Desinstitucionalización del sistema de partidos en el Perú o de la licuefacción de la representatividad por plétora: análisis crítico
- Israel Lira
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Comenzaremos la presente con hechos fácticos para luego remitirnos a la teoría y seguido a ello al análisis crítico de nuestro contexto particular peruano. En ese sentido, por ejemplo, en Suecia, el nivel de satisfacción con el régimen democrático desde el 2010 hasta el 2022 oscila entre el 81% y el 77% (Statista, 2024), respectivamente, lo que son niveles de satisfacción muy altos. Asimismo, tenemos que en el sistema político sueco vemos la presencia de tan solo ocho partidos políticos, para una población de 10 millones de habitantes, siendo estos partidos el Socialdemócrata, el Moderado, el Democrático, el Verde, el de Izquierda, la Democracia Cristiana, el Popular Liberal y el Partido de Centro (siendo el predominante en el Riksdag –el Parlamento sueco– el Socialdemócrata de Magdalena Andersson). Pero no nos quedemos en el caso sueco, veamos el caso ruso. Rusia tiene una población de 140 millones, y tan solo ocho partidos políticos (Rusia Unida, Partido Comunista, Rusia Justa, Partido Liberal Demócrata, Gente Nueva, Ródina, Plataforma Cívica y Partido del Crecimiento), de los cuales solo los cuatro primeros tienen la predominancia en la Duma –el Parlamento ruso–, siendo de estos cuatro, el Partido Rusia Unida de Vladimir Putin, el que tiene la mayoría parlamentaria. En lo que respecta a niveles de satisfacción con la democracia en Rusia, hay otro tipo de indicadores como los de confiabilidad en la persona del Presidente, y al respecto, los niveles de confianza desde el 2019 hasta el 2024 solo han ido en aumento, pasando del 59% al 79% (Statista, 2025). Asimismo, en materia de grado de satisfacción con las políticas de Estado, estás también han ido en aumento, pasando del 31% a Diciembre de 1999 al 74% en Marzo del 2025 (Statista, 2025).
Visto el contexto internacional, ahora toca ver el regional, para luego desembocar en el nacional y su problemática inherente que, como veremos, no está lejos de ser una cuestión ajena al resto de países de Latinoamérica. Y esto último es así porque los niveles de satisfacción con la democracia al 2018 (Latinobarómetro, 2018) estaban por los suelos, siendo los más insatisfechos Brasil (9%), Perú (11%), El Salvador (11%) y Venezuela (12%). Sin perjuicio de que estos niveles han aumentado al día de hoy (es decir que la satisfacción con la democracia se ha incrementado, Statista, 2024), como es el caso de Brasil con un 28%, y Venezuela con un 19%. Siendo los países más satisfechos con su democracia Uruguay (63%) y El Salvador (62%), dentro de la región Latinoamericana. Aún son niveles débiles sujetos a muchas variaciones a la baja, si los comparamos con países desarrollados que bordean y se mantienen en un rango del 70 al 80%, ya que el promedio regional de Latinoamérica es del 33% de nivel de satisfacción. Y esto sea tal vez, sin perjuicio de otras variables, por una constante que se replica en muchas regiones de Latinoamérica, como ya el lector podrá inferir, que es la monstruosa cantidad de partidos políticos que hay en los sistemas políticos democráticos latinoamericanos. Argentina a la cabeza con 47; luego le sigue el Perú con 41, Costa Rica con 34, Brasil con 29, Ecuador con 17, Bolivia con 11, etc. Siendo precisamente Perú (10%), Ecuador (19%) y Bolivia (10%) los que tienen los porcentajes más bajos de satisfacción con la democracia. Sería interesante efectuar una investigación más detallada sobre el grado de relación entre el nivel de insatisfacción con la democracia y el incremento en la cantidad de partidos políticos en un momento dado, ya que precisamente, la función social de los partidos políticos, es ser los receptáculos del vínculo representativo. La hipótesis tentativa podría ser que, a más insatisfacción con la democracia, hay más proliferación de partidos políticos por el quiebre del vínculo representativo que deviene en su inequívoca licuefacción por plétora, o lo que es lo mismo, la virtual aniquilación del vínculo representativo por exceso de partidos políticos incapaces de representar aspiraciones populares y de resolver problemas mediatos. Al menos de lo que someramente podemos verificar con estos datos objetivos es que dicho vinculo se ha roto, es decir, los partidos políticos en América Latina han perdido el contacto con sus electores y muchas veces con la misma realidad del país, y eso explicaría la gran proliferación de los mismos, ante una sociedad desilusionada y fatigada de la política partidista (tanto de izquierdas, centros y derechas) y unos políticos incapaces de ser coherentes con las demandas de la población, por lo que los políticos se ven obligados a atomizarse en función al variado número de intereses en agenda y a la diversidad de electores insatisfechos a los que la oferta política se dirige y a la cual necesita persuadir para los necesarios apoyos en campaña, generándose así un contexto en donde hay tantos partidos como intereses de clase, grupo o sector existan, generando un círculo vicioso en donde cada problemática se torna en ideario de campaña: Partido contra la Corrupción; Partido contra la Inseguridad; Partido contra la Pobreza, etc, esto solo como idea llevada al extremo y ejemplificación tristemente jocosa que refleja el hecho de que la clase política actual no sabe cómo encarar todos los problemas de forma integral al carecer de formación teórico política, de planeamiento y de gestión pública. Al menos en el Perú esto se ha hecho cada vez más evidente conforme al paso de los años.
