El estoicismo, fue aquella escuela filosófica griega fundada por Zenón de Citio, aproximadamente en el Siglo III a.c, y que sin perjuicio de abarcar otras personalidades que fueron sus epígonos (como Cleantes, Crisipo, Diógenes de Babilonia, Antípatro de Tarso, Panecio, Posidonio, Cicerón y Catón el Joven, en ese orden cronológico), este sistema filosófico es más conocido por la pluma de grandes pensadores de la Roma Imperial como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, cuyas enseñanzas han trascendido al pensamiento universal. En esta oportunidad y por la brevedad de la presente, bastará la obra del primero para darnos una idea apertural sobre este sistema filosófico y su relevancia contemporánea. En ese sentido, el estoicismo puede entenderse desde dos aristas, como una (i) forma de vida, y como un (ii) sistema filosófico.
Como forma de vida, el estoicismo se sustenta en una triada etológica que por nuestro lado hemos identificado, y que podría resumirse en: 1. la identidad plena entre el ser y el actuar; 2. la dirección de la propia vida a través de la austeridad y la mesura; así como 3. la conquista de la tranquilidad existencial a través de la virtud.
En torno al punto (1), es preciso mencionar que el estoicismo en la Roma Imperial se adopta o se visibiliza como consecuencia de un hecho sintomático, al respecto, Restrepo Rozo en su ensayo «El estoicismo como una propuesta alternativa para la contemporaneidad», precisa lo siguiente:
«Lo característico de las escuelas filosóficas morales, como fueron llamadas las corrientes filosóficas del periodo romano, es que más que simples escuelas de pensamiento eran un modo de vida, el cual debía adoptar todo aquel que se inscribiera en ellas…Esto con el fin de garantizar que todos sus integrantes alcanzaran el propósito por el cual se afiliaban a las mismas, además de ser una forma de distinguirse de las otras escuelas, y no solo de las otras escuelas sino lo que era aún más importante: de aquellos reprochables que llevaban vidas degeneradas o licenciosas como los amigos de los emperadores, tal y como lo reflejan algunos relatos históricos en los que se narra de forma gráfica y detallada, las clases de excesos que éstos protagonizaban en las fiestas y actividades palaciegas, muchas de las cuales son señaladas como grandes orgías o banquetes interminables, donde los comensales comían hasta saciarse, luego de lo cual se provocaban el vómito, y de esa forma hacían posible el seguir comiendo…» (2006:57-58).
Con los matices del caso, consideramos que la contemporaneidad no es para nada ajena a estos comportamientos licenciosos a los que se hacen referencia (ya que toda época incuba en sus elementos marginales el germen de su postrer decadencia), solo que la sociedad actual con su característica extravagancia ha generado la creación de formas atenuadas de degeneración más permisibles y de producción masificada lo que termina en la reafirmación de su carácter normalizado: el lujo excesivo en presencia de una vergonzante desigualdad, la gula desmedida frente a una rampante desnutrición, y la corrupción institucionalizada frente a una seria pobreza, son la sintomatología de la degeneración propia de nuestros tiempos, y de una enfermedad llamada posmodernidad (estadio caracterizado p.e en lo histórico-social, por el cambio de una economía de producción a una economía de consumo).
Volviendo a los estoicos, es así como ante una disrupción entre el ser y el accionar, se pretende que la filosofía sea vivida, sea norma existencial, principio de acción y comportamiento, que el hombre mismo sea el receptáculo de su propio pensar, Seneca en ese sentido nos dice:
«Apruebo y me regocijo porque estudias con tenacidad y, dejando de lado todo, procuras una cosa solamente: hacerte mejor cada día; y no tan sólo te exhorto a que perseveres, sino que también te lo ruego» (Carta V, Epístolas Morales).
Respecto del punto (2), se conecta con el punto (1), en tanto que, para direccionar la vida a la constante perfectibilidad del existir, son necesarias herramientas, y estas herramientas bajo enfoque estoico no son otras que la austeridad (tener lo necesario para la existencia; Séneca llego a ser un hombre rico para la época, con una fortuna estimada en setenta y dos millones de denarios. De acuerdo a ello se entiende que, lo negativo no reside en el enriquecimiento per se sino a que finalidad sirve esa riqueza, si es para el vicio y las procacidades o para el cultivo del hombre, que se procura lo indispensable, alejado de los lujos innecesarios, pero que no escatima en las cuestiones del sano entretenimiento, el bienestar, la salud, la cultura y el desarrollo de la calidad humana) y la mesura (actitud de autocontrol que nos permite evitar los excesos):
«Deteneos con recelo y con temor ante todo bien fortuito…Cualquiera de vosotros que quiera vivir una vida tranquila, evite todo lo más que pueda esos beneficios untados de indelicadez; y con ellos también nos engañamos en esto: creemos que los tenemos, quedamos adheridos y esclavos de ello» (Carta VIII, Epístolas Morales).
En torno al punto (3) conecta a su vez, con el punto (2), ya que la austeridad y la mesura, conforme al pensamiento estoico, deviene en una tranquilidad existencial, que permitirá al que la practique, alcanzar la virtud. ¿Qué es la virtud para los estoicos? Eso es ya es propio de su sistema filosófico como sigue a continuación:
Como sistema filosófico, el estoicismo se expresa en un binomio trasversal a todos sus planteamientos y de los cuales se desprende la mayor parte de sus disquisiciones. Estas dos ideas neurálgicas son: la sabiduría y la virtud. La sabiduría estoica se entiende, o se manifiesta como control sobre el impacto que tienen los hechos exógenos sobre la persona, p.e, nos comenta Séneca en esa línea:
«Así, el sabio es maestro en el arte de dominar los males: el dolor, la pobreza, la infamia, la cárcel, el destierro, temibles en cualquier situación, cuando han llegado a su presencia, quedan mitigados» (Carta LXXXV, Párrafo 41, Epístolas Morales).
Mientras por virtud estoica, entendemos que la máxima de todas ellas es la fortaleza, es decir, la resistencia ante la adversidad, gracias a la ataraxia o imperturbabilidad de la existencia (el estado de calma producto del control de las pasiones y la guía de la conducta a través de la razón) que una persona ha alcanzado:
«La virtud no se acrecienta, luego tampoco la vida feliz, que procede de la virtud. En efecto la virtud es un bien tan grande que no es sensible a esas pequeñas incidencias como son la brevedad de la vida, el dolor y la diversidad de molestias corporales» (Epístola 92, párrafo 24, Epístolas Morales).
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 212 del 19.03.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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