El antropólogo peruano Juan Manuel Ossio (2014), señala que: «...en tiempos de incertidumbre y crisis hay un renacimiento de opciones mesiánicas, entendiendo al mesianismo como la creencia en la llegada de un salvador que dará una solución final a todos los problemas de un contexto dado». Al respecto diremos que, sin perjuicio de que Flores Galindo en respuesta al gran impacto que generó su trabajo Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes (1986), precisaría que su obra no configuraba apología alguna al utopismo andino sino por el contrario la cabal comprensión del fenómeno, y que por ello ya no había «…necesidad de prolongar la utopía andina. La historia debe servir para liberarnos del pasado y no para permanecer –como diría Aníbal Quijano– encerrados en esas cárceles de “larga duración” que son las ideas» (Flores Galindo, 1986: 374) y de que por ello era el momento de dejar de buscar un Inca y adoptar en su lugar una idea moderna (sin que ello signifique la obliteración de nuestro legado ancestral por plétora de la modernidad, sino por el contrario la integración de este legado bajo una forma moderna, producto de una apropiación creativa, de una re-creación, de una síntesis cultural, Aguirre y Walker, 2020), como «la única manera de canalizar pasiones y sueños hacia la construcción de un futuro mejor» (Flores Galindo, 1989:334-346). No obstante, el utopismo andino sigue vigente hoy más que nunca en una manifestación cíclica, y en el espíritu que menciona Ossio, que resurge en tiempos difíciles.
Así es, la verdad es que, seguimos buscando un Inca, y esto se refleja muy bien en las opciones mesiánicas de raigambre popular aún presentes en nuestra política nacional como el etnocacerismo (ultra-nacionalismo étnico en donde la etnia cobriza es la única a la que le corresponde detentar el poder político) y el frepapismo (la teocracia de Ezequiel Ataucusi que configura un paraíso terrenal a semejanza del Tahuantinsuyo y regido por la Biblia).
A lo expuesto se aúna también el hecho que, estamos presenciando, en esa ciclicidad de mesianismos (como en su momento también lo fueron el Fujimorismo, el Toledismo y el Ollantismo, antes de sus estrepitosas caídas en la corrupción de siempre), el actual fenómeno del Castillismo, siendo este último el que se ha expresado a sus votantes –en campaña– como: la integración de un discurso de renovación moral (valores tradicionales andinos) con uno de reivindicaciones y demandas populares relegadas (justicia social) –sin embargo, a la fecha de la praxis castillista de gobierno, vamos presenciando que, como sus otros pares de proyectos mesiánicos, va siguiendo el mismo camino de las promesas incumplidas, la corrupción y con ello generando la decepción generalizada de la ciudadanía–.
Así tenemos pues dos vertientes del mesianismo peruano claramente identificados: un mesianismo romántico (de ideario idílico) y un mesianismo atenuado (de ideario pragmático), ambos caracterizados por el componente común, ya sea manifiesto o subrepticio, respectivamente, de buscar un Inca, que es la idea trasversal (con los amplios matices que hay entre visiones mesiánicas) a todo utopismo andino (no como cuerpo homogéneo de ideas, sino por el contrario como diversas visiones (utopías) que, pudiendo ser distintas entre sí, comparten ciertas ideas comunes). En ese sentido, y como nosotros lo entendemos, una de las formas de expresión del utopismo andino, es a través de diversos mesianismos como los ya denotados. Dicho esto, y vista la relevancia del concepto en nuestra contemporaneidad peruana, ahora la pregunta es: ¿Qué entendemos por utopismo andino? o por ¿Utopía andina? Para responder ello es imperativa una revisión del legado de Alberto Flores Galindo, para lo cual seguiremos el trabajo de Carlos Aguirre y Charles Walker (2020) intitulado Alberto Flores Galindo: Utopía, historia y revolución.
La primera vez que el término ‘utopía andina’, como tal, hace aparición es en «Utopía andina y socialismo» (1981) del ya mencionado Flores Galindo, siendo que el desarrollo en sí de la noción se vería el siguiente año producto de un trabajo en coautoría con el sociólogo peruano Manuel Burga, bajo el auspicio de la UNESCO, y que daría luces como La Utopía Andina. Ideología y lucha campesina en los Andes. Siglos XVI-XX (1982). Sin embargo, luego de ello, cada uno efectuaría sus propias interpretaciones sobre el tema, siendo producto de estas reflexiones que Galindo publica posteriormente Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes (1986), donde ya es plena la teorización del concepto.
