Actualmente el mundo se encuentra al borde de una hecatombe ecológica, la Organización de las Naciones Unidas a través de su Programa para el Medio Ambiente y mediante Informe Anual (2018), pronosticó para el 2050 derretimiento de todo el polo ártico, extinción masiva de especies y el incremento de la temperatura en un 250%, lo cual se ha visto refrendado por el GEO-6 (Perspectivas del medio ambiente mundial) del 2019.
En nuestro ámbito el panorama no es más alentador, ya que estamos contribuyendo de igual manera al deterioro del medio ambiente: Minería ilegal en Madre de Dios, el colapso de relaves mineros en Ancash, los derrames de petróleo en el Amazonas (al que se suma el reciente derrame en Ventanilla), la depredación en reservas ecológicas como las de Chaparrí y la deforestación exacerbada que determinó la pérdida de 164,662 hectáreas de bosques húmedos amazónicos en el 2016.
A lo mencionado se aúnan los múltiples incendios en la Amazonia de Brasil que en el 2019 representaron una pérdida de más de 1,290 hectáreas verdes reducidas a cenizas, en lo que se configura como el peor desastre ecológico de este tipo en los últimos siete años, y que también afectó a zonas amazónicas de Bolivia, Paraguay y Perú.
El mensaje de todo esto, es que la catástrofe ecológica mundial yace próxima si no hacemos algo para detenerla, y es lastimoso que hayamos tenido que llegar a tales contextos extremos, para que recién se cree un entorno favorable a la revalorización de sistemas de pensamiento más integrales y que parten de saberes y conocimientos ancestrales, en tanto se tiene en claro que estos hechos no son producto de una forma de pensar cualquiera, sino precisamente de una visión instrumentalista de la naturaleza, en donde esta se nos muestra como un mero medio u herramienta para la satisfacción de fines humanos y no como una esfera de la cual nosotros, como seres vivos, también somos parte, visión que es la causante directa de las tragedias ecológicas mencionadas.
Ante este escenario, la natural consecuencia es que haya una crítica a una faceta específica del pensar occidental y con ello el retorno y por ende, la vizibilización de formas de pensamiento no-occidental y su consiguiente sistematización en un cuerpo ordenado de principios y enseñanzas, siendo un ejemplo concreto de ello, el proyecto de Sumak Kawsay como un intento por brindar otra visión de la relación entre el hombre y la naturaleza, no como entes separados, sino, como partes integrantes de una unidad trascendental viviente e indisoluble, en tanto nuestros antepasados indígenas contaban con una conceptualización más holística que se ve reflejada en los vestigios que nos han dejado sus sociedades y que son materia de estudio y asombro hasta nuestros días. Mayas, aztecas, chipchas, quechuas, aymaras, guaraníes, mapuches, etc, compartían una visión armónica de la vida y su relación con la naturaleza.
Estos proyectos, junto con otros de igual índole y en donde se encuentra nuestra propia postura crisolista, configuran un rechazo (no solo al liberalismo y a la globalización, como otras manifestaciones de esa visión instrumental, sino, principalmente), a una faceta especifica del pensar occidental moderno (que les dio origen), y que está sustentada en dos pilares fundamentales: el antropocentrismo (el hombre y la racionalidad de carácter conceptual como última medida de la realidad fenoménica: «él es el fin último de la creación aquí en la tierra, porque es el único ser en ella que puede hacerse (..), por medio de su razón, un sistema de fines» Kant, 1790) y la idea de progreso lineal (como perfectibilidad indefinida del género humano que no admite ninguna regresión total, nicht mehr gänzlich rückgängig, Kant, 1798). Es decir, lo que se está poniendo en tela de juicio hoy en día, son los productos de un movimiento cultural e intelectual que definió las características consustanciales del mundo moderno, en ello, el llamado siglo de las luces o la Ilustración.
