Los principales planteamientos de la doctrina económico-política cristiana, se resumen en los siguientes puntos, que expondremos de forma sintética en el siguiente orden:
1.El principio de caridad y armonía: Para la doctrina económico-política cristiana, la caridad es entendida como la empatía social, la capacidad de identificarnos con un universo de sufrimiento que es ajeno a nuestra esfera de comodidad individual. No es esa armonía de intereses de los economistas clásicos, contingente y temporal, que se acaba tan pronto como fenecen las relaciones de intercambio, sino una armonía que acompaña al cuerpo social durante toda su existencia. Al respecto:
«…porque es preciso no olvidarlo, y es preciso repetirlo muy alto. Si es cierto que el trabajo y la previsión constituyen dos elementos principales de la Economía política; si vienen a ser como los dos factores y generadores más importantes de la producción y distribución de la riqueza, no lo es menos que la religión de Jesucristo y las máximas del evangelio son las más propias para ejercer influencia tan poderosa como benéfica en la existencia y desarrollo de esos dos grandes elementos de producción, en esos dos grandes factores del movimiento económico» (Zeferino, 1862:II).
2.La lucha contra la pauperización y la crítica a la división del trabajo: Es como consecuencia del principio de caridad que se llega a la armonía social, que a su vez equilibra los intereses de las clases y evita aquellos antagonismos sociales que poco les importa arrasar lo bueno con tal de cambiar de situación, o poco les importa mantener lo malo con tal que prime el principio de máxima ganancia, y es que en torno a esto último, «el orgullo y la malicia de ciertos hombres, decía Fenelon, son los que arrastran a tantos otros a una horrorosa pobreza» (Zeferino, 1862:IV). Esa horrorosa pobreza de una parte importante de la sociedad es lo que se conoce como el pauperismo, que aún hoy, hasta nuestros días, en pleno Siglo XXI, varias sociedades sufren.
Después del trabajo: ¿Cuál es la causa primera de la multiplicación de las riquezas y de la habilidad de los trabajadores? Dice Zeferino parafraseando a Proudhon, respondiendo que, esa causa es la división del mismo trabajo, pero a su vez es esta misma división la primera causa de la decadencia del espíritu o talento y de la miseria civilizada, en tanto que uno de sus primeros efectos es la prolongación de las horas de trabajo. Cabe hacer una precisión a las palabras de Zeferino, ya que este no niega que el principio de división del trabajo es útil como principio generador y elemento fecundo de la producción de riqueza y de bienestar en el orden económico, no desconoce sus ventajas y su enorme utilidad, lo que crítica es el enfoque con el que se le ha venido tratando, un enfoque egoísta solo concentrado en la acumulación de riqueza por la acumulación de riqueza misma (teoría del lujo) y no en la acumulación de riqueza para un propósito trascendental que cumpla una función social, mejorando las condiciones de los trabajadores en la prestación de sus labores, evitando el trabajo en exceso.
3. Revolución moral antes que material: Por todo lo expuesto, queda claro que la doctrina económico-política cristiana, es consciente que lo material es una mera extensión de una forma de ver el mundo. Si nuestra visión ético-moral es individualista y egoísta, es claro que una sistematización teorética o proyecto que tenga como base dichos presupuestos lo será también, pero en cambio si nuestra visión es solidaria y caritativa, es claro que el producto de la construcción de un sistema económico guiado por dichos principios, lo será o al menos procurará serlo, ya que estamos hablando de instituciones humanas, al fin y al cabo.
Para esta visión, una revolución primero tiene que darse en el plano de la conciencia para que realmente se puedan sentir sus efectos en el mundo de lo fenoménico (similar a lo que será luego la referencia a una revolución cultural que da base al cambio político en tanto fenómeno de conquista de superior conciencia en Gramsci, 1949, ya que recordaremos que Gramsci era habido lector de Civiltá Cattolica), de lo contrario pecará de sentir lo efímero de lo sensitivo que no se prolongará más que el tiempo que dure el espasmo violento de las emociones. Se puede destruir el cuerpo, pero nunca quebrantar el alma y el espíritu, si es que estos han sido forjados y templados en la rectitud y la virtud. Y por alma y espíritu no hacemos alusión a conceptos sobrenaturales, sino por el contrario a cuestiones muy tangibles y concretas que ya están siendo abarcadas progresivamente por la neurociencia, la neuroteología y la neurofilosofía. Al alma como referencia a la misma mente humana (Giménez Amaya, 2010:163), y al espíritu como el sustrato metafísico realista constituido por la triada de razón, conciencia y percepción, que nos permiten experimentar a su vez la trascendencia de la existencia humana, en ello: el autoconocimiento (de la razón en la filosofía), la fe (conciencia de lo trascendente en la religión, pero también en ámbitos no religiosos), y la libertad (la percepción de la voluntad dirigida al descubrimiento y la invención en la ciencia).
Referencias bibliográficas
GONZÁLEZ, Zeferino. (1873). «La Economía Política y el Cristianismo» De: Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales, Tomo segundo, Imprenta de Policarpo López, Madrid. pp. 1-121. En: https://www.filosofia.org/zgo/zgecop1.htm
GRAMSCI, Antonio. (1949). «Los Intelectuales y la organización de la cultura». Editorial Nueva Visión Ed. 2011.
GIMÉNEZ AMAYA, José Manuel. (2010). «Cerebro y alma: nuevas formas de mirar a un viejo problema». En: Ciencia y religión en el Siglo XXI: recuperar el diálogo. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces. En: https://www.fundacionareces.es/recursos/doc/portal/2018/03/19/ciencia-y-religion-xxipdf.pdf
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No.107 del 20.09.2019». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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