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Foto del escritorIsrael Lira

Fatiguismo Político en el Perú

Actualizado: 11 abr 2021



El Perú se encuentra en una situación política que parece ser cíclica, al menos en lo que respecta a la contemporaneidad peruana a partir del 2006 aproximadamente, reflejada en unos ciudadanos defraudados, partidos enclenques, políticos cuestionados, y a lo que se aúna el particular contexto de acontecimientos que giran en torno a la pandemia en curso (crisis sanitaria y crisis económica). Siendo el ciudadano de a pie el más afectado. Se nos exige hacer frente a la situación a través de sacrificios que esta amerita, pero al mismo tiempo somos testigos de los privilegios de los cuales algunos funcionarios públicos no dudaron en aprovechar ante la situación y que se manifestaron en una vacunación subrepticia. Estos y otros hechos nos hacen cuestionar si vivimos realmente en un gobierno popular, o en una mera cleptocracia (sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos) caracterizada a su vez por la criollada (incumplimiento de la ley en beneficio propio o de terceros) institucionalizada en diferentes niveles y esferas del poder político.


Uno de los hechos sintomáticos de lo mencionado, se plasma en que los principales instrumentos que tiene la ciudadanía para ocupar cargos públicos de relevancia, en ello, los partidos políticos, base del sistema democrático representativo, ya no son vistos como organizaciones que aspiran a representar una ideario colectivo, sino por el contrario, una aspiración de clase, grupo o sector en particular, así, parafraseando al sociólogo alemán Robert Michels (1911) bajo otro sentido homólogo de una de sus famosas frases, se diría que: «…quien dice partido, dice oligarquía». Ello en alusión al total debilitamiento de los partidos para evitar tornarse en funcionales a intereses particulares enquistados, y con ello su nula o espuria capacidad para representar a unos electores cada día más decepcionados de la política. Algunas cifras al respecto:


En el 2019 teníamos que el 87% de peruanos (IEP, 03.02.2019) no simpatizaba con ninguna organización política del país, si bien esta cifra bajo a un 62% el año pasado (IPSOS, 22.09.2020), igual vemos que el porcentaje de peruanos desidentificados con los partidos políticos sigue siendo alto.

Esto también se debe a que las organizaciones políticas, con el accionar de sus militantes, no se han preocupado por efectuar una tan necesaria renovación del vínculo representativo, a esto viene bien las precisiones del columnista español José Francisco Conrado de Villalonga (Diario de Mallorca, 11.02.2020), que, con los matices del caso, consideramos, se aplican plenamente a nuestra propia realidad también:


«En la última década ha aumentado el número de increyentes en la democracia, debido al mal comportamiento de algunos representantes políticos o por el mal resultado de su gestión, a veces, incluso inexistente. Al ciudadano le gustaría ver en sus representantes ejemplaridad en lo personal y en lo público, le gustaría que los problemas fueran resueltos con eficacia, le gustaría que los partidos se pusieran de acuerdo en alguna ocasión ante temas importantes, que la disputa no fuese la forma de comunicarse entre ellos, en definitiva, que se resuelvan las dificultades existentes. … Hay que prestigiar las instituciones de gobierno y obtener resultados para que el elector pueda percibir en su utilidad, de lo contrario qué se puede esperar».

¿Qué se puede esperar? Un progresivo desgaste de la voluntad de participación política (tanto en lo que implica en militar y apoyar a partidos políticos como en el ejercicio del derecho al voto), que lleva a lo que llamaremos fatiga política o fatiguismo, caracterizado por un aparente nihilismo político (decimos aparente, porque al menos en lo que respecta al derecho al voto, a fin de cuentas, se logra ejercer por inercia –en tanto imperativo legal–, aun así sea para votar viciado, porque esa es la naturaleza de la fatiga, la volición destinada al propósito pero efectuada de forma demorosa, cansada, aletargada al no haber un éxtasis particular en unos resultados de los que no se tiene certeza que produzcan un cambio real). Este fatiguismo se justifica en el hecho de que 1) los partidos políticos por mano propia se nos presentan no como tales sino como empresas políticas; y 2) en la creencia de que el ejercicio del derecho al voto es un mero ensayo ficto, porque uno de los objetos de la participación política está viciado, en el sentido de que el espectro de candidaturas es considerado parte del problema, como un recurso humano que no se renueva y que tiene muchos defectos y ninguna o pocas virtudes.


En ese sentido, el ciudadano que llamaremos fatiguista (y que somos la gran mayoría), es flexible en sus decisiones electorales y sus votos por lo general están entre el fatalismo (de votar ineludiblemente por un candidato porque alguien de todas maneras va a salir), el despecho (de votar por opciones radicales por el desencanto que trajeron la inacción de las fórmulas supuestamente equilibradas) y la protesta (de votar viciado).


Si volvemos a las cifras estadísticas, el Perú, hasta el año pasado, se podría considerar una nación de fatiguistas empedernidos ¿Qué hacer con este sopor fatiguista? Si queremos como ciudadanos de la República del Perú, que ese fatiguismo de paso a algo mejor, y si los partidos no renuevan el vínculo representativo, es el propio pueblo el que tendrá que organizar otras alternativas. En donde hay representación deficiente la solución no es abstraerse del problema, sino involucrarse. Por lo que viene bien las palabras del filósofo alemán Ernst Jünger a este respecto: «La resistencia espiritual no es suficiente. Hay que contraatacar». Es decir, pasar del sopor fatiguista inmovilista (statu quo) a la acción fatiguista propositiva (dinámica), de aquella que si bien rechaza las actuales condiciones políticas (por ello no participa en los partidos tradicionales y por lo general no se identifica con estos y guarda sus reservas con los candidatos), no esta exenta de la acción política (en tanto procura formarse una opinión política y participar del debate político cotidiano en sus espacios vivenciales más cercanos que le inspiran mayor confianza: la universidad (los amigos), el hogar (la familia), el trabajo (los compañeros) y los negocios (los clientes).


Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 210 del 12.03.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.

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