«Todos los conceptos más pregnantes de la moderna doctrina del Estado son conceptos teológicos secularizados» (Schmitt, 1922).
Habidas cuentas, todo sistema político tiene como referencia una teología inherente, manifiesta o soterrada, diáfana o subrepticia, pero la tiene. Y si el sustento teológico del monarquismo, del periodo pre revolucionario, es decir, anterior a 1789, fue el teísmo, en el caso del constitucionalismo del Siglo XVIII lo fue el deísmo, que luego se torno en ateísmo. Estas consideraciones que el jurista alemán Carl Schmitt luego identificaría como teología política, no fueron para nada ajenas a uno de los pensadores católicos más importantes de inicios del Siglo XX, en referencia al escritor y periodista británico Gilbert Keith Chesterton (1874-1936).
En Chesterton se conjuga la preocupación por una modernidad que se muestra amenazadora con toda ética y axiología (o al menos con las que no están alineadas con la visión de progreso), y en constante confrontación con la necesidad de trascendencia que el ser humano, por más que niegue, no puede obviar que es inherente a su condición. Así las disquisiciones políticas chestertonianas, comenzaran primero pues, con una crítica de la teoría moderna del progreso secular, que fluye de la lectura de sus tres obras principales: Herejes (1905), Ortodoxia (1908) y Lo que está mal en el mundo (1910).
1. Crítica a la teoría moderna del progreso (secular).
La idea de progreso moderna, para Chesterton, se encuentra apoyada sobre las bases de dos corrientes de pensamiento, el evolucionismo y el historicismo.
Para Chesterton el evolucionismo se configura como un racionalismo desarraigado en tanto aleja de las preguntas neurálgicas humanas los cuestionamientos morales y religiosos que le son propios y de infranqueable consideración a la hora de aproximarse a la construcción de mejores alternativas de organización social y política, en tanto partiría de un razonamiento equívoco, de que todo lo que evoluciona necesariamente tiende al bien, y de que todo lo bueno necesariamente tiende a la evolución. Particularmente hará una crítica al darwinismo social, que calificará de sesgo aristocratizante base del surgimiento de todas las ideas que dieron origen a los dramas sociales de entreguerras, limpiezas étnicas y persecuciones políticas.
Pero esto tampoco hace que Chesterton se decante por la idea de la igualdad natural del genero humano en contraposición a la idea de la desigualdad natural. Al respecto dirá: «Lo cierto es que no poseemos ninguna expresión concreta de la naturaleza acerca de la superioridad del débil ni del fuerte; no tenemos manera de afirmar con exactitud si el hombre debe ser como el gato o el ratón, dado que la animalidad es un reino anárquico y amoral» (Chesterton, 1908:188).
En lo que atañe al historicismo, su crítica ira orientada a la lógica de la identidad entre superioridad y mero transcurso del tiempo como narrativa del progresismo que presume por ello la disrupción entre moralidad humana y devenir histórico, lo que sirve, a su vez, de base, a la idea de que las víctimas de ese devenir histórico, pueden bien ser una necesidad histórica. En ese sentido: «…esta es la gran herejía moderna, la de alterar el alma humana para que se adapte a sus condiciones en vez de alterar las condiciones para que se adapten al alma humana» (Chesterton, 1910:109)
2. Bases de una teoría cristiana del progreso: una ortodoxia revolucionaria.
Por oposición a la idea de progreso moderna, Chesterton afirma que es necesario un punto de referencia fijo que brinde a su vez una dirección –al contrario de la irreferencialidad o la plétora de referencias y la desorientación que ello produce– de la modernidad, y el impacto que esta idea genera en lo político, lo económico, lo social y lo moral. Respecto de lo político, una política utilitarista de medios desprovista de ideales y que solo tiene como único objetivo la eficiencia; en lo económico caracterizado por la perversidad de la explotación en su forma de capitalismo salvaje; en lo social por el racismo y el darwinismo ideológico; y en lo moral, por la progresiva invisibilización de toda ética, o simple y llanamente en sus formas más extremas, por la completa amoralidad.
Para Chesterton la idea de progreso moderna perdió su carácter progresista cuando se despojo de su sentido utópico, y paso a ser solo un realismo mecánico vacuo guiado únicamente por las leyes de la historia y la economía. En ese sentido, lo que él plantea es regresar a un punto referencial de origen utópico que sirva de inspiración firme a la humanidad, que a la vez sea principio y fin, y que ese origen y destino utópico no puede ser otro que el brindado por la fe cristiana bajo la forma del Edén, como primerísima visión utópica, la creación de un paraíso terreno, por el Reinado Social de Cristo:
«Retornando al origen, el recuerdo regresa como una norma y un criterio, y no como un mero proceso (biológico o histórico) a partir del cual justificar un ingenuo sentimentalismo o una incesante brutalidad entre los hombres» (1908:205).
