Por lo general se piensa que el único fenómeno univoco en la formación de la Identidad Nacional implica la creación desde arriba, es decir, desde la estructura estatal y de gobierno, de una identificación de carácter construida que pretende por ello homogenizar a la población en derredor de esta para crear la llamada Unidad Nacional. Siendo la postura de que el nacionalismo es la consecuencia de una narrativa exógena al pueblo y que proviene en su mayoría de casos de la política de Estado. Sin embargo, veremos que estas ideas pasan por alto toda la variedad expresiva del nacionalismo como fenómeno social. Al respecto:
«…la investigación sobre el nacionalismo se centró demasiado en la historia y la simbología, desatendiendo el estudio de la cultura popular que se sostiene y reproduce dentro del Estado —como reificación de la nación» (Edensor, 2002, pp. 1-2).
Es cierto que el Estado Nacional genera una narrativa, pero no menos cierto es que antes del Estado hay identidades culturales pre existentes que luego pueden servir a la consolidación de un proyecto de Estado y ser por ello la base del poder político. Como consecuencia de ello:
«…la investigación sobre el nacionalismo obviaba importantes cuestiones con respecto a la relación entre identidad nacional y Estado. La primera es la reproducción y el sostenimiento de la identidad nacional por medio de experiencias vividas por la población en sus actividades diarias. También podríamos incluir aquí la formación de identidades sociales a raíz de experiencias en la vida cotidiana» (Ehret, 2020:74).
Lo expuesto se entiende en el marco de la importancia y el papel que genera la identidad nacional como base sociocultural del Estado, y en ello la exaltación de la identidad nacional como uno de los elementos estructurales del nacionalismo cotidiano. Y este último, el nacionalismo cotidiano, basado en las experiencias diarias, en las costumbres mediatas, en las tradiciones populares, inclusive en la religión nacional, en la moral y en la lengua, es lo que refrenda la pervivencia hasta nuestros días de, el hecho que, la identidad nacional vivida como identidad cultural cotidiana, continúa y sigue siendo base del concepto y una de las razones de ser del Estado-nación como vehículo de estas aspiraciones encaminadas al bienestar común de quienes lo conforman, sin que ello signifique la negación del reconocimiento de que todas las naciones organizadas bajo la forma de Estados, sin perjuicio de sus diferencias, tengan elementos en común, en tanto formadas por comunidades humanas que tienen el elemento universal de la racionalidad. Este concepto de Estado-nación contemporáneo, al que podría llamársele Estado-nación cívico-cultural, encuentra sus raíces en el pensamiento de Herder y Hegel, por oposición al de Renan y Mill a quienes se les considera los representantes del nacionalismo en su forma temprana, es decir, cívico-liberal, de aquel que delimita la nacionalidad a una mera cuestión de adhesión volitiva individual y de plebiscito diario, en donde los aspectos étnicos no tienen relevancia o pasan a un segundo plano.
Bien, hoy en día vemos que el nacionalismo de lo cotidiano reafirma la vigencia de las ideas de Herder y Hegel en detrimento de las de la Renan y Mill, sin que ello tampoco signifique que aspectos relativos a la nacionalidad, como variante meramente cívico-volitiva, de estos dos últimos pensadores, no sean por ello desmerecidas, sino que la síntesis Herder-Hegel (ya que ambos pensadores también plantean como veremos enfoques distintos pero conexos), es lo que ha terminado por reafirmarse en el tiempo por la misma praxis social.
Hegel dio al concepto de Volkgeist o espíritu del pueblo, el contenido de expresar la relación entre determinadas instituciones políticas con una comunidad caracterizada por sus costumbres, creencias y moralidad (Ehret, 2020). Es decir, el espíritu del pueblo, de un pueblo determinado o determinable, se encontraba en su religión, en su moral y en su arte.
Sin embargo, esta relación entre identidad nacional y forma de pensar de un pueblo, ya estaba presente en Herder como unidad de conciencia a través del idioma común (lieben, beten und traumen). El Estado en Herder estaba basado por ello en que la condición para que hubiese Estado era la preexistencia de la nación. Mientras que para Hegel las naciones devenían de la particularización de la universalidad de la naturaleza a raíz de la adaptación a las diferencias encontradas en la tierra (Ehret, 2020:80), pero que el Estado suponía una superación de estas diferencias particulares sin que por ello se pierda, a su vez, la esencia singular del pueblo, en lo que luego llamará Sittlichkeit o Eticidad.
El Estado hegeliano se diferenciaba por ello del Estado Herderiano en que el pueblo expresado en nación debería dejar de ser tal para tornarse en Estado como expresión superior. Por ello Hegel afirmaría que, un pueblo sólo tiene historia en cuando consigue instituirse como Estado (Hegel, 1970:586). El termino de Estado reemplaza al de Pueblo, produciéndose una transición de la cultura popular a las instituciones políticas. En Herder la cultura popular se manifiesta a sí misma como nacional.
De alguna u otra forma percibimos que Herder y Hegel hablan de una y la misma cosa cuando hacen referencia al Espíritu del Pueblo y a la Eticidad, y es que en efecto hay una relación cuyas distinciones son propias de cada proyecto filosófico político. Sin perjuicio de ello, la misma praxis cotidiana es la que da la razón a ambos pensadores con los matices del caso, en la línea de un investigador contemporáneo del nacionalismo, haciendo referencia a Peter Ehret (2020) que citando a Anthony Smith (1988) nos menciona que:
«Anthony Smith también dio importancia fundamental a las prácticas y hábitos sociales de la población para explicar la persistencia de una identidad “étnica” en la identidad nacional. Para Smith, era más la experiencia diaria y la socialización de la población en torno a determinados hábitos que la propia doctrina de la ideología que garantizó su persistencia histórica» (Smith, 1988:16,124; en Ehret, 2020: 84).
Es decir, y en la línea brindada por Edensor (2002) y refrendada por Ehret (2020), es que la identidad nacional absorbe para si conocimientos prácticos incorporados en las actitudes diarias y expresadas inconscientemente vía comunicación emocional, y en estas a su vez se transmite una determinada concepción o forma de vivir que otorga sentido y dignidad a los miembros de una nación organizada estatalmente a su vez:
«…no podemos razonar un Estado puramente racional sin contar con los lazos culturales de la población. Incluso en Hegel no desaparece el elemento sociocultural por completo. Hegel reemplazó el concepto cultural del “espíritu del pueblo” por el término artificial de la “eticidad”. En otras palabras, incluso el Estado racional requería de una base socioeconómica propia» (Ehret, 2020: 93).
Por todo lo expuesto, se refrenda el hecho que, la síntesis Herder-Hegel, del espíritu del pueblo y la eticidad, continúa vigente y se configura en la primaria base filosófico-justificativa de los Estados-nación contemporáneos, en el sentido que: «…la complementación del Estado hegeliano por las ideas de Herder. La “eticidad” de la sociedad moderna de Hegel encuentra su expresión en la (visión) herderiana de las identidades culturales. La clave está en el reconocimiento de la personalidad como valor abstracto. Esto significa lo siguiente: aparte de las necesarias garantías legales, la individualidad necesita encontrar su expresión concreta en la diversidad de las identidades culturales» (Ehret, 2020: 95).
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 230 del 23.07.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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