Es en este contexto en donde está surgiendo una nueva categoría, antitética a la Ilustración antropocéntrica, bajo el nombre de Ilustración Oscura.
Desde nuestra órbita peruana (ya que el contenido que le daremos al término difiere diametralmente de la visión aceleracionista del filósofo británico Nick Land), y desde un enfoque crisolista, la ilustración oscura se nos presenta como un movimiento que, en reacción semántica al siglo de las luces, desde las sombras de los conocimientos relegados, surge como revitalización del conocimiento ancestral de los pueblos de las Américas, de Oriente y de los pueblos occidentales anteriores a la Ilustración, ya que si en el siglo XVIII la Ilustración significó el asentamiento de la fe en el progreso infinito y en la razón instrumental como único criterio de aproximación a la realidad, la Ilustración oscura representa el rechazo de la idea del progreso lineal (tiempo lineal: pasado, presente, futuro), anteponiendo la idea de desarrollo y/o movimiento sinérgico (tiempo cíclico, muy presente en nuestras sociedades ancestrales y en donde el pasado y el futuro actúan de forma conjunta en el ahora) y la visibilización del carácter multívoco del conocimiento humano (que reconoce tres formas de ejercicio de la razón, en ello, la racionalidad sensorial, la mítica y la conceptual, Quelopana, 2010, Peña Cabrera, 1994), ya que esa distinción tajante entre mito y razón, solo es pareidólica, en tanto que:
«…si se buscan los orígenes del mito se descubre siempre sólo etapas de diferentes formas de afirmación racional del ser y de la vida. No hay mito preracional arcaico y, en consecuencia, ningún camino que conduzca del mito al Logos: ‘sólo hay -como dice Hans Blumenberg- una racionalidad y simbolización cambiante en el curso del tiempo. Lo que cambia es únicamente la percepción de la realidad a través del hombre’» (Peña Cabrera, 1994).
Distinción que generó la invisibilización del conocimiento ancestral; la Ilustración por ello configura un reduccionismo logocrático y antropocéntrico mientras que la Ilustración oscura propone un holismo gnoseológico más integral y sistémico de la mano de una visión ecocéntrica.
Referencias bibliográficas
ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS. (2018). «Informe Anual». Programa para el Medio Ambiente (PNUMA). Disponible en: https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/27734/PPR_2018_FINAL.pdf?sequence=1&isAllowed=y
ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS. (2019). «Perspectivas del medio ambiente mundial (GEO-6)». Programa para el Medio Ambiente (PNUMA). Disponible en: https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/27539/GEO6_2019.pdf?sequence=1&isAllowed=y
KANT, Immanuel. (1790). «Crítica del Juicio». Edición de Editorial Gredos. Tomo II. 2010.
KANT, Immanuel. (1798). «El Conflicto de las Facultades». Edición Editorial Losada. 2004.
FLORES QUELOPANA, Gustavo. (2010). «Filosofía Mitocrática y Mitocratología». Fondo Editorial IIPCIAL.
PEÑA CABRERA, Antonio. (1994). «Racionalidad y Racionalidades». UNMSM. En: http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/publicaciones/Logos/1994_n1/racionalidad.htm
Bibliografía
LERUSSI, Andrea Natalia. (2014). «Hacia una Revisión del Antropocentrismo Kantiano: argumentos para una consideración ética de la naturaleza (orgánica) según la crítica de la facultad de juzgar teleológica». En: Rev. Ideas y Valores, Vol.I.XIV, n.º 158 pp. 123-141. Disponible en: http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0120-00622015000200007&lng=es&nrm=iso&tlng=es
CANGUILHEM, Georges. (1999).«La decadencia de la idea de progreso». En: Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., vol. XIX, n.º 72, pp. 669-683. Disponible en: http://documentacion.aen.es/pdf/revista-aen/1999/revista-72/decadencia-de-idea-de-progreso.pdf
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 100 del 23.08.2019». Diario La Verdad.
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