Ya entrando al contexto nacional, en un escrito sobre fatiguismo político en el Perú (Lira, 12.03.2021) comentábamos algo sobre el particular, en el sentido que, los niveles de insatisfacción con los partidos políticos peruanos en el 2019 estaban en su pico más alto llegando a un 87% (IEP, 03.02.2019) y que si bien este porcentaje bajó a un 62% en 2020 (IPSOS, 22.09.2020), igual el porcentaje de peruanos desidentificados con los partidos políticos seguía siendo alto. Al día de hoy, inferimos que no ha cambiado el panorama, sino que se ha acentuado por la crisis de la seguridad ciudadana. Para confirmar esto, bastó con revisar los Informes Técnicos del INEI (Instituto Nacional de Estadística e Informática) que todos los semestres hacen un seguimiento de la percepción ciudadana sobre gobernabilidad, democracia y confianza en las instituciones. No será sorpresa para el lector que hay cifras de terror. Por citar algunos ejemplos concretos, en el último informe del semestre Julio-Diciembre 2024, se precisa que, respecto de la percepción sobre el funcionamiento de la democracia en el Perú, el 72.3% de la población opina que la democracia en el Perú funciona mal o muy mal, y dentro de las razones por las cuales se considera que es así, el 88.3% señala que se debía a los políticos. Tenemos con ello un correlato empírico sobre la evidente necesidad de mejorar la calidad de la política y de los políticos y de dejar de identificar a la democracia con factores cuantitativos (cantidad), y al contrario relacionarla con aspectos cualitativos (calidad).
Lo que nos dice la experiencia histórica es que en los momentos fundacionales y de crisis es donde más partidos políticos proliferan, mientras que cuando el régimen democrático ya se ha consolidado con énfasis en la mejora de las instituciones y la calidad de los resultados de las políticas de Estado, es cuando disminuye el número de partidos y quedan los que de cierta forma han sido purificados por el refrendo popular en base a los resultados de gestión o por otras razones menos democráticas. Algo de esto se vio en el final de la Segunda República Española (1931-1939) y el advenimiento del régimen franquista (que para no pocos académicos fue una dictadura disfrazada de democracia, por el concepto que acuñó el franquismo de democracia orgánica, pero ese es otro tema), a lo que nos referimos es al contexto en donde hay una multiplicidad de partidos, de izquierdas (Frente Popular), centros y derechas (Frente Nacional), que luego de la derrota militar de la Segunda República, solo se reducirían a uno: la FET de las JONS, un partido con una organización y una mística de militancia, que los partidos españoles de hoy no han podido replicar. En España solo 11 partidos, en el que figuran el PSOE, el PP, Podemos y VOX, tienen representación parlamentaria. Pero la cifra de partidos legalmente vigentes es igual de monstruosa y llegamos a pensar que en algún momento era falsa, pero no, en España hay cerca de 6,294 partidos legalmente vigentes (Newtral.es, 31.12.2023), cifra que lleva en aumento desde el fin del régimen franquista. No sorprende que el 52% de los españoles estén insatisfechos con el régimen democrático (IPSOS, 2023).
Hoy en el Perú la oferta de partidos con una buena capacidad organizativa e institucional y políticos preparados para la gestión pública es pobre y la demanda muy alta. En ese sentido, no necesitamos más sino mejores políticos, y no necesitamos más partidos, sino, pocos y mejores partidos. La experiencia de los países desarrollados (como el ejemplo sueco) y de las potencias emergentes (como el ejemplo ruso) reafirma esta premisa. Este ciertamente sería un cambio de paradigma en nuestra praxis política nacional, y aquí ya entramos a los aspectos teóricos. Ya que es ostensible que nuestros dichos pragmáticos se sostienen por presupuestos teoréticos correspondientes.
