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Foto del escritorIsrael Lira

Algunos apuntes sobre el Cosmismo

Actualizado: 23 ene 2022



Las potencias emergentes han sabido conjugar dos elementos fundamentales para sus procesos de renacimiento nacional, a saber, una (1) insubordinación ideológica para con el pensamiento hegemónico de la mano de un (2) eficaz impulso estatal (Gullo Omodeo, 2015). Así es como China, Vietnam y Laos (con su Socialismo de mercado), Singapur y Corea del Sur (con su nacionalismo capitalista confuciano), Alemania (con su Economía Social de Mercado), Rusia (con su nacionalismo capitalista dirigista) y muchas otras naciones que ahora son grandes potencias y actores relevantes en la arena internacional, han construido su poder político, económico, social y geopolítico en base a la formación de alternativas que mejor respondan al contexto nacional y que se alejan paulatinamente del modelo hegemónico de la democracia y el capitalismo liberales y sustentan sistemas políticos y socio-económicos mixtos y en el mejor de los casos iliberales. Es decir, todas estas naciones –con los más que obvios matices del caso– comparten el hecho que cuentan con una ideología nacional que justifica e inspira la unidad del Estado. Sin embargo, algunas de estas ideologías son más completas que otras, ya que a sus aspectos caracterológicos en lo político y socio-económico se agrega también el factor de identidad cultural, como lo que podemos ver claramente, p.ej. en el socialismo con características chinas o en el nacionalismo ruso, al respecto:


«Bajo la figura de Vladimir Putin se ha retomado la influencia del Nacionalismo como fuerza impulsadora y justificadora de las trasformaciones sociales, que, incluso, se ha llevado a los temas de seguridad nacional. Sin embargo, las características del Nacionalismo ruso son particulares. Según Luke March (2009), el nacionalismo ruso se divide en nacionalismo oficial, cultural y político. El primero de ellos, representa los enfoques del Estado, los discursos, la ideología delimitada por el Kremlin, la dirección presidencial y las doctrinas de política exterior. El nacionalismo cultural busca la defensa y la activación de la comunidad histórica, por tanto, los símbolos refuerzan los aspectos históricos, morales y sociales para la construcción de un sentido de solidaridad nacional; por último, el nacionalismo político centra su objetivo en la conquista de las instituciones políticas para la "nación", es decir, la movilización electoral y social en torno a motivos nacionalistas» (García Perilla, Juan Carlos; Devia Garzón, Camilo Andrés; Herrera Castillo, Ángela María, "El Nacionalismo Ruso y la política de Seguridad Nacional", Reflexión Política, vol. 19, núm. 38, enero-junio, 2017, pp. 86-99).

En ese sentido, el presidente Vladimir Putin ha precisado: «Los valores básicos de la Federación Rusa no son otros que el patriotismo, el amor a la patria, el amor a su hogar, a la gente de uno, a los valores culturales y a todo lo que nos hace una nación, fuente de nuestra singularidad, de todo lo que podemos estar orgullosos, de allí nace la idea nacional».


Siendo estas consideraciones los hechos sintomáticos de una clara renovación en la ideología nacional característica de estas potencias. En esa misma línea, Rusia se encuentra en este proceso, revitalizando la idea nacional de si misma para hacer frente a los embates tanto políticos, culturales, militares como geopolíticos de sus contendientes principales, en ello, las potencias liberal-globalistas como Estados Unidos, Israel e Inglaterra. Puesto que Rusia es consciente que el frente externo no puede mantenerse sin la unidad monolítica del frente interno, que es la identificación de la ciudadanía rusa con el proyecto de nación, de Estado y de objetivos nacionales del gobierno ruso.


En este proceso, resulta interesante la revitalización de un movimiento ruso denominado cosmismo, que no solo se enarbola como «una ideología nacional con pretensiones de ser la sucesora del comunismo soviético» (Moro, 17.03.2020), sino que plantea una afrenta directa a la influencia liberal-globalista respecto de sus proyectos de modernidad hegemónica de los cuales el último se ensalza bajo la forma del transhumanismo, ese movimiento que aboga por el uso de las tecno-ciencias para la “mejora” de la condición humana que lleve a una inevitable fusión del hombre con la maquina o cyborg sentando así las bases de una post-humanidad, que tiene sus representantes en los grandes conglomerados empresariales como Google y Facebook, y que de manera subrepticia se configura como una nueva religión secular a la manera comtiana, y que refleja a su vez la etapa superior del capitalismo liberal para el advenimiento de un nuevo mercado de consumo de mejoras que por sus características solo estaría a disposición de las clases sociales que puedan costearlas. A contrario sensu de lo que algunos consideran, el cosmismo no es ningún precursor del transhumanismo, y si aún queremos verlo de esa forma, sería una desviación espuria respecto del primero, y en tiempos contemporáneos, su contendiente más férreo, porque si bien como en toda doctrina puede haber estromas comunes y puntos secantes (como p.ej. entre el idealismo y el materialismo), ello no quiere decir que haya correlación directa o identidad plena, y esto quedará expuesto de forma diáfana en la presente.


