¿Cuál es el origen de todo? Y por todo nos referimos pues a algo muy concreto, es decir, de nuestro mundo, de nuestra luna, de nuestro sol, de otros mundos como el nuestro, de otros ajenos al nuestro y hasta hostiles en lo que a condiciones de vida inteligente se refiere. Decimos nuestro, a la hora de hablar de la Luna o el Sol, y es algo que se replica en lo cotidiano, porque tal vez la proximidad respecto de nuestro planeta en el vacío aparentemente infinito del frio espacio, nos da la sensación de propiedad sobre algo que nunca puede ser ni de alguien en particular ni de la humanidad siquiera. Si, en efecto, es una pareidolia de propiedad, porque lo que tenemos en realidad es la apariencia de posesión por residualidad, pero dentro de todo, cumple su función, porque nos da sentido de pertenencia a un rincón de la galaxia que el día en que nos autodestruyamos o una catástrofe se cierna sobre nosotros, nuestra ausencia tal vez pase desapercibida para el resto del cosmos; mientras este sea el único lugar en el que podamos imprimir nuestras esperanzas y temores, consideramos que lo menos que podemos hacer es sentir la inmensidad acaecer inexorablemente sobre nuestra insignificancia, conscientes de que nosotros somos los únicos que podemos convertir esa plétora de vacuidad en un silencio estruendoso (ya que sabemos que el sonido no se propaga en el vacío) y esto último creemos humildemente que es la naturaleza esencial del Universo, un silencio que grita (cuando usamos los radiotelescopios), un silencio que fulmina, atemoriza y embelese (cuando usamos los telescopios terrestres y espaciales), un silencio que derrite y que congela (cuando usamos medidores de radiación), en fin, un silencio ciclópeo que por su brutalismo es incapaz de ser comprendido por la finita mente humana, pero que cuando llegamos a develar alguna porción de él, podemos sentirnos menos pequeños cada día y más próximos a la grandeza de la cual somos parte.
Solo abarcamos fragmentos cada tanto es verdad, pero es con la esperanza de darnos esperanza, de que algún día podremos ser capaces de comprender todos los misterios de las estrellas, lo cual es ciertamente una utopía científica que en nada se diferencia de la utopía cristiana de la salvación, vida eterna con Dios en su reino se torna en conocimiento cabal y vivificante del ser humano respecto del Cosmos. Y es que no hay nada de malo con las utopías, al contrario, correctamente direccionadas, son la fuente de inspiración perpetua para los hombres de todos los tiempos. El hombre necesita de utopías para avanzar, y ese es el punto de contacto entre religión y ciencia, la aparente inagotable capacidad de asombro del ser humano. En este punto el lector ya podría inferir en algo que es la Cosmología, pues no es otra cosa que la rama de la Astronomía (entendiendo a la astronomía como la ciencia que estudia la naturaleza, movimiento y leyes que rigen a los astros. Siendo otras ramas p.ej. la astrofísica, la mecánica celeste, etc.) dedicada al exhaustivo estudio del Universo como conjunto, particularmente, respecto de la formación y evolución de este. En ese sentido:
«Llamamos Universo al conjunto de todo lo que es observable y medible, de todo aquello de lo cual nos llega alguna información, y que por tanto podemos estudiar de forma científica. La Cosmología se ocupa de proporcionarnos una descripción de cómo es el Universo en la actualidad, como fue en el pasado y cuál será su futuro» (Fabregat, 2020).
Es por estas razones que debemos también precisar qué clase de cosmología abordaremos brevemente con la presente, ya que como claramente se puede inferir, el Universo es materia de asombro no solo para la ciencia (para el análisis, medición, observación y mejor comprensión), sino también para la religión (como la máxima creación divina) y la filosofía (como escenario de asombro para la constante reflexión existencial), razón por la cual también hay una cosmología religiosa y una cosmología filosófica, por ello la cosmología aquí presente se referirá únicamente a la cosmología científica sin por ello dejar de lado los claros estromas comunes. En ese sentido y respecto de la cosmología científica (Rodríguez, 1996), es relevante mencionar que esta se subdivide a su vez en cosmología observacional y cosmología teórica, distinción que no necesita mayor explicación por su clara referencia semántica. A su vez la teórica se subdivide en cosmología clásica (en alusión a su fuerte dependencia de las ecuaciones de campo de Einstein) y cosmología cuántica. Visto lo expuesto, uno de los puntos centrales de reflexión de la cosmología científica es lo que concierne al origen del universo. Sobre el origen se han planteado diversidad de teorías, pero a la fecha la más aceptada, y sin perjuicio de sus desafíos contemporáneos, es la teoría de la gran explosión o Big Bang, propuesta por el sacerdote católico, matemático, astrónomo y físico belga Georges Lemaitre.
Algunos de los grandes aportes de la cosmología científica, partiendo de la teoría de la gran explosión, se puede resumir en tres hechos empíricos contrastados, a saber: (i) la inconmensurabilidad universal; (ii) la expansibilidad universal; y (iii) la eternidad universal.
La inconmensurabilidad universal, hace alusión al cambio de paradigma desde el descubrimiento de que el Universo no se limita a nuestra propia Galaxia (Desde las observaciones del telescopio Hooker en 1917 por Edwin Hubble en adelante), y que, al contrario, está formado por miles de millones de galaxias como la nuestra.
Partiendo de la inconmensurabilidad, se abrieron las posibilidades a otros descubrimientos, como la expansibilidad universal, que no es más que el hecho de la verificación que nuestro Universo se encuentra en expansión y que las distancias entre las galaxias por ello están en constante aumento conforme pasa el tiempo. Al respecto:
«La expansión no sólo afecta a la materia, a las galaxias, que se alejan unas de otras. También afecta a la radiación. La luz participa de la expansión del Universo. Al viajar por un Universo que se va haciendo más grande, su longitud de onda aumenta al mismo ritmo con el que se expande el espacio» (Fabregat, 1996).
Finalmente, tenemos a la eternidad universal, derivada a su vez de la expansibilidad, en tanto que, por el momento, todo parece indicar (a partir de las mediciones de la materia brillante y la masa dinámica del Universo), que la expansión del Universo nunca se detendrá, es decir que será eterna, y que contrario sensu a producirse una desaceleración, hay una aceleración:
«Si el Universo está acelerando, debe existir una fuerza desconocida, de tipo repulsivo, y que en las grandes distancias es más intensa que la propia fuerza de gravedad. Hoy en día no sabemos cuál es esa fuerza, aunque la suponemos asociada a la energía oscura» (Fabregat, 1996).
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 235 del 27.08.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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