
Hace poco presenciamos la investidura del candidato republicano Donald J. Trump como el presidente número 47 de los Estados Unidos de América. Cuando perdió las elecciones en 2020 contra Biden, comentábamos que «…el fenómeno del trumpismo… ha representado un quiebre o disrupción en la política estadounidense…» (Lira, 09.11.2020). Pero a su vez, dábamos a entender que la retórica de la campaña del 2016 del America First (América Primero) o Make America Grate Again (Hagamos América Grande de Nuevo) no iba a ser suficiente para una reelección (lo cual termino sucediendo), y de que si Trump quería entronarse de nuevo como presidente iba a ser necesario que le diera más sustancia a su pragmática de gobierno, o lo que es lo mismo, que el discurso anti-globalización y de nacionalismo popular vengan de la mano con estrategias de Estado, es decir, el salto de un populismo electorero caracterizado por un conservadurismo vulgar (de promesas cumplidas, rotas e ignoradas –BBC, 19.01.2018–) a un populismo estructural de conservadurismo técnico (de ordenes ejecutivas). Y precisamente la evolución, el salto, del trumpismo de mera reacción populista ramplona (una de las razones por las que perdió las elecciones de 2020 ante el desgaste de ese discurso) a una contestación populista más ordenada (una de las razones por las que gano las de 2024), orientada a revertir las decisiones de corrección política y de cultura de la cancelación de Biden (Political Correctness) y a una visión más realista de la geopolítica nacional, menos injerencista sin dejar de lado la brújula de la influencia hemisférica de los Estados Unidos en el continente americano, la vimos en la investidura. Frases como «…la era dorada de Estados Unidos empieza ahora…»; «…nuestra prioridad será crear una nación que sea orgullosa, próspera y libre...; «…nuestra soberanía será restablecida. Se reinstaurará nuestra seguridad. Se reequilibrará la balanza de la justicia. Se pondrá fin al uso político despiadado, violento e injusto del Departamento de Justicia y de nuestro gobierno…»; «...es la revolución del sentido común», etc, fueron los principios de un trumpismo más programático sin dejar de ser pragmático, ya que tanto en lo ideológico-político como en lo geoeconómico, como veremos, se perfila dicho enfoque, por las declaraciones sobre aranceles, políticas fiscales y migratorias.
Sobre cuál es el impacto de los precitados aspectos, hay una heterogeneidad de respuestas dependiendo del factor espacio, ya que las regiones de América Latina que dependan más de la economía estadounidense (como p.ej. Ecuador que tiene su economía dolarizada) por obvia correlación serán las más afectadas, sin embargo, este no el caso del Perú que no depende tanto del dólar, ya que tenemos una moneda fuerte en la región suramericana, y contamos con un superávit comercial que a octubre de 2024 se calculó en USD 22, 547 millones (BCR, 13.12.2024) ya que nuestras exportaciones superaron a nuestras importaciones, lo que nos pone en mejor situación que el resto de economías de la región para afrontar las medidas geoeconómicas de la administración Trump. Sin perjuicio de ello, no dejan de haber afectaciones en otros espacios, máxime si se tiene en cuenta la reciente apertura del megapuerto de Chancay, tomando en consideración a su vez, que Trump ya en otras oportunidades a mostrado su preocupación por la creciente influencia de China en la región sur americana a través de proyectos de infraestructura, sobre esto también haremos breves comentarios.
En lo geoeconómico: Dentro de las diversas declaraciones de la administración Trump se pueden resaltar dos en particular que consideramos se constituyen en los principales ejes programáticos del nuevo gobierno en lo geoeconómico (sin perjuicio de existir otros como p.ej. la política fiscal expansiva, posturas sobre políticas de cambio climático, etc) y que tienen impacto en la región sur americana y, en ello, en el Perú: el (i) proteccionismo, y el (ii) endurecimiento de la política migratoria .
