Son ampliamente conocidas las teorías ético-morales de autores clásicos como Platón o Aristóteles. Respecto al primero, plasmadas en El Gorgias, La República y Las leyes, mientras que, respecto a Aristóteles, se recuerdan tres textos de cabecera como lo son Ética a Nicomaco, Etica a Eudemo y Magna Moralia. Sin embargo, del maestro de estos dos filósofos mencionados –ya sea directa o indirectamente como en el caso de Aristóteles–, y del principal iniciador de lo que se conoce como la corriente intelectualista de la filosofía antigua, dentro de la etapa humanista en donde situamos a los sofistas Protágoras y Gorgias, se conoce muy poco, haciendo clara referencia a Sócrates.
Victoria Camps, en su obra Breve Historia de la Ética, refrenda la naturaleza oral del pensamiento socrático: «Como es sabido, Sócrates fue ágrafo, no escribió ningún libro. Conocemos sus ideas a través de lo que sus contemporáneos han contado de ellas. Unos como Platón o Jenofonte, lo elevaron al pedestal de los grandes filósofos; otros, como Aristófanes en Las Nubes, lo retrataron como un auténtico sofista en el sentido más peyorativo del término» (Camps, 2013:30). Sin perjuicio de lo mencionado, compartimos la tesis que ello no nos imposibilita el poder acceder, al menos de manera superficial, a las bases centrales del pensamiento socrático, efectuando una labor hermenéutica y sopesando las fuentes existentes.
Derivado de lo anterior, podemos identificar el planteamiento ético-moral de Sócrates en (4) puntos, que a su vez derivaron de una pregunta principal: «¿Cuál es la naturaleza y la realidad última del hombre? ¿Cuál es la esencia del hombre?» (Reale, Antisieri, 1995:87) Sócrates respondió esta última pregunta, fundamentando que, el hombre es su alma, entendiendo al alma como intelecto, razón. De este postulado –concuerdan Giovanni Reale y Dario Antisieri–, Sócrates derivo el hecho que, si la esencia del hombre es su alma, el cuidado de uno mismo significa no el del propio cuerpo, sino la propia alma, y que la labor suprema del educador, es precisamente el cuidado del alma, para que esta sea virtuosa. A esto Sócrates agrega: «Nos ordena conocer el alma aquel que nos advierte ‘conócete a ti mismo’» (Reale, Antisieri, 1995:88).
Partiendo de este precepto de que el hombre es su intelecto, y del conócete a ti mismo, Sócrates deriva sus principales tesis sobre varios aspectos de la vida de los hombres:
1. La Virtud. - Entendida como aquello que perfecciona a algo, y dado que Sócrates había identificado al hombre con su característica intelectual (racional), la principal de todas las virtudes como consecuencia de lo anterior, y según Sócrates, sería el conocimiento, mientras que el vicio es la ausencia de este, es decir, la ignorancia.
2. La Ética. - Siendo que la virtud es el conocimiento, y el vicio la ignorancia, el hacer el bien depende del grado de conocimiento que la persona tenga del bien, ya que, si no se conoce lo que es el bien, no puede practicárselo. Por ende, el mal es producto de la ignorancia del bien.
3. La Libertad. - Dado que la virtud es el conocimiento, Sócrates identifica al autodominio o enkrateia, como la base de la virtud, en tanto significa el control de las pasiones frente al remanente de la animalidad en el hombre, es decir, implica la victoria de la razón por sobre el instinto. Es por ello que, para Sócrates, la libertad es enkrateia, autodominio de las pasiones. El hombre que sabe dominar sus instintos es el hombre auténticamente libre.
4. La Felicidad. - Para Sócrates la felicidad o eudaimonia es la virtud, quien es más virtuoso, tiene más conocimiento, quien es menos virtuoso, al no tener conocimiento será injusto y malvado, por ende, infeliz. «En mi opinión –dice Sócrates–, quien es virtuoso, ya sea hombre o mujer, es feliz, el injusto y el malvado son infelices» (Reale, Antisieri, 1995:90-91)
Referencias bibliográficas
REALE, Giovanni, ANTISIERI, Dario. (1995). Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo I. Editrial Herder.
CAMPS, Victoria. (2013). Breve Historia de la Ética. RBA Libros.
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 46 del 18.06.2018». Diario La Verdad.
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