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  • Foto del escritorIsrael Lira

La Diversidad de la Ciencia: una visión personal de la búsqueda de Dios



En una de sus obras más laureadas, Contacto (1985), el astrónomo, astrofísico y cosmólogo estadounidense Carl Sagan (1934-1996) especula bajo el género de novela, cuáles serían las posibles repercusiones sociales, económicas, políticas, filosóficas, científicas y teológicas de recibir un mensaje interestelar de una civilización más avanzada que la nuestra y que pueda estar al alcance de nuestros radiotelescopios terrestres con la subsiguiente plausibilidad de poder decodificarse y traducirse. Siendo la protagonista de estos eventos la astrónoma Eleanor Arroway (inspirada en la astrónoma Jill Cornell Tarter que trabajó para el Search for Extra Terrestrial Intelligence por más de 30 años) que dirige en la novela el proyecto Argos del SETI (proyecto estatal estadounidense que aún funciona hasta la fecha).


Luego de la decodificación y traducción del mensaje proveniente de las proximidades de la estrella Vega en la constelación de Lira, este dio como producto las instrucciones para la construcción de una Maquina, que en la misma obra se especula era un mecanismo de producción de puentes Einstein-Rosen, es decir, de agujeros de gusano o atajos a través del espacio-tiempo mediante los cuales es posible desplazar la materia y que permitiría, por ahora solo a nivel teórico, los viajes interestelares, al ahorrarnos las largas distancias de cientos o miles de años luz en cuestión de segundos, minutos u horas.


En el capítulo 18 de la segunda parte de la obra en mención, Eleanor se encuentra junto con otros cuatro científicos escogidos (Xi Qiaomu, Devi Sujavati, Abonneba Eda y Vasily Lunacharsky, (en la adaptación cinematográfica solo viaja Ellie) para efectos de los preparativos que estaban teniendo lugar en Hokkaido, Japón donde estaba emplazada la Maquina. En ese marco, Ellie y Eda mantienen una conversación fluida sobre el tema relativo a que el Mensaje y la propia fabricación de la Maquina, estaba trayendo consigo una revolución teológica en el mundo entero, ya que se vivía la atmosfera de una hermandad universal. En ese ínterin, Ellie (que a lo largo de la novela deja en claro su postura escéptica respecto a la narrativa de las religiones humanas) le pregunta a Eda si había tenido alguna experiencia religiosa que le hubiera generado una transformación existencial, a lo que este respondió que sí, a lo que Ellie replicó que por favor se explayara y le explicara cuándo había ocurrido esto, a lo que Eda contesto lo siguiente:


«La primera vez que tomé contacto con Euclides. También, cuando comprendí la gravitación newtoniana, las ecuaciones de Maxwell, la teoría de la relatividad, y cuando trabajé en el tema de la superunificación. He sido muy afortunado en tener muchas experiencias religiosas» (Sagan, 1985:310).

Ellie replicó a Eda negativamente en que por experiencia religiosa no se refería al sobrecogimiento y al asombro que puede experimentarse en cualquier ámbito, sino al estrictamente religioso, es decir, a algo ajeno al plano de la ciencia, a lo que Eda replico que, jamás, y que siempre sus experiencias religiosas habían tenido lugar en la ciencia, y es que en toda la obra de Sagan los límites entre religión y ciencia se difuminan en ese sobrecogimiento y asombro que es común a ambas ramas del conocimiento humano. Este es el punto de partida de otra de sus obras, que lleva el mismo título que la presente, y que en realidad es póstuma y producto de una labor de recopilación de sus ponencias en las Conferencias Gifford sobre Teología Natural, por parte de Ann Druyan.


En torno a la relación entre religión y ciencia la opinión de Sagan es que sus objetivos son idénticos o casi, y que en realidad la cuestión disruptiva tiene que ver más con la fiabilidad de las verdades proclamadas por ambos campos y los respectivos métodos de aproximación a las mismas (Sagan, 2007: 24). Y de que una de las mejores formas que conoce para experimentar el sentimiento religioso, es decir, la sensación de sobrecogimiento es, con mucho, mirar hacia arriba en una noche clara, y que esto se puede reflejar tanto en la ciencia como en la religión, refrendando a su vez el enfoque de Einstein en su ensayo El mundo como yo lo veo (1934), que es homólogo en ese sentido: «Creo que el sentimiento religioso cósmico es el estímulo más fuerte y más noble para la investigación científica». En esa línea, parecería que el sentimiento religioso sería claramente inevitable (Sagan, 2007: 50), similar a la postura del astrónomo del Siglo XVIII, Edward Young que dijo: «Un astrónomo que no sea devoto está loco». Pero ¿devoción a qué? Se pregunta Sagan, y la respuesta no puede ser otra que al Cosmos y a su terrible e insondable inmensidad, es un amor informado por la verdad (Sagan, 2007: 53), y si existe un Dios Creador del tipo tradicional, se dice Sagan, nuestra curiosidad e inteligencia proceden de él, porque es su creación la cual es fuente de dicha admiración, y si no existe, esa curiosidad e inteligencia son herramientas esenciales para gestionar nuestra supervivencia en una época extremadamente peligrosa (Sagan, 2007: 53). Sin perjuicio de ello, concluye en esta parte:


«En cualquier caso, la empresa del conocimiento está sin duda en concordancia con la ciencia; debería estarlo también con la religión, y es esencial para el bienestar de la especie humana» (Sagan, 2007: 53).

Ahora, esta parte precisamente conecta con otro capítulo del libro intitulado la hipótesis de Dios, dentro del marco de la teología natural, que Sagan entiende como el conocimiento teológico que se puede adquirir sólo mediante la razón, la experiencia y el experimento; no a través de la revelación ni la experiencia mística, sino únicamente la razón (2007: 167).


Una idea interesante derivada del tratamiento de esta hipótesis es lo relativo al concepto de Dios, y conviene a este respecto aportar algunas ideas por nuestra parte previo a ello, pues hay quienes afirman que la praxis científica no tiene nada que ver con la fe del científico, que son cuestiones separadas. Bueno, algunos físicos teóricos nos dan otra visión e ideas interesantes a este respecto, mostrándonos la estrecha relación entre praxis científica como vía para la constante búsqueda de las grandes preguntas que sin duda alguna tienen un impacto profundo en la fe del científico. Y es que el problema reside en la forma de preguntar y de cómo enfocar la pregunta, es decir, que la pregunta ¿Dios existe? Solo puede ser abordada luego de haber respondido una pregunta previa: ¿Qué entiendes tú por la idea de Dios? Postura conocida como ignosticismo. Y está pregunta no se circunscribe a la experiencia cristiana únicamente, y ni siquiera a la de todas las religiones teístas, sino que también es propia de la filosofía.


Por otro lado, los esfuerzos de muchos que se consideran ateos, en centrarse en deslegitimar aspectos propios de la mitología de muchas religiones (entendiendo al término mito en su sentido positivo sociológico teológico como historia tradicional sagrada, y no en su sentido negativo o peyorativo como farsa, historia inventada o engaño), sobre todo la cristiana (mitología cristiana o mito verdadero cristiano, es decir, las narraciones tradicionales como realidades cuyos correlatos históricos y referencias empírico-arqueológicas que les dieron origen son susceptibles –contingentemente– de ser rastreables, en mayor o menor medida), cuando no es una sincera actitud de duda metódica, se convierte en un ejercicio de deshonestidad intelectual o en una falta de objetividad propio de argumentos ad ignorantiam, por el simple hecho de invisibilizar con la narrativa del discurso antirreligioso, la pregunta sobre que concepto de Dios es compatible con el conocimiento científico, y por ende la aproximación a una realidad más compleja que trasciende hasta la propia física teórica y que termina por deslegitimar toda narrativa ateísta (sobre todo de los sectores más radicales que no pueden concebir la idea de Dios fuera de las religiones tradicionales), y en el siguiente sentido:


«Los físicos que creemos en este Dios, creemos que el universo es muy hermoso, que sus leyes absolutas no podrían ser un accidente. El universo podría haber sido totalmente aleatorio o compuestos de electrones y neutrinos sin vida, incapaz de crear cualquier tipo de vida, por no hablar de vida inteligente» (Kaku, 2008:358)

Cabe precisar que el físico teórico Michio Kaku al referirse a la idea de Dios, lo hace en alusión a un Dios creador o una inteligencia superior universal de orden y diseño (2008: 87). Al respecto, Sagan tiene algo que decir sobre la hipótesis de Dios como habíamos comentado, él nos precisa que sobre la palabra Dios hay una serie de hipótesis que es inmensa, desde la que considera que es ingenua, en donde Dios se nos presenta como un hombre inmenso, de piel clara, con una larga barba blanca, que se sienta en un gran trono y lleva la cuenta hasta de cada gorrión muerto, hasta la que hace suya:


«Comparemos esta visión con una bastante diferente de Dios, propuesta por Baruch Spinoza y Albert Einstein, una segunda clase de dios al que ellos consideraban Dios. Einstein interpretaba constantemente el mundo en función de lo que Dios haría o dejaría de hacer, pero por Dios entendía algo no muy diferente a la suma total de las leyes físicas del universo; es decir, la gravitación, más la mecánica cuántica, más las magníficas teorías del campo unificado, más unas cuantas cosas más, para él equivalían a Dios. Y lo que querían decir con todo eso es que había una serie de principios físicos, extraordinariamente poderosos, que parecían explicar mucho sobre un universo que de otro modo era inexplicable. Leyes de la naturaleza, como he dicho antes, que se aplican no sólo en el ámbito local, no sólo en Glasgow, sino más lejos: Edimburgo, Moscú, Pekín, Marte, Alfa Centauri, en el centro de la Vía Láctea, y en los quásares más distantes conocidos. Que las mismas leyes de la física puedan aplicarse en todas partes es muy remarcable. Sin duda, eso representa un poder mayor que ningún otro. Supone una regularidad inesperada en el universo. No había necesidad de que fuera así. Podía haber ocurrido que cada provincia del cosmos tuviera sus propias leyes de la naturaleza. No era evidente desde el principio que las mismas leyes tuvieran que regir en todas partes. Sería totalmente insensato negar la existencia de leyes de la naturaleza y, si es de esto de lo que hablamos cuando decimos Dios, no hay posibilidad alguna de ser ateo, o al menos alguien que profesase el ateísmo tendría que dar un argumento consistente de por qué las leyes de la naturaleza son inaplicables. Y creo que se vería en apuros para lograrlo. Así pues, según esta segunda definición de Dios, todos creemos en Dios» (Sagan, 2007: 170).

Sobre Dios, como bien dice Sagan, hay hipótesis, cada religión tiene su hipótesis y su visión de Dios, que pasaron de enfoques antropomórficos y zoomórficos de Dios hasta su reemplazo por el monoteísmo actual, de aquel que vislumbra a Dios como omnipotente, omnipresente y omnisciente. Ahora, considero que no debe de entenderse el concepto de Dios tal como Sagan lo plantea, como algo que tenga como objetivo hacer de la ciencia una nueva religión a la manera comtiana o cientifizar las religiones actuales, sino todo lo contrario, es simplemente un concepto más dentro del amplio abanico de posibilidades que dicha idea genera al ser altamente especulativa (y como tal la idea de Dios se expresa en su multiplicidad de manifestaciones), una conceptualización en efecto más materialista de Dios (que pudiera identificarse como panteísta, pero si se lee con atención, no se está diciendo que Dios y la totalidad existente, el Cosmos, sean una y la misma cosa, sino que se habla de Dios como una suma de cuestiones muy concretísimas, de las leyes físicas del universo, postura más cercana al deísmo que ha sido muy característico de muchos científicos desde la revolución copernicana), que puede estar en comunión o no, ser incluyente o no, ser complementario o no, con los principales dogmas de las religiones institucionales, siendo contingente su aplicabilidad al marco gnoseológico de cada religión o visión de Dios. Pero para lo que si nos es útil esta concepción materialista de Dios, es para reafirmar el hecho de que no hay ninguna disrupción entre praxis científica y la fe del científico (sea cristiano o de cualquier otra religión, o sea receptivo a la posibilidad como hipótesis dentro de un proceso de conversión contingente), de que al contrario de ser cuestiones disyuntas, son vinculantes y se retroalimentan.


Cabe finalizar la presente con las impresiones que Sagan tenía sobre las tradiciones y las religiones institucionales. Sobre la tradición Sagan no escatimaba esfuerzos en afirmar que la tradición es algo precioso, una especie de síntesis de decenas o cientos de miles de generaciones de humanos. Es un don de nuestros antepasados, siendo esencial recordar que la tradición es una construcción social humana cuyos objetivos son perfectamente pragmáticos (Sagan, 2007: 209). Pero tampoco reparaba en afirmar que mientras algunas tradiciones se mantienen en el tiempo, otras cambian y deben cambiar a la misma velocidad que lo hacen las condiciones (Sagan, loc. cit.). Asimismo, y en torno a las religiones, si bien no duda en precisar que las religiones han servido muchas veces como medio de las autoridades políticas para mantenerse en el poder, es decir, como medio de control social, esto no quiere decir que sea esta la única forma de manifestación de la religión en la historia humana, hay un componente espurio como uno virtuoso, y en ello es tajante su conclusión al respecto:


«De ninguna manera se deriva de ello que las religiones no tengan función alguna, o que su función no sea beneficiosa. Pueden proporcionar de manera muy significativa, y sin parafernalia mística, criterios éticos para adultos, cuentos para niños, organización social para adolescentes, ceremoniales y ritos de paso, historia, literatura, música, consuelo en tiempos de pesar, continuidad con el pasado y fe en el futuro, pero también son muchas las cosas que no proporcionan» (Sagan, 2007: 207).

En torno a esta última cita, nuestros comentarios finales son que, la religión como fenómeno social –independientemente de su valor gnoseológico– en un hecho universal digno de estudio, en tanto que lejos de desaparecer con el advenimiento del pensamiento científico, se ha mantenido y se ha fusionado con la cultura de pueblos varios, conformando parte de su acervo y tradiciones. Cierto es que la religión ha tenido muchas formas de instrumentalización a lo largo de la historia humana (como también la ciencia), desde un sentido benévolo como base de una normativa moral y una escatología cuya visión impactó en el arte, la arquitectura y la música (lo que en la ciencia es la mejora de la calidad de vida de toda la humanidad), hasta en un sentido negativo, sustento de los más barbáricos fundamentalismos, persecuciones y como medio de control social (tampoco la ciencia fue y es ajena a ello, las víctimas del progreso en la experimentación con seres humanos, la tecnología armamentística con capacidad para el exterminio de la humanidad, y nuevos métodos de esclavismo digital y de control social a través de las tecnofilias acríticas como el transhumanismo). Sin embargo, reducir el fenómeno religioso a lo exclusivamente negativo (como también el científico), no sería más que un reduccionismo pleno y muestra de una ignorancia muy grave, que niega equívocamente el papel y la función social que cumplió en el pasado y que cumple la religión hoy en día, hechos que quedan en evidencia cuando abordamos el tema desde la Historia de la Religión, la Filosofía de la Religión y la Sociología de la Religión. Quien se diga a si mismo humanista y menosprecie en todo el fenómeno religioso, se reduce a si mismo a un anti-humanista, porque el origen y desarrollo de la humanidad (en diverso grado), siempre ha estado ligado a la especulación metafísica (y la ciencia tampoco es ajena a la metafísica, pero a diferencia de la religión cuya base es una metafísica espiritualista, la ciencia tiene base en una metafísica materialista) y así también se presume su devenir. Y la expresión religiosa dentro de ello, parte de la creatividad hermenéutica y cultural de los pueblos del mundo.


El sobrecogimiento, el asombro y la creatividad, son los estromas comunes entre religión y ciencia.

Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 239 del 13.09.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.

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