El proteccionismo como sabemos tiende a favorecer la producción nacional por sobre la importación de productos extranjeros, y lejos de ser una política económica ajena a las naciones desarrolladas, contrario a ello, es la principal razón por la cual estas naciones de desarrollaron en primer término, y en segundo lugar, principal receta a la que vuelven para remontar su competitividad perdida, paradójicamente, por plétora de «libre mercado», entre comillas, ya que sabemos ampliamente que el libre mercado no existe, o solo hasta el punto en que se permite y es conveniente. Cuando deja de serlo, vemos como decisiones políticas pueden desincentivar el consumo de determinados bienes, como p.ej. en el caso de las restricciones de Estados Unidos a la empresa china Huawei, aludiendo razones de seguridad nacional. Sin embargo, bajo una mirada oblicua a la teoría de la dependencia, podría decirse que a las naciones en vías de desarrollo se les ha obligado en cierta forma a ver al libre mercado como la única opción posible al desarrollo (entendiendo al libre mercado en su acepción de ausencia de barreras al comercio internacional o free trade), mientras que las naciones desarrolladas, pasan de políticas proteccionistas a políticas de libre mercado todo el tiempo, sancionando, cuando es conveniente, a las naciones menos desarrolladas que optan por políticas proteccionistas que fortalecen su industria nacional. Dicho esto, Trump no ha hecho más que retornar al proteccionismo tradicional estadounidense, desde Lincoln, pasando por Roosevelt hasta el nuevo proteccionismo de Reagan.
Dentro de las decisiones sobre el particular que pueden devenir en impactos a la economía latinoamericana, haciendo énfasis en la peruana, son las correspondientes a la imposición de aranceles. Como se sabe los aranceles son impuestos que se aplican tanto a la exportación como a la importación de bienes. Cero aranceles puede implicar abaratamiento de precios de determinados productos, mientras que un aumento de aranceles su encarecimiento y perdida de competitividad. Un ejemplo concreto para el caso del Perú, nosotros contamos con arancel 0 (vía TLC Estados Unidos-Perú) para productos textiles y agropecuarios. En el caso de los metales, la administración Trump está considerando un incremento arancelario para el cobre y el aluminio, lo cual, en el caso del cobre, afectaría directamente al Perú, ya que el cobre es uno de los principales metales de exportación del país, y sin perjuicio de que China es uno de nuestros principales compradores, también lo son Japón, Corea del Sur y precisamente, Estados Unidos. Las medidas proteccionistas determinarían necesariamente un dólar más fuerte que vendría de la mano con la depreciación de las monedas en economías emergentes que dependan más del dólar. También se nos presenta la propuesta de la administración Trump de imponer un arancel del 60% a cualquier producto que pase por el terminal portuario de Chancay, sin embargo, la afectación de dicha propuesta aún es incierta, ya que al final de cuentas la finalidad del mega puerto no es el comercio con Estados Unidos, sino con las economías asiáticas, principalmente con China.
Por el lado del endurecimiento de la política migratoria, esta también es una política derivada del marco proteccionista, bajo la lógica de America for the Americans (América para los Americanos), un claro retorno a la Doctrina Monroe. Sobre el particular, una de las principales consecuencias para América Latina y en particular para el Perú, es la disminución del flujo de remesas como consecuencia directa de las deportaciones. Como se sabe las remesas son las transferencias de dinero que realizan los peruanos en el extranjero a sus familias en el Perú. Sin embargo, aún la cuantificación del impacto esta por verse, ya que tal vez la administración Trump decida flexibilizar la medida, y esto por la simple razón que 75% de la mano de obra en el sector agrícola de Estados Unidos es migrante y de ese 75% cerca del 40% son ilegales.
Cabe comentar brevemente también el impacto de la suspensión de los fondos de la USAID para el Perú, sobre el particular, esto ha aplicado para 100 países dentro de los que se encuentra el nuestro. Como se sabe la USAID, que es la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, que fuera establecida en 1961 por Jhon. F. Kennedy, en los últimos 20 años ha dado apoyos económicos al Perú que ascienden a más de 3.5 mil millones de dólares, de los cuales 265 millones han sido destinados al sector salud. Pero también ha brindado apoyo económico para la lucha contra el narcotráfico y la protección ambiental. Sobre todo esto, también surgen las interrogantes de cómo se ha utilizado ese dinero y si ha habido una real efectividad de todo ese apoyo al “desarrollo”, máxime si hay serios cuestionamientos sobre el uso de fondos destinados para ayuda social por parte de ONGs que al parecer usaron el 73% del presupuesto otorgado por la USAID al pago de sueldos, en referencia a las investigaciones en curso sobre la ONG Manuela Ramos (Expreso, 06.02.2025). Ciertamente la suspensión de los fondos de la USAID está enmarcada dentro del cambio de la política exterior de Trump de centrarse más en el financiamiento al desarrollo dentro de las propias fronteras de los Estados Unidos que en la injerencia en otros países, que valgan verdades –dichos fondos de apoyo– también han sido instrumentalizados por las diferentes administraciones estadounidenses para sus propios fines de política exterior, desde servir a una mera extensión de la Doctrina de Seguridad Nacional contra el avance de la influencia soviética en la región sur americana durante la Guerra Fría, hasta financiar un comic transgénero en el Perú con 32 mil dólares en 2022. Lamentablemente, justos pagaran por pecadores y esta suspensión afectará gravemente a los programas que sí merecen continuar y que están centrados en población vulnerable como p.ej., apoyo de centros de salud en Loreto. Pero también es una oportunidad para dejar de depender del financiamiento externo y comenzar a mejorar nuestro Estado y los programas sociales con nuestros propios medios para evitar estar sujetos a la instrumentalización geopolítica derivada de la dependencia económica vía fondos de apoyo.