Buscando un Inca tuvo un gran impacto, como mencionábamos. Porque se configuró como el sistemático intento de comprender la idea de la utopía andina como un hecho sintomático de la resistencia a los procesos de hispanificación de las sociedades andinas luego de la conquista española y de como este proceso de asimilación a esta nueva realidad produjo fisuras o fracturas que hasta el día de hoy perviven y que se manifiestan en las cíclicas polarizaciones entre el campo y la ciudad. En ese sentido, Carlos Aguirre y Charles Walker (2020) señalan:
«Las fracturas o divisiones sociales, raciales y regionales del Perú, históricas y contemporáneas, fueron el resultado de una relación asimétrica, traumática y conflictiva entre esos dos mundos» (p.25).
Son estas fracturas la razón neurálgica de porque es recurrente la idea de la utopía andina entendida como representación idealizada del pasado prehispánico. Y esa idea recurrente refiere a su antecedente mediato más recordado, el Imperio Quechua, como una era de justicia social, armonía y prosperidad (Aguirre y Walker, 2020:25).
La utopía así no solo es un discurso sobre el pasado, sino también una guía de acción para una sociedad futura orientada bajo dicho enfoque idílico. La sociedad ideal del futuro era, pues, un retorno a un pasado glorioso (Aguirre y Walker, Ibidem). En ese sentido:
«Este es un rasgo distintivo de la utopía andina. La ciudad ideal no queda fuera de la historia o remotamente al inicio de los tiempos. Por el contrario, es un acontecimiento histórico. Ha existido. Tiene un nombre: el Tahuantinsuyo. Unos gobernantes: los incas. Una capital: el Cusco» (Flores Galindo, 1986: 46).
La utopía andina, conforme al propio Flores Galindo (1986) y a Carlos Aguirre y Charles Walker (2020), fue reconstruida a partir de los escritos de Guamán Poma y Garcilaso de la Vega, en prácticas religiosas que resistieron a la evangelización católica, y en las masas que siguieron el llamado a la rebelión de Tupac Amaru en la década de 1780. En ese sentido, el utopismo andino estuvo presente en las revueltas campesinas en las décadas de 1920 y 1960, y como fuente de inspiración de diversas narrativas políticas en el Siglo XX correspondientes al Marxismo y al Aprismo. En las expresiones literarias de José María Arguedas sobre la belleza y la tragedia de las culturas andinas y en el trasfondo mesiánico del pensamiento Gonzalo de Sendero Luminoso (Aguirre y Walker, Ibidem).
Siguiendo el enfoque de Aguirre y Walker (2020), la utopía andina no es por ello, en ningún sentido una categoría uniforme –el mismo Galindo así lo precisaría–, sino que su riqueza es de varios sentidos interpretativos, por lo que conviene mejor hablar de ‘utopías andinas’ que de un solo termino omniabarcante.
Sin embargo, la idea común trasversal a todos estos proyectos de utopías es el reconocimiento que estos fueron funcionales a estratos sociales desfavorecidos, y que vieron en estos proyectos herramientas con las cuales «las gentes sin esperanza (los vencidos, los subalternos, los oprimidos) podían cuestionar esa historia que los ha condenado a la marginación» (Flores Galindo, 1986:373).
Es de recordar que Flores Galindo (siendo el mismo de izquierda), fue un férreo crítico del dogmatismo presente en la izquierda peruana y activo opositor de la barbarie senderista en los tiempos más álgidos del terrorismo, llamando por ello a un retorno al «…marxismo heterodoxo de Mariátegui. Subrayando la sensibilidad de Mariátegui hacia la religión y la cultura, y su atención a las peculiaridades de la realidad peruana, en particular su mayoría indígena y su pasado precolombino. Flores Galindo urgió a la izquierda a evitar el dogma e imaginar posibilidades creativas para la acción política» (Aguirre y Walker, 2020: 27-28).
Como colofón finalizamos la presente precisando que, el utopismo andino, consideramos, es parte del ethos peruano y configura por ello una expresión de la ontología peruana, del Ser peruano. Quien quiera ver el utopismo andino como algo ajeno a los tiempos presentes, se topará con la muralla de la realidad popular que todos los días refrenda el deseo mesiánico de buscar un Inca:
«‘…si concebimos la utopía como una visión política conscientemente construida para el futuro, en lugar de un retorno infructuoso a un pasado ficticio, entonces tal vez lo que los Andes necesitan son justamente utopías’. Flores Galindo habría estado de acuerdo» (Postero, 2007:21; Aguirre y Walker, 2020: 35).
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 227 del 05.07.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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