«Para que haya mito se necesita que la cultura en la que aparece sea mitológica. Esta cultura supone un complejo conjunto de categorías míticas, entre ellas las del tiempo, el espacio y la causalidad…. (…) El mitoide carece del carácter trascendental del mito, no está, sobre todo, imbricado con la totalidad de la cultura en la que funciona. Es, en cierto sentido, aislado y puede incluso contraponerse a aspectos esenciales de dicha cultura. Pero posee caracteres fundamentales del mito» (Miro Quesada Cantuarias, 1986:84-86). Así expuesto, el mito, entendido como un hecho o acontecimiento que a priori no tiene correlato empírico, se diferencia del mitoide, por el marco socio-cultural en el que se produce, por lo que en la contemporaneidad hablaremos más de la generación de mitoides que de mitos, ya que nuestra cultura actual se encuentra dentro de un marco eminentemente logocrático (razón) y no mitocrático.
Bajo lo mencionado, uno de los mitoides de nuestra contemporaneidad se configura en la creencia en el hecho de que la ciencia goza de una absoluta neutralidad en donde investigación científica (creación de teorías explicativas) y aplicación tecnológica (ejecución de teorías ya dadas a casos concretos) no solo 1. están desconectadas, sino que son a su vez 2. ajenas a poderes externos que puedan influenciar en ellas.
Este mitoide tiene un claro origen en la visión popperiana dentro de la filosofía de la ciencia, de donde precisamente se realiza la separación entre investigación científica y aplicación tecnológica. Para Popper (1970), la investigación científica como tal tiene un valor intrínseco que se guía por determinadas normas de carácter metodológico que pueden tener un contenido moral, en tanto el objetivo de la investigación es el descubrimiento, y que por ende los resultados de dicha investigación también tienen este valor inherente, pero son neutrales respecto de lo moral. Que a posteriori se pueda hacer un buen o mal uso de los resultados de una investigación científica es cosa distinta. Así el científico tiene dos obligaciones, seguir las exigencias morales de la misma praxis científica (el científico como científico), y limitarse a prever los posibles usos de sus resultados y denunciar la mala praxis (el científico como ciudadano).
Este enfoque popperiano que es el tradicional, se contrapone al enfoque histórico-sociológico de epistemólogos como Bernal (1939) y Richta (1971), en donde se refrenda el hecho que por la misma naturaleza de la investigación científica, el científico –en efecto– tiene una doble responsabilidad, cumplir con las normas del método científico, pero sobretodo involucrarse de forma activa en el cambio de la sociedad para que la ciencia cumpla su finalidad de servir a la humanidad, en tanto se es consciente que el conocimiento científico puede ser usado tanto para liberar como para oprimir a la humanidad, hechos sintomáticos que se derivan de las falencias del propio sistema social al que sirve la ciencia. Es decir, investigación científica y aplicación tecnológica no son conceptos separados, sino que guardan una relación intrínseca.
Esto último se reafirma por el hecho de que en la praxis de la investigación científica, la búsqueda de unas teorías u otras y la opción entre ellas no es una empresa enteramente libre, refrendando a Quintanilla (1978), regulada exclusivamente por los cánones de la objetividad y del servicio a la verdad, ya que la realidad inequívoca es que el científico es un trabajador asalariado cuyas prioridades de investigación se deben por ello a un orden de prelación que es establecido por intereses particulares que son los que direccionan, que cosas se investigan y que cosas se dejan relegadas, «en la medida, por ejemplo, en la que se financian las investigaciones dedicadas a un tema determinado y no otras, etc» (1978:54).
Por lo expuesto, «está claro que debemos renunciar al cómodo consuelo o ilusión de que la ciencia, en sí misma, tiene una autonomía y un valor garantizados pese a las malas aplicaciones que circunstancialmente se hagan de ella o pese a su inserción histórica en una sociedad injusta» (1978:56).
Referencias bibliográficas
MIRO QUESADA CANTUARIAS, Francisco. (1986). «Ciencia y técnica [en América Latina]: ideas o mitoides», en: Leopoldo Zea (Ed.), América Latina en sus ideas. México: UNESCO/Siglo XXI; pp. 72-94.
POPPER, K.R. (1970). «The Moral Responsability of the Scientist en P. Weingarther y G. Zecha (eds.), Inducfton. Physis and Ethics. Dordrecht, pp.29-326.
BERNAL, J.D. (1939). «The Social Function of Science». London.
RICHTA, R. (1971).«La civilización en la encrucijada». Madrid.
QUINTANILLA A. Miguel. (1978). «El Mito de la Neutralidad de la Ciencia. la responsabilidad del científico y el técnico». EL BASILISCO, Revista de Materialismo Filosófico. En:http://fgbueno.es/bas/pdf/bas10105.pdf
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 125 del 02.12.2019». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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