En lo ideológico-político: La revolución Trumpista en Estados Unidos, en la línea de comentarios de los analistas rusos (Yakovenko y Dugin, 07.02.2025, haciendo mayor enfasis en este último) ha dejado un claro derrotero para la política norteamericana en los próximos cuatro años, basado en cinco principios: (i) Nacionalismo y (ii) Conservadurismo en lo político y social; (iii) Proteccionismo en lo económico; (iv) Pensamiento Huntington en lo filosófico (la importancia de las civilizaciones y la identidad cultural) y la (v) Doctrina Monroe en lo geopolítico (el control del continente americano como prioridad, con Estados Unidos en primer plano). Y esto ciertamente es un viraje de 180º grados respecto de la política de Biden, caracterizada por el (i) Globalismo y el (ii) Progresismo en lo político y social; por un (iii) Reformismo liberal en lo económico; el (iv) Pensamiento Fukuyama en lo filosófico (el liberalismo como fin de la historia) y la Doctrina Wilson en lo geopolítico (la prioridad es extender el modelo de democracia liberal a escala global, pasando Estados Unidos a un segundo plano).
La influencia hemisférica de los Estados Unidos ciertamente impacta no solamente en lo geoeconómico, sino también en las tendencias ideológico-políticas de la región (algo que fue más palpable en la época de la Guerra Fría). Claro ejemplo de esto, hoy en día, es como en América Latina, y el Perú tampoco fue ajeno a esto pero ciertamente en menor escala, vimos como las comunidades LGBT y feministas radicales, se plegaron a las tendencias progresistas que venían de Estados Unidos, caracterizadas por el denominado wokismo (de la palabra Woke en inglés “despierto” o “alerta” como referencia a la concientización sobre temas de raza, desigualdad social e identidad sexual), lo políticamente correcto (como intolerancia a lo que no es liberal de izquierda) y la cultura de la cancelación (censura a lo que no es liberal de izquierda o a la historia en si misma por no adecuarse a estándares de corrección política). Siendo Argentina, Brasil y Chile, en la región sur americana, las naciones que más consumieron estas tendencias, y una parte importante de la izquierda latinoamericana, paradójicamente, fue más propensa a dicha influencia que en los espacios de derecha (sin perjuicio de que tuvimos una parte de la derecha que también se plegó a dicha narrativa, en el Perú p.ej. a Carlos Bruce y Alberto de Belaunde; mientras que en la izquierda a Susel Paredes, Verónica Mendoza, Marisa Glave e Indica Huilca).
Ahora con el viraje conservador que ha traído Trump en la política estadounidense, fuimos testigos, en la ceremonia de investidura, del impacto regional del trumpismo y de como la derecha latinoamericana a cerrado filas y abrazado al trumpismo como principal, sino único referente de como debe perfilarse el arquetipo de ideología pragmática dentro del populismo de derechas hoy en día, sin por ello significar la ausencia de contradicciones internas, algunas claramente por conveniencia política hay que decirlo, donde vemos a un libertario Milei frente a un proteccionista como Trump, junto con homólogos a la distancia como Bukele y Bolsonaro (que no pudieron asistir a la investidura), y nuestro aprendiz peruano Rafael Lopéz Aliaga que es la viva expresión del impacto regional del trumpismo en el Perú en lo ideológico-político. Dentro de todo, una heterogeneidad de propuestas populistas desde la derecha que a pesar de sus muchas diferencias y puntos de partida, convergen en la avenida del conservadurismo social.
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 261 del 10.02.2025». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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