Al 99% de los votos electorales escrutados (The Associated Press, 08.11.2020), y con 290 votos que representan el 50.6% de votos, el candidato por el Partido Demócrata Joe Biden es ya indudablemente el Presidente número 46 de la nación estadounidense, derrotando en las urnas al actual Presidente Donald Trump, candidato por el Partido Republicano, que alcanzó 214 votos electorales que representan el 47.7% de los votos. Esto no pasaría de ser otra elección estadounidense más de no ser por varios datos interesantes, como por ejemplo que, (i) Trump ha pasado a la historia como el primer presidente estadounidense que pierde una reelección en 28 años de historia política de EE.UU, así como (ii) esa coloración tan polarizada que todos hemos podido apreciar en el mapa electoral estadounidense, entre una amplia zona roja (republicana) más cercana al corazón mismo de la nación estadounidense, y una zona celeste (demócrata) cerca de las zonas costeras. Este último dato seria meramente referencial si lo vemos únicamente desde un punto de vista politológico y jurídico (derecho electoral o Election Law), pero las cosas cambian si lo vemos desde un punto de vista teórico político y geopolítico. Y es que el fenómeno del trumpismo desde esta última arista ha representado, para muchos analistas, un quiebre o disrupción en la política estadounidense (como por ejemplo, para Alexander Dugin, principal referente en análisis geopolítico de la Federación Rusa –y que por obvias razones siempre sigue de cerca los acontecimientos de la potencia norteamericana, en un contexto en donde Rusia está recobrando el poder geopolítico perdido con la disolución de la Unión Soviética–, y sobre el cual abundaremos en adelante). Haremos comentarios muy puntuales respecto de estos dos puntos mencionados.
En torno al primer punto, consideramos que son tres factores los que han propiciado a la derrota de Trump en estas elecciones, y que no son de difícil inferencia producto del desenvolvimiento de su forma de gobernar, siendo que esta opinión es casi generalizada en la mayoría de analistas, en reconocer que: (1) la actitud del presidente durante su campaña del 2016 (un populismo retador del ¡America First! o ¡Make America Grate Again!) le pudo haber funcionado para llegar al poder pero no para dirigir un país (generando un incremento del sentimiento anti-Trump de aquellos que inclusive votaron por él en las elecciones pasadas, principalmente por su respuesta agresiva a las protestas por abuso policial por la muerte del afro- estadounidense George Floyd, que solo contribuyeron a polarizar aún más a la sociedad en lugar de generar la tan ansiada unidad del pueblo estadounidense), lo que se agravó con (2) el advenimiento de la pandemia (ante una falta de liderazgo firme durante la crisis sanitaria que se manifestó en el ninguneo que Trump demostró al Covid-19 –a pesar que él mismo fuera infectado y que Estados Unidos sobrepasara la cifra de 100,000 muertos por este virus el 27 de mayo y que ahora se encuentra en 231,400 muertos–), y el impacto que esto generó al principal baluarte fuerte que Trump tenía para la reelección, (3) el manejo económico que hasta febrero de este año había sido relativamente bueno por la reducción de las tasas de desempleo (sin embargo, esto también vino a ser afectado por la crisis sanitaria y el cierre de actividades, causando la perdida de millones de empleos). Convirtiendo el voto por Biden, en un voto de castigo a la administración de Trump, al respecto:
«No se trata de restarle mérito a Biden, pero se suele decir que las elecciones en las que el presidente aspira a un segundo mandato son en realidad un referéndum a su gestión. Y en este caso, si bien fue por una diferencia mucho menor de lo que indicaban los sondeos, Trump perdió ese referéndum, especialmente por el manejo de la crisis del coronavirus, pero no solo por eso. También tuvo peso la fatiga del electorado ante su discurso, que en 2016 resultó novedoso pero que cuatro años después sonaba repetitivo, sin nuevas propuestas o un programa claro para abordar un segundo mandato» (BBC News Mundo, 07.11.2020).
En torno al segundo punto, y sin perjuicio de lo mencionado, la polarización a la que hicimos alusión líneas arriba quedó aún más en evidencia en el mapa electoral, sin embargo y a diferencia de la historia electoral estadounidense, en donde el Partido Republicano y el Partido Demócrata, se corresponden a una visión más conversadora de derecha y más liberal de izquierda, respectivamente, pero ambas a fin de cuentas liberales y con el mismo objetivo geopolítico de que Estados Unidos siempre sea el baluarte del proceso de globalización que exporte su modelo político y económico al resto del mundo, en esta oportunidad Trump –cuando llegó al poder– precisamente vino a significar todo lo contrario, el quiebre del equilibrio consensuado por su enfoque anti-globalización más próximo a un nacionalismo popular. Postura que reafirmó durante el curso de la pandemia:
«Se trata de nuestro país, no del mundo, tenemos que arreglar nuestro país… Hace años, fabricábamos nuestro producto, no dependíamos de todos en el mundo… son globalistas. Son personas que piensan que tenemos que hacer al mundo rico a nuestra costa… Esos días se han acabado…y en todo caso, en los últimos dos meses, se ha demostrado que eso es cierto» (Donald Trump, 07.05.2020).
Esto es lo que al analista Alexander Dugin –en un artículo del mismo nombre que la presente–, le llama a afirmar que esta disrupción ha ocasionado un antes y un después, de que Estados Unidos ya no volverá a ser el mismo y el trumpismo ha sido el detonante:
«De ahora en adelante, élites y masas, globalistas y patriotas, demócratas y republicanos, progresistas y conservadores se han convertido en polos independientes y de pleno derecho, con sus propias estrategias, programas, puntos de vista, evaluaciones y sistemas de valores alternativos. Trump hizo estallar a Estados Unidos, rompió el consenso de la élite, descarriló la globalización» (Dugin, 15.10.2020).