Siendo que para la construcción de un ideal de progreso que sea razonablemente compatible de forma armónica con la fe cristiana, Chesterton plantea una serie de triadas etológicas (una teológico-política, una social –conformada por la relación Dios, Iglesia, Hombre– y otra moral) que harían posible encaminar a la humanidad a ese ideal, y que por la brevedad de la presente solo nos remitiremos a dos de ellas (la teológico-política y la moral), conformadas por las ideas de fe política, reflexión y acción, y fe moral, esperanza y caridad, al respecto:
(a) Fe política: La necesidad de la fe como idea trascendente para la vida y para lograr su mejoramiento en este mundo (Bey, F.N, 2014:195), en tanto que para dar a la idea de progreso un valor positivo, es preciso una referencia, un credo definido y un cierto código moral que nos permitan hablar de una mejora respecto de algo con lo que se pueden establecer relaciones comparativas dentro de un marco general de comportamiento moral para el desarrollo sociopolítico.
(b) Reflexión: Una cierta dosis de insatisfacción con el estado de cosas como estímulo para llegar a alcanzar alguna satisfacción posterior (Bey, F.N, 2014:195). En el sentido de: «Necesitamos ser felices en esta tierra de maravillas sin encontrarnos simplemente cómodos siquiera una sola vez. Esta es la proeza de mi credo» (Chesterton, 1908:14).
(c) Acción: La necesidad de lograr un equilibrio entre satisfacción e insatisfacción que no llame a tolerar lo intolerable y lo doloroso con la sonrisa inmóvil del estoico o con el cinismo infructuoso y cruel del realismo pragmático (Bey, F.N, 2014:195). Chesterton no tiene reparos en justificar, a diferencia de posturas ultramontanas contra revolucionarias, la firme e imperativa necesidad de revoluciones sociales permanentes, a pequeña y gran escala. En pequeña escala respecto de instituciones y en gran escala respecto de vergonzantes y manifiestas injusticias sociales. En base a que la condición humana se caracteriza por el pecado, es decir, el error, y la misma falibilidad humana es la que mueve a una vigilancia perpetua, una revolución eterna. En esa línea:
«En contraposición a las corrientes que Chesterton crítica, el ideal de progreso posible debe exhibir un modelo ya fijado, un camino que indique con certeza estar llenando de justicia y perdón al mundo y permanecer abierto al cambio cada vez que este sea necesario para mantener la mira en el modelo que se va a seguir (en lugar de un cambio constante de modelo). Así ninguna tendencia hacia el progreso es tal si impide sublevarse contra la injusticia, si da la paz de los cementerios. Si este avance hacia “lo mejor” es lento, primero que nada, debe sustentarse en ciertos hechos; pero si tan solo justifica el quietismo ante lo injusto, entonces no es ningún avance, ya que la finalidad se ha empezado a corromper. Solo un principio eterno puede fundamentar la capacidad de resistencia y sublevación. El origen debe permanecer ileso para que el futuro pueda ser alterado mediante reformas en el presente: de este modo ni los hábitos, ni las necesidades históricas, ni la ley positiva, podrán socavar el ideal protector. En ese sentido, para el ortodoxo cristiano siempre está abierta la posibilidad de la revolución, ya que ningún acontecimiento, tendencia o persona puede hacer que la opresión sea considerada libertad, que la injusticia sea tomada por justa y la corrupción sea llamada virtud. La filosofía chestertoniana exige el respeto de la autoridad de la ley para que un hombre pueda sentirse libre al obedecer. Pero también necesita esta autoridad para que pueda sentirse libre al desobedecerle y declararse rebelde contra el conformismo y la infalibilidad humana» (Bey, F.N, 2014:198).
Asimismo, señala Chesterton: «Nosotros, los sublevados, indudablemente discutimos todo tipo de disparates sobre este y aquel crimen del Gobierno ¡Gran tontería! El único crimen del Gobierno es que gobierna. El pecado imperdonable del poder supremo está en que es supremo. No los maldigo porque sean crueles. No los maldigo (aunque podría hacerlo) porque sean amables. ¡Los maldigo por estas seguros! Están sentados en sus sitiales de piedra y nunca han descendido de ellos» (1908: 277).
Finalmente, la triada moral dará un sentido profundo del significado cristiano de las ideas de fe, esperanza y caridad, y siguiendo a Bey, F.N (2014: 201), Chesterton razonará en torno a ellas, entendiendo a la fe (moral) como la capacidad de creer en lo increíble («Ahora bien, la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven» Hebreos 11:1), aquella que es más rechazada en el ambiente moderno por su carácter paradójico, aparentemente irracional, pero que no es menos paradójica ni mística que la esperanza y la caridad (Ibidem).
En torno a la esperanza, entenderá que es la capacidad de esperar lo mejor en momentos desesperados, de guardar un resquicio de alegría, aun en medio de la catástrofe («Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia» Romanos 8:24-25), y por último comprenderá que la caridad se plasma de diversas formas, como la capacidad de perdonar a lo que otros parece imperdonable («Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» Lucas 23:34), de defender lo que parece para otros indefendible («por el contrario, glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen» Pedro 3:15) y de dar a quien parece no tener méritos para merecerlo («…hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo…» Lucas 6:35).
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 214 del 29.03.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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