el hombre per se, en ello, que el mal siempre ha de tener como punto de partida al ser humano. Por otro lado, Schelling nos trae la visión dicotómica, en donde el bien y el mal conviven en el hombre: «En el hombre está el abismo más profundo y, a la vez, el cielo más alto» (1811). Lo que recuerda también a la visión de G.K. Chesterton: «¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios» (1925).


Por su parte, Nietzsche deja de circunscribir el mal a lo humano, y lo extiende a todas las especies, en su visión la naturaleza es indiferente a nuestras normas morales.


En otros planteamientos tenemos a los de Hobbes y John Milton que efectúan una identidad entre la libertad y la maldad, es decir que, el origen del mal estaría, precisamente, en la libertad humana, como consecuencia de su ejercicio, desde el momento en que el hombre tiene la libertad de elegir, que deviene en el sufrimiento característico de las decisiones humanas, causando ese estado de guerra de todos contra todos.


A todo ello es interesante la doctrina del mal radical de Kant, detallada en su obra La Religión dentro de los limites de la mera razón. Su tesis parte de la coexistencia en el hombre de una disposición innata (Anlage) al bien y de una propensión (Hang) al mal. De acuerdo con ello, si la propensión al mal es inherente a la condición humana: ¿el mal entonces debe considerarse como algo propio del ser humano y esperado en su comportamiento? Kant al respecto señala lo siguiente:


«El mal en el mundo puede considerarse como el incompleto desarrollo del germen para el bien. El mal no posee un germen específico, porque es mera negación y solamente consiste en la limitación del bien. (...) El bien, en cambio, posee un germen, porque él es independiente» (Kant, 1817:1078).

En resumidas cuentas Kant nos dice que el mal no puede ser lo inevitable, es decir, no se configura como principio positivo autónomo contrapuesto al bien, en el sentido que frente a este tendría igual valor de correspondencia. Por el contrario, Kant parte de la supremacía moral del bien como único principio fundamental de la esencia moral humana, y entiende al mal como la transposición de razones, es decir que, el mal moral humano, «...no es la directa consecuencia de la composición física del ser humano, sino que es causada por el mismo ejercicio del libre albedrío y deriva de la inversión (Verkertheit) de los móviles, pues es una forma de perversión quien, volcando el orden moral, determinaría la subordinación de los móviles inteligibles a los sensibles» (Sirchia, 2005, 323).


De acuerdo con el planteamiento kantiano, se podría decir que el mal no puede tener otro origen que la ausencia del bien y que como tal el mal es necesario en potencia, pero contingente en acto. Al respecto:


«El mal para Kant se configura como elemento originario constitutivo de la naturaleza humana en cuanto posibilidad, de modo que siempre…debe suponerse la posibilidad para el ser humano, en virtud del ejercicio de su libre albedrío» (Sirchia, 2005, 325).

En ese sentido tenemos que:


«(…) ¿El mal es, pues, inevitable? Entonces, ¿tal vez Dios quiere el mal? De eso nada. Dios quiere, al contrario, la eliminación del mal, a través del omnipotente desarrollo del germen de la perfección. Quiere la eliminación del mal a través del progreso hacia el bien. El mal tampoco es un medio para el bien, sino que surge como una consecuencia colateral (Nebenfolge), debiendo el hombre luchar con sus propios límites, con sus instintos animales» (Kant, 1817: 1079).

En función a todo lo visto podemos ensayar algunas respuestas rápidas a los cuestionamientos iniciales, en que el mal, al menos por nuestro lado, podemos identificarlo tanto en su conceptualización como origen, en la ausencia de empatía, esta será nuestra definición de lo que es el mal, así como la justificación de su origen, y que por ende responde a la segunda pregunta, que lo que conocemos como mal, solo puede identificarse en la realidad existencial humana. ¿Que entendemos por empatía? La capacidad del ser humano de comprender al otro y de posicionarse en una misma esfera de sufrimiento ajena a este. La pérdida de empatía en diversos grados es la génesis de todos los comportamientos identificados como malignos. De igual forma podríamos definir al bien como el predominio de la empatía en el comportamiento humano. Finalmente, partiendo de la doctrina del mal radical kantiano, diremos que el mal es en efecto, contingente (una excepción a la regla), por contraste directo con la realidad fenoménica, mientras que el bien es la regla general, ya que una sociedad generalmente incentiva los comportamientos buenos en detrimento de los malos. Interesante seria contrastar el innatismo kantiano sobre el bien con la visión contemporánea de la neurociencia cognitiva, lo cual dejaremos para otra oportunidad. Sin embargo, adelantaremos que, al parecer, tanto el bien (eros) como el mal (tánatos), son potencialidades intrínsecas al ser humano, pero el diseño del cerebro tiende más a los comportamientos pro sociales, ergo, al respeto y la concordia. Asimismo, sin perjuicio de la existencia de ciertos factores genéticos y circunstancias biológicas, al final los genes no determinan nuestro comportamiento, ya que, a la fecha, no se ha encontrado un nexo entre determinadas conductas y la información genética hereditaria. Por lo que el desarrollo en un ambiente determinado puede desencadenar una predisposición genética, pero ello no implica pre programación (Moreno Muñoz, 1995). Lo que determina que, el entorno y el influjo del ambiente tienen mayor relevancia a la hora de analizar comportamientos y conductas humanas.


Por lo que, tanto el bien como el mal (salvo los casos de patológias psíquicas en torno a las conductas criminales) se expresan como cuestiones relativas a la volición humana. Uno elige.

Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 204 del 13.02.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.


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