Y es aquí donde comienza a tomar relevancia el análisis geopolítico de las elecciones, ya que la composición del mapa electoral del 2016 es muy similar a la del 2020, para Dugin esto tiene una explicación interesante, extrapolando las teorías geopolíticas de Mackinder (sobre el poder terrestre) y la de Mahan (sobre el poder marítimo), al caso en concreto, para lo cual es necesario refrescar un poco al lector al respecto.
Dentro de la historia de la geopolítica, Alfred Mahan (1890) con su estudio «La influencia del Poder Naval en la historia 1660-1783» (The Influence of Sea Power upon History, 1660-1783) remarcó la importancia del poder naval (buques más bases) como factor primordial del poder marítimo, entendiendo a este último como la capacidad que posee una nación para el uso del mar como parte de su proyección política, económica y cultural (Blanco Nuñez, 1996); concepto (Sea Power) que se le ocurriría como anécdota, aquí en Perú, mientras leía un libro de historia en el Club Inglés de Lima (Ferreiro, 2008).
Por su parte, el geógrafo inglés John Mackinder (1904) con su ensayo «El Pivote Geográfico de la Historia» (The geographical pivot of history), famoso por su Teoría del Heartland (corazón continental), postularía que el dominio de una área concreta de territorio permitiría a quien la posea un control efectivo del mundo, lo que se plasmó en su famosa frase: «Quien domina la Europa Oriental controla el corazón continental. Quien domina el corazón continental, controla la isla mundial. Quien domina la isla mundial, controla el mundo» (Mackinder, 1904: 434-437). Esta teoría tendría gran recepción en otro pensador al que se le considera como el padre de la geopolítica como ciencia: Karl Haushofer (1927).
Así desde el punto de vista geopolítico, la segunda guerra mundial se vio como la lucha directa entra la teoría de Mahan del poderío naval («el mundo será dominado por la nación que domine el mar»), y la de Haushofer del poderío terrestre («dominará el mundo la nación que domine el bloque continental eurasiático»). La talasocracia (poderes marítimos) en lucha contra la telurocracia (poderes terrestres), la constante histórica que ha caracterizado los grandes conflictos bélicos en la historia de la humanidad. Siendo Estados Unidos y el Imperio Británico ejemplos de poderes (mayoritariamente) marítimos, y la Alemania Nazi junto con la Unión Soviética, en su tiempo, ejemplos de poderes (mayoritariamente) terrestres ¿A qué viene todo esto y cuál es su relación con las elecciones en Estados Unidos? Pues que precisamente las teorías geopolíticas no solo atribuyen a la diferencia entre poder marítimo y poder terrestre meras características estratégicas de un pueblo, sino también caracteres culturales y civilizatorios. Al respecto:
«el concepto más importante de la geopolítica desde Mackinder, el fundador de esta disciplina, es el “Heartland”. El cual denota el núcleo de la civilización de la tierra (Land Power) opuesta a la civilización del mar (Sea Power).
Tanto el propio Mackinder, como especialmente Carl Schmitt, quien desarrolló sus ideas, están hablando del enfrentamiento entre dos tipos de civilizaciones, y no solo de la disposición estratégica de fuerzas en un contexto geográfico.
“La Civilización del Mar” encarna la expansión, el comercio, la colonización, pero también el “progreso”, la “tecnología”, los cambios constantes en la sociedad y sus estructuras, reflejando el elemento líquido del océano – la sociedad líquida de Z. Bauman. Es una civilización sin raíces, móvil, en movimiento, “nómada”. La “Civilización de la Tierra”, por el contrario, está asociada al conservadurismo, la constancia, la identidad, la estabilidad, la meritocrácia y los valores inmutables, es una cultura con raíces, de carácter sedentario» (Dugin, 15.10.2020).
Si extrapolamos estas teorías al mapa electoral estadounidense, tendremos claramente que la civilización terrestre (con su enfoque conservador, más republicano) de los Estados Unidos, está representado por las zonas alejadas de la costa (zonas rojas en el mapa electoral), mientras que las zonas costeras (zonas celestes en el mapa electoral) representan la civilización marítima (con su enfoque más cosmopolita, más demócrata). En ese sentido sentencia Dugin:
«Antes de Trump, parecía que los Estados Unidos eran solo zonas costeras. Trump dio voz al Heartland estadounidense. Por lo tanto, se activó y se concientizó el centro rojo de EE.UU. Trump es el presidente de esta “segunda América”, que prácticamente no está representada por las élites políticas y no tiene casi nada que ver con la agenda de los globalistas. Esta es la América de las pequeñas ciudades, de las comunidades y las sectas cristianas, las granjas o incluso de grandes centros industriales, devastados y destruidos por la deslocalización de la industria y el traslado de la industria a áreas con mano de obra más barata. Este es el Estados Unidos abandonado, traicionado, olvidado y humillado (Dugin, 15.10.2020).
Como colofón, si Trump representa un nacionalismo popular anti-globalista ¿Qué simboliza Biden para este analista geopolítico ruso? Básicamente el retorno a la política desgastada de la globalización y la corrección política (Political Correctness) que fue precisamente la razón que movilizó a ese Heartland, a esos «Estados Unidos Profundos», a esa zona roja en el mapa electoral, que determinó la elección de Trump en el 2016. Pero lo cierto es que, por lo mencionado en la primera parte de la presente, si Trump busca un culpable de su no reelección, solo tiene que mirarse al espejo.
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 195 del 09.11.2020». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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