El Cosmismo, en primer lugar, es, ante todo, un movimiento de naturaleza cultural e intelectual, que une filosofía, arte, ciencia y espiritualidad, y que varios pensadores (como Duchesne Winter, Borys Groys, Marina Simakova y Keti Chukhrov) convergen en afirmar que la base medular de la que parte el planteamiento cosmista surge a partir de las ideas de Nikolai Fedorov (1823-1903) en su obra Filosofía de la Tarea Común (1906). Ideas que inspiraron a una variedad de generaciones de rusos, y que despertaron el interés de grandes personalidades de la Rusia zarista (pre soviética) como Dostoievsky, Tolstoi y Kandinsky; de la Rusia soviética como Aleksandr Bogdanov, Anatoli Lunacharski y Konstantin Tsiolkovsky (Padre de la Cosmonáutica); y actualmente de la Rusia postsoviética en el llamado Club Izborsk (fundado en 2012) que reúne a una totalidad de cincuenta académicos, periodistas, políticos, empresarios, religiosos y exmilitares. Ahora nos queda claro porque es que esta idea es postulada como candidata por excelencia a ideología nacional, por haberse manifestado como un fenómeno transversal a todas las etapas históricas de Rusia, y por ello con un potencial enorme de poder unificar de forma monolítica a ciudadanos de distintos enfoques en un solo frente nacional.


El pensamiento fedoroviano se sustenta en una visión integral que une fe y ciencia, teología y futurismo científico, una visión cristiana de la ciencia y la técnica, para lograr tres objetivos utópicos: (1) alcanzar por medios tecnocientíficos la inmortalidad de todos los seres humanos. (2) Movilizar todos los recursos de la tecnociencia para resucitar, reivindicar y cuidar por la eternidad a absolutamente todos los muertos de la historia universal, para lo cual será necesario (3) la conquista definitiva del cosmos para asegurar el espacio vital para todo el género humano, pasado, presente y futuro.


La inmortalidad y la resurrección a la que hace alusión Fedorov parte de la promesa cristiana en Corintios (1, 15:53) y a la idea del retorno de la muerte en la narrativa bíblica del Antiguo y el Nuevo Testamento, respectivamente. Sin embargo, Fedorov toma estas promesas no como hechos ideales sino reales, materiales, realizables a través de la tecnociencia. Al respecto:


«Al abordar la evidente inspiración cristiana del programa de resurrección e inmortalidad elaborado por Fedorov, Groys nos recuerda que Marx, a diferencia de la ilustración francesa y el ateísmo de Feuerbach, no se quiso desprender del todo de la promesa cristiana, y la subsumió, en parte, dentro de la sociedad comunista terrenal. Sin embargo, argumenta Groys, Fedorov no solo tampoco se desprende de esa promesa, sino que la asume íntegra, y sobrepuja a Marx al poner sobre la mesa la resurrección y la inmortalidad como proyectos materiales y concretos, alcanzables por “la tecnología y la organización racional de la sociedad” en beneficio de la hermandad cósmica (2018: 5). Fedorov descartaba que el alma pudiera existir independientemente del cuerpo, en ese sentido era materialista y entusiasta proponente de la tecnología, pero también creía que esta debía ser controlada por una fuerte organización social que la dirigiera hacia el beneficio colectivo. Es en este sentido que Fedorov, según Groys, "era un socialista de cabo a cabo"» (Duchesne, 2020:3).

La historia de la URSS nos reafirma el hecho de hasta que nivel el cosmismo influyó en la ciencia soviética, en la medicina, las ciencias biológicas y la cohetería especial. Sin perjuicio de ello, cabe mencionar que hay un aspecto disruptor en el planteamiento de Fedorov, y ello es la visión del espacio y el tiempo. A diferencia de las sociedades occidentales (donde el transhumanismo se desarrolla como expresión de la idea de progreso) en donde la concepción del tiempo es lineal y la idea de progreso también, Fedorov, al igual que muchas sociedades ancestrales y tradicionales enarbolaba la idea del tiempo cíclico, lo que también recuerda a la posterior visión del «Ángel de la Historia» graficado por Walter Benjamín en la obra de Paul Klee (Duchesne, 2020:3) en donde se visualiza un ser empujado por el viento del progreso, pero siempre volteando hacia atrás, contemplando a las víctimas de ese progreso.


Por ende, tenemos a una visión que redirige el sentido direccional de la tecnociencia, es decir, su relación con el tiempo:


«La tecnología debe avanzar a toda marcha, sí, y en ese sentido, progresar, pero se trata de un progreso que mira al pasado, no para quedarse en el pasado, sino para traerlo al presente y restituirlo en su potencia ideal… La historia deja de ser una narrativa de avance irreversible del acontecer para asumir como acontecer la propia curaduría y preservación del pasado. Se progresa más mientras mejor se preserva el pasado… Fedorov abraza la paradoja de convertir el pasado en el único proyecto para el futuro; él mira al futuro, sí, pero solo como proyecto de restitución del pasado.» (Simakova, 2018:3; Duchesne, 2020:3).

Visto todo lo expuesto y como colofón a la presente, diremos que para nosotros el futuro de la humanidad no está en el futuro mismo, sino en el pasado (no solo porque los conocimientos de nuestros ancestros, a medida que vamos descubriéndolos, parecen demostrarnos un nivel muy avanzado que no puede replicarse en tiempos actuales, p.ej. en alusión a las construcciones megalíticas en Perú, la arquitectura egipcia, china, de la India, etc). Porque hemos podido obtener tal vez, a diferencia de nuestros ancestros, un progreso material y técnico sin precedentes, pero eso no nos ha hecho mejores seres humanos necesariamente. Una evolución dirigida que solo se concentre en aspectos biológicos superficiales, es una pareidolia, una evolución lisiada y meramente cuantitativa que puede llevarnos a los peores desastres y crueldades. La evolución real reside en nuestra mejora ética y moral, en nuestra calidad como seres humanos. Solo así cualquier progreso tecnocientífico tendrá un significado trascendental a la acción humana.


Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 205 del 19.02.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.

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