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El ideal de realización cultural en el pensamiento peruano, como base para un concepto de bienestar civilizacional y multipolar

  • Foto del escritor: Israel Lira
    Israel Lira
  • hace 9 horas
  • 8 Min. de lectura
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En la línea de los pensadores de la tradición peruana, como aquella síntesis viva de elementos culturales andino-amazónicos e hispanos, desde la tradición del cronista Inca Garcilaso de la Vega, pasando por la del historiador José Antonio de Busto Duthurburu, hasta la filosofía de V.A.Belaunde, Arias Schreiber y Salazar Bondy, entre tantos otros, diremos que hay una constante que se perfila en la tradición peruanista, que es el ideal de realización cultural.

Para entender el ideal de realización cultural es preciso hablar también de la identidad nacional de los pueblos. La identidad de una nación, de una comunidad cultural políticamente organizada, es lo que hace que un conjunto de ciudadanos se autoperciba como miembros de una nación en particular y no de otra, en el caso del Perú, la identidad nacional del Perú es lo se conoce como Peruanidad, entendiendo a esta última como la conjunción de aspectos culturales de las múltiples etnias que conforman el Perú, y de sus conocimientos, tradiciones, costumbres y folclore.

La referencia mediata de todo fenómeno identitario reposa en la cultura, entendiendo a esta última como un sistema de significados, o lo que es lo mismo, de estructuras de significación socialmente establecidas.

Volviendo al tema del ideal de realización cultural, este parte de la premisa de buscar integrarnos a los avances en el desarrollo social, sin dejar de ser nosotros mismos, de recoger las experiencias y la práctica de las potencias emergentes, sin perder en el camino nuestras propias tradiciones, legadas por el espíritu de nuestros ancestros que nos dejaron una moral que dejo tierra fértil para la impronta cristiana, en clara referencia a esa trilogía moral de los Incas, de aquellos gobernantes casi míticos del Imperio Inca más precisamente el Imperio Quechