«El globalismo sin fronteras ha quedado en manifiesto ridículo ante tan dantescos e inesperados acontecimientos. Las fronteras sí sirven para algo y ahí está el Estado-nación. A la pandemia, pese a la expresión, no se le está haciendo frente desde una escala global sino nacional y limitadamente internacional, es decir, con tímidas y escasas colaboraciones entre países (no precisamente vecinos o del mismo continente). ¿Cabe mayor prueba de que la globalización aureolar es sólo un mito oscuro y confuso? Y nos estamos refiriendo a un mito apotropaico; esto es, un mito pensado contra el anarquismo en el sentido más amplio del término, lo que significa estar frente al individualismo y el pluralismo radical, es decir, procurar un «Nuevo Orden Mundial» frente a un caos mundial. No existe la globalización tal y como es planteada por los globalistas (presos de una filosofía política monista y de una filosofía de la historia progresista). La Realpolitik es la dialéctica de Estados y la dialéctica de Imperios dura y cruda, lo demás son ilusiones e ingenuidades de aquellos que quieren finiquitar la historia con el triunfo apoteósico pero pacífico del fundamentalismo democrático. La Globalización oficial es sólo un fenómeno o una apariencia falaz producto de la globalización positiva, esa misma que ha hecho posible la propagación planetaria del virus, esto es, la pandemia a gran velocidad. La globalización positiva será la tumba del globalismo. El coronavirus será el sepulturero del globalismo y del progresismo, esto es, de la creencia del progreso global indefinido muy propio de la socialdemocracia y de las izquierdas indefinidas; grupos y partidos en su mayor parte controlados por las instituciones globalistas que dirigen ciertas élites súper adineradas; sujetos que deben padecer durante estos días una especie de terror apotropaico (o tal vez al orden que implante el eje China-Rusia, si es que salen reforzadas de la crisis, lo que aún está por ver)» (Daniel López,26.03.2020).
Estos son los comentarios que desde el materialismo filosófico de la Escuela de Oviedo, nos refrendan el hecho que nos encontramos ante un evento sin precedentes (con los matices correspondientes hoy en día, ya superados los peores momentos de la pandemia), es decir, la antesala del progresivo deterioro y descrédito de la globalización, la sociedad abierta y la idea de progreso indefinido, todas ideas que beben de la fuente directa del humanismo secular ilustrista del siglo XVIII y particularmente del idealismo subjetivo kantiano y de dos de sus planteamientos: 1. El Volkestaat-civitas Gentium, o Estado de los pueblos, en donde por una vía de sucesivos engrandecimientos de territorio acordados entre las naciones, se abarcaría a toda la tierra, formando así la liga de los pueblos y generando una paz perpetua. Y, 2. La idea de progreso indefinido, expuesta bajo la siguiente formulación: Einem vernunftigen, aber endlichen Wesen…, ist nur der Progressus ins Unendliche, von niederen zu den hoheren Stufen der moralischen Vollkommenheit moglich (un ser racional pero finito…es solo progresivo hasta el infinito, desde los niveles inferiores a los superiores de la perfección moral). Idea que compartirían Turgot, Condorcet, Comte y Spencer. 3. A lo que se agrega un tercero que ya no pertenece a Kant, pero es parte del acervo ilustrista, en ello, el planteamiento del filósofo Benjamin Constant (1819) de que ningún interés particular deberá ser nunca sacrificado en beneficio del bien común o interés colectivo o la seguridad pública, lo que se plasmó en su famosa frase:
«La independencia individual es la principal necesidad moderna. En consecuencia, uno nunca debe pedir que se sacrifique para establecer la libertad política».
La postura contraria a lo planteado (es decir, al deterioro de la idea de la globalización), se puede identificar en lo expuesto por el filósofo Yuval Harari (Financial Times, 20.03.2020), para quien (en el momento más álgido de la pandemia) la dicotomía era y es tajante, advirtiéndonos que nos encontramos en un momento decisivo que determina el actual escenario y que impactará en la post-pandemia y que nos obligará a elegir entre el totalitarismo de la vigilancia o el empoderamiento ciudadano, o por otro lado, entre el nacionalismo proteccionista o la cooperación global, es decir, lo que necesitamos según Harari es apostar por más respeto irrestricto a las libertades y más globalización frente a menos protección civil que incluye ciertas restricciones a la libertad y el reforzamiento de la soberanía política de los Estados, agregando, por increíbles que nos parezcan sus comentarios en este contexto de excepción como lo es una crisis sanitaria, que lo que más teme es que «cada gobierno se ocupe de lo que es suyo». De nuevo la apuesta de Harari hunde sus raíces en el humanismo secular ilustrista, de ese que el virus ha infectado y que actualmente se encuentra en estado crítico, porque es la restricción temporal de la libertad para la salvaguarda de la salud pública y el nacionalismo proteccionista lo que produjo (en su momento) el control de la pandemia, como lo demostraron naciones como Rusia y China, y que inclusive obligó a democracias liberales a adoptar decisiones iliberales, algunas muy tarde con penosas consecuencias ya ampliamente conocidas en los tiempos en donde aún no existía una vacuna (p.ej. Reino Unido).
Ante este cambio de paradigmas: ¿Podemos argüir que el humanismo también ha caído en descrédito porque el humanismo secular ilustrista ha fallado al ideal del humanismo hasta traicionarlo? La respuesta es un rotundo no, porque el humanismo no se reduce al secularismo y a la ilustración, y cualquier investigación objetiva que se lleve a cabo sobre el tema, es consciente que la categoría de humanismo, en realidad es problemática (Gustavo Bueno, nódulo materialista, 2015) siendo mejor adoptar la categoría de humanismos (sin que ello desmerezca una conceptualización general que por esto mismo tendrá que ser pura, universal y no llena de particularismos diferenciantes), por lo que la definición de Stephen Law en su libro «Humanismo», solo corresponde a una tipología de estos, la del humanismo secular contemporáneo que es agnóstico o ateo, siendo que cualquier pretensión de reducción (que a veces se da en algunos sectores, no en todos, haciendo énfasis en los más radicales) del concepto de humanismo a solo esta expresión equivale a una iniciativa de monopolización que solo puede beneficiar a quien la invoca, para así tildar de anti-humanistas a todos los que no se encuentren delimitados dentro de sus siete conceptos fundamentales. Lo cual en sí, va en contra de la misma esencia del humanismo original, por lo siguiente:
«…la verdadera valía hoy del humanismo es la de ser una de las posturas más flexibles y que más encajan en los cultos religiosos más importantes o en los diferentes sistema racionales, irracionales o morales, todos ellos con una postura positiva hacia la humanidad, contienen algo característico de él. Libertad, dignidad, creatividad, respeto y curiosidad hacia el mundo y hacia nuestra naturaleza, son tan inextricablemente relativos a la naturaleza humana que parecen casi irrechazables. Además, y aunque no sea un razonamiento muy ortodoxo, ¿no aleja sospechas un movimiento que no crea sistemas cerrados, que no crea escuelas, ni adeptos, que se forma de manera espontánea, que no inculca contenidos sino que enseña a debatir y a aprender, que no nos pide creencias, salvo lo que es relativo a nuestra condición humana? Se podría debatir qué es lo propiamente nuestro, pero el objeto de estudio es lo que une a cualquier amante del conocimiento» (Rodríguez, 2002:6).
Esto pues nos acerca a una concepción más integral del humanismo, más humana valga la tautología, ya que si revisamos todos los humanismos que han existido en la historia del hombre, encontraremos unos estromas comunes, universales pero a su vez diferenciados por cada entorno cultural en donde se desenvolvieron. El humanismo como categoría integral como veremos es lo más contrario al ideal de la globalización que tuviera sus bases en la ilustración, porque mientras que el humanismo como teoría universal (2011) se enriquece en sus diferencias culturales, la globalización posmoderna requiere la nulificación de las identidades culturales para su éxito totalitario de un mundo sin fronteras, en tanto que esta, la globalización, y como afirma Bandieri (2007) parafraseando a Benoist (2004) ha funcionado como una máquina de licuefacción de identidades. Siendo que corresponde bajo la esencia del humanismo original (que no es otro que el renacentista, no porque sea el primero o el mejor necesariamente, sino porque sus principios fueron más concientizados dada su mayor propagación a diferencia de otros tipos de humanismos como el Chino; es de mencionar que una corriente de estudio considera actualmente al Hinduismo como el humanismo original, por lo que cabe), recordar cuales fueron aquellas bases que determinaron el surgimiento de una reacción (humanista) a un periodo de crisis histórica particular. No somos ajenos a la crítica de Gustavo Bueno, que precisa que las categorías de renacimiento y humanismo ni siquiera existían en los tiempos en que se les imputa su ejercicio (anacronismo), y que las características del humanismo que se les atribuye a los humanistas de ese periodo histórico, son las del humanismo que aparece por primera vez en el siglo XVIII en las Éphémérides du citoyen (tomo primero, entrega XVI, París, viernes 27 de diciembre de 1765, y que figura en el libro de F. I. Niethammer, Der Streit des Philanthropinismus und Humanismus, Jena 1808). Ese humanismo entendido como «el amor general por la humanidad» que propiciaba por ello la promoción de «...la retórica y la gramática como la base del lenguaje humano en donde se encierra toda su sabiduría, era el arte supremo porque servía de contacto con todas las artes y todas las disciplinas» (Rodriguez, 2002:4). G.Bueno nos refrenda el hecho de que esta idea de amor a la humanidad como amor al género humano es problemática, porque la imagen del hombre que tiene cada humanismo varía, siendo que el género humano sería una categoría lisológica (es decir que se nombra sin considerar el enorme acervo de complejidades que trae consigo), por ello mientras el humanismo como categoría genérica se torna en problemático no por escasez de modelos sino por plétora (abundancia), sin perjuicio de ello, nosotros consideramos que los humanismos son en cambio el resultado del ejercicio concreto de los seres corpóreos que son los humanistas y así tenemos a los humanistas del siglo de Buddha, el humanismo greco-romano, de la Europa del renacimiento, el humanismo Chino, el humanismo japonés, el humanismo coreano, el humanismo de la cultura Árabe-Islámica, el humanismo Eslavo-ruso, etc (Belda Beyneto, 2010, 7 volúmenes), lo que si nos permite arribar a un posible concepto genérico que ve al humanismo definido como un procedimiento de cambio social que se caracterizó siempre por la promoción de la cultura y el conocimiento, dando por ello importancia a la enseñanza y al aprendizaje a través del ejercicio de la razón, el objetivo de este proceso siempre fue la búsqueda de la virtud y el conocimiento integral, lo que se consagra en la postura de Leonardo Da Vinci, el anhelo de «“llegar a ser universal”. En este sentido, ...nuestro personaje es la máxima representación de lo que postulamos, el hombre debía de ser completo. Todo estaba tan imbricado entre sí que se debía cultivar todas las artes y las ciencias para llegar a alcanzar un verdadero saber que le transportaría a corresponderse enteramente con el cosmos y su funcionamiento» (Rodriguez, 2002:4). Pero no nos dejemos engañar por un sector de los actuales humanistas seculares agnósticos o ateos que muchas veces sostienen posturas radicales y dogmáticas contrarias como vemos a los mismos principios del humanismo como fenómeno universal, que al contrario buscó precisamente alejarse del dogmatismo. Sin perjuicio de ello, es un hecho innegable que los múltiples humanismos históricos, siempre surgieron de las religiones, en el periodo greco-romano, p.ej: «La civilización greco-romana fue profundamente religiosa, y en este aspecto, el humanismo clásico grecorromano no discute ni la necesidad de los dioses ni la importancia de lo divino en la comprensión del mundo y de los hombres» (Belda Beyneto, 2010:644-645). De igual forma, los humanistas del renacimiento: «Su condición cristiana fue innegable, si bien abogaron en muchos casos por la necesidad de la reforma de la Iglesia y pretendieron armonizar la cultura cristiana con la pagana. Desde este arsenal de cualidades y condicionantes fueron los responsables de una operación de verdadera reforma educativa, con su ataque feroz a la instrucción escolástica y sus propuestas de renovación del programa educativo, ataque al dominio de la lógica y reivindicación de las disciplinas del lenguaje, desde la gramática a la retórica» (Belda Beyneto, 2010:642). Ya en tiempos más contemporáneos el humanismo cristiano se seculariza y surge el llamado humanismo de Jacques Maritain que postula una imagen del hombre como «...un ser hecho de materia y espíritu, cuyo cuerpo puede haber surgido de la evolución natural de formas animales, pero cuya alma inmortal procede directamente de la creación divina» (1942:15). Asimismo: «La nueva era del cristianismo, si es que ha de sobrevenir, será una era de ajuste de aquello que fue separado; será la época de una civilización cristiana “secular”, en la que las cosas temporales, la razón filosófica y científica y la sociedad civil gocen de autonomía y al mismo tiempo reconozcan el papel animador e inspirador que desempeñan desde su plano superior las cosas espirituales, la fe religiosa y la Iglesia» (1942: 12-13). Por otro lado, en la esfera asiática y en el caso del humanismo oriental se puede ver también como: «...en las distintas religiones de Oriente el humanismo nació del seno de éstas y cómo esto supuso una importante transformación de cada una de ellas. La gran característica religiosa asiática consiste, evidentemente, en el no teísmo, a diferencia del fundamento occidental, lo cual es garantía de entendimiento por complementación cultural» (Belda Beyneto, 2010:645). Por ende tenemos que «la escisión entre el espacio de lo religioso y el de lo laico será una operación llevada a cabo en la cultura occidental a partir del siglo XIII y en el seno de la civilización cristiana, con la disputa político-religiosa entre el poder papal y el imperial, y consumado, al menos teóricamente, en el siglo de la Ilustración» (Belda Beyneto, 2010:644-645). Recordando asimismo que muchos pensadores de la Ilustración eran deístas, luego ello con el tiempo se transforma en agnosticismo y luego en ateísmo (Bueno, 2015), pero eso corresponde solo a un sector del humanismo como hemos ampliamente precisado. Cuando el humanismo se torna en secular con el avance de la Ilustración, es que surgen los que llamaremos humanismos seculares políticos, cada uno con su propia imagen del hombre, y algunos con su teoría del hombre nuevo, así tenemos al humanismo secular liberal, al humanismo secular marxista y al humanismo secular y no-secular fascista, estos tres entre laicos y no-laicos (dependiendo de cada caso en particular), ya que aquí hay que efectuar una distinción importante entre secularización y laicismo. La secularización generalmente va acompañada del laicismo, pero no siempre es así. Laicismo solo atañe a la libertad de conciencia, mientras que la secularización corresponde a la separación Iglesia-Estado, así p.ej. podemos tener Estados Seculares y Laicos como Francia, o Estados Seculares y no-laicos como los tiempos del Ateísmo de Estado de algunos países comunistas, es decir que defienden la separación Iglesia-Estado pero no permiten la libertad religiosa. Así como también tenemos Estados no seculares pero laicos, como Estados Unidos, en donde se tiene una fuerte tradición protestante y Dios ocupa un lugar especial en el simbolismo político del Estado, pero que permite la libertad de conciencia respecto de otras religiones. El Perú es un caso especial porque se supone que es un Estado secular, porque consagra en su constitución la independencia y autonomía respecto de la Iglesia Católica pero al mismo tiempo la reconoce como una institución fundamental en la formación histórica, cultural y moral del Perú. Y se tiene por relativamente laico, ya que aún el curso de religión que se enseña en las escuelas es el de la religión católica, pero la constitución al mismo tiempo permite la libertad de creencias y confesión. Esto último es materia de discusión actual, si es que el Perú es realmente o no un Estado Secular y Laico. Ciertos sectores radicales del humanismo secular contemporáneo (del que es agnóstico o ateo) requieren del firme recordatorio de la esencia de Leonardo Da Vinci, de la interdisciplinariedad u holismo, sin por ello dejar de lado la visión de especialización que tantos avances ha dado a la ciencia. Ya que es un hecho que todo gran científico ha sido un erudito (lo que se conoce como Polímata) por ende un auténtico humanista. Así tenemos que aquel que se diga humanista y rechace el estudio objetivo de fenómenos tan humanos y tan universales como las religiones, los nacionalismos, etc. No puede sino demostrar su magna y suprema estulticia e ignorancia. Pero sabemos que no todos son así, ya que hay humanistas seculares que en efecto reconocen los errores, los excesos y las limitaciones propias, p.ej.: «La Ilustración del siglo XVIII, que ha inspirado este manifiesto, estuvo sin duda limitado por la época en que apareció. Su visión de la Razón era absolutista frente a nuestra idea de que se trata de un instrumento falible de investigación» (Manifiesto Humanista 2000). Por otro lado, aquellos movimientos como Freedom for Religión Foundation, a nuestro parecer y demás no son sino el retorno a un dogmatismo invertido, en donde ya no es la Religión la que juzga a la Ciencia sino la Ciencia la que juzga a la Religión. Un cambio de balanza que solo puede llevar en lugar del consenso humanista que inspiraba Da Vinci, el hombre universal, a un hombre lisiado, enfrentado siempre consigo mismo. A todo esto es de mencionar que la teoría de los tres estadios de Comte (como superación nulificante de etapas: primera etapa teológica, segunda etapa metafísica y tercera etapa positiva –la victoria absoluta de la ciencia en todas las esferas de la realidad social–) nunca se cumplió, y que estos tres estadios conviven pacíficamente con ciertos roces al día de hoy. Los tres estadios de Comte no son sino las tres condiciones humanas que caracterizan al hombre, ni una mejor que la otra, porque cada cual tiene un significado y una dinámica particular en la compleja realidad cognitiva que es el ser humano. Solo será en términos comparativos cuando haya una finalidad buscada concreta que se vea su gradualidad de importancia y diferencia, mientras no se realice esa aproximación, tienen el mismo valor. Dicho esto, aquellos movimientos que buscan que se elimine el curso de religión en las escuelas no pecan sino de las mismas actitudes que sus predecesores más fanáticos en las religiones. Una solución realmente humanista, y si podríamos llamar, de un humanismo integral crisolista, es que a la par del curso de religión (católica) se complemente la enseñanza con los cursos de filosofía de la religión y de religiones comparadas, para que el neófito pueda ver toda la riqueza cultural y de cosmovisiones que existe en el mundo humano, eso es un auténtico humanismo ¡Salve Da Vinci!
El Titán Atlas, símbolo del nuevo humanismo heroico (en lo universal) que se necesita en estos días, un humanismo épico, no ese humanismo secular agnóstico o ateo, cuyo símbolo es un pusilánime hombrecillo feliz dorado (y que sigue expresando la soberbia de la razón absoluta en algunos sectores radicales).
Manco Capac y Mama Ocllo, posible (en condicional, y ello por el enorme acervo cultural de nuestros pueblos andinos y amazónicos) dicotomía simbológica de un humanismo heroico peruano (en lo particular). Y por todas estas razones, es que el humanismo debería rechazar la globalización, siendo que queda claro que necesitamos un nuevo humanismo, integral, sin perjuicio de rescatar las más que encomiables contribuciones del humanismo de la ilustración, es hora de superar a este último, ya que no hace más que coadyuvar a continuar un sistema que representa un único modo de existencia, que niega las multiplicidades dinámicas de los pueblos, y nos recuerda a ese inmovilismo medieval que denunciaban los humanistas del renacimiento, ahora más sofisticado, en donde la única realidad posible es la del individualismo como propuesta ético-moral, la democracia liberal como forma de gobierno y el capitalismo liberal como sistema socio-económico, el nuevo motor inmóvil aristotélico, la tricotomía de la globalización. Un segundo Renacimiento o una segunda Ilustración, no son solo posibles sino imperativamente deseables, bajo nuevos enfoques y nuevos paradigmas, que no necesariamente tienen que corresponderse con sus primeras versiones, en términos de continuidad, sino de una triple acción: crítica, descarte y rescate.
Descartar el libertinaje, rescatar la libertad y confrontarla con el sentido del deber; descartar el igualitarismo, rescatar la igualdad y confrontarla con el sentido del mérito; descartar la fraternidad sectaria, rescatar la hermandad, y confrontarla con la más pura camaradería.
¿Y cuál sería la imagen del hombre y las bases de este humanismo integral, heroico o épico?
El Titán Atlas, es el símbolo del nuevo humanismo heroico (en lo universal) que se necesita en estos días, un humanismo épico, no ese humanismo secular agnóstico o ateo, cuyo símbolo es un pusilánime hombrecillo feliz dorado (y que sigue expresando la soberbia de la razón absoluta en algunos sectores radicales). En nuestro humanismo heroico, el símbolo no puede ser otro sino de aquel hombre titánico que sobre sus hombros acepta la carga de la construcción de un mundo nuevo, mediante el ejercicio de una razón humilde frente a todo tipo de conocimientos, ya que es consciente que no todos los seres humanos tenemos el mismo grado de conciencia respecto de muchas cosas (allí la importancia de la Paideia –enseñanza– y la Virtus –virtudes–, que en nuestra esfera era impartida por los Amautas en los famosos Yachaywasis o Casas del Saber). Siendo por esto que, y ya en nuestro espacio existencial, Manco Capac y Mama Ocllo podrían (en condicional, y ello por el enorme acervo cultural de nuestros pueblos andinos y amazónicos) representar en toda su dicotomía simbológica, un humanismo heroico peruano, que integra en su visión tanto al hombre como a la mujer, en tanto constructores de su propio destino en un respaldo trascendental. Finalmente, las bases de este humanismo heroico contemporáneo pudieran ser las ya brindadas por el enfoque crisolista de estudio, sin ser por ello limitativo (ya en la especificidad diferenciante de nuestro contexto, es decir, desde el enfoque peruano al respecto y que puede ser adoptado por cualquier espacio análogo dada su flexibilidad), ya que este es solo una interpretación nuestra de las muchas que pueden haber, ya que existe p.ej. el humanismo heroico de Schiller y el humanismo heroico de Jacque Maritain, los cuales también se presentan como planteamientos interesantes.
Sin perjuicio de lo expuesto, para nosotros el humanismo heroico comprende los análisis particulares como comparativos desde la razón, de religiones, filosofías y ciencias en aras de alcanzar un conocimiento sistémico e integral del ser humano. La esencia del hombre universal de Da Vinci vive en este nuevo humanismo, que en realidad de nuevo no tiene nada, sino que es una repetición creativa, recordando a Alain Badiou.
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