Y la teoría va por el lado de precisar que el debate sobre la democracia, ya no reside en si esta es una buena forma de gobierno o no frente a otras formas no democráticas de gobierno (como lo puede ser p.ej. una Dictadura cívica o militar), ya que se presume que la democracia es un principio general universalizado en cierto sentido hasta por gobiernos que en el parecer de los países occidentales, no serían muy democráticos como Rusia o China, razón por lo que el concepto de democracias iliberales, es decir, no liberales, se ha ido popularizando para hacer referencia a regímenes democráticos con una orientación más autoritaria. Lo anterior como hecho sintomático de que el tema central sobre la democracia ha dejado de centrarse en la legitimidad de la democracia (cuantitativo), para pasar a la calidad de la democracia (cualitativo) en el sentido señalado por Barreda (2011), es decir, a qué es lo que determina el funcionamiento eficiente de la democracia como sistema político y no ya tanto a cuestionar si la democracia es una buena o mala forma de gobierno, ya que se parte del hecho de que entre la democracia y la dictadura, lo preferible, en un contexto normal de acontecimientos políticos, siempre será la democracia y esa también es la percepción del 70.3% de los peruanos (INEI, 2025).
Ahora: ¿Cuáles son los factores o las dimensiones que propician a una mejor calidad de la democracia? Siguiendo a autores como Diamond y Morlino (2004), Hagopian (2005) y Levine y Molina (2007), estos tres convergen en que el buen funcionamiento del Estado de Derecho en su objetivo de otorgar la necesaria seguridad jurídica para el desarrollo social, pasando por los avances concretos en una efectiva igualdad socioeconómica y el cuidado en estándares de satisfacción ciudadana, sin perjuicio de otras dimensiones, son las principales que nos ayudan a verificar el buen estado de salud de nuestra democracia. Si un Estado democrático, no puede asegurar el brindar servicios básicos de calidad a la población, brindar protección a sus ciudadanos del crimen organizado, no lucha contra las desigualdades crecientes, y menos se interesa qué tan satisfechos están los gobernados con el sistema a través de políticas y programas sociales. Es obvio que esto hará mella en las instituciones democráticas y se optarán por soluciones al margen de la democracia.
Las elecciones generales que yacen próximas a realizarse en Abril de 2026, nos dará un panorama sombrío ciertamente, con 41 partidos que cuentan con inscripción vigente. Esperar que algo bueno salga de allí es creer que cuarenta y un locos hacen un cuerdo, siendo la prueba inequívoca del desgaste pleno del sistema de partidos peruano, un proceso degenerativo gradual que se puede remontar al Primer Alanismo, pasando por el Fujimorato, el Toledismo, el Ollantismo y el Castillismo, hasta nuestros días, siendo la vena común el clientelismo, que ha hecho que políticos y partidos ganen elecciones no por la promesa de la mejora de las instituciones y la calidad democrática, sino por el mero favoritismo focalizado en tiempos de campaña.
En conclusión: Más partidos políticos no es sinónimo de más democracia, sino al contrario, disgregación y plétora de atomización de intereses políticos que expresan la sonata fúnebre, la crónica de la muerte anunciada de la democracia representativa, de un resultado que no puede ser otro que la propia deslegitimación del sistema, al ser incapaz de concertar voluntades en el objetivo supremo de la regeneración nacional, del orden y la seguridad. Expresa la desinstitucionalización del sistema de partidos y como consecuencia inequívoca de ello, la incubación de alternativas no democráticas, como ya hemos visto en otras épocas y en otros tantos contextos históricos, y luego las fuerzas “democráticas” se preguntarán… ¿Cómo llegamos a esto? Pero nosotros sabemos muy bien que, aquellos que siempre se llenan la boca del pan de la democracia, son siempre los principales causantes de su liquidación en los anaqueles de la historia.
Como colofón a todo lo mencionado: ¿Soluciones? Institucionalizar nuestra democracia [lo cual implica dentro de muchas cosas, una reforma política integral de p.ej. la normativa electoral y de partidos políticos, en el sentido brindado p.ej. en el trabajo de Herrera Jesús (2019) intitulado «La crisis de los partidos políticos en el Perú. Una propuesta legislativa para el fortalecimiento del sistema de partidos políticos»], exigir políticos más preparados y partidos políticos mejor organizados, así como organizar al pueblo en derredor de las opciones políticas que realmente reflejen un ideario de mejora de la calidad democrática, sentenciando a muerte en las urnas a las opciones políticas que claramente no tienen nada que ofrecer al país y que solo vienen a servirse del erario público.
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 263 del 14.04.2025». Diario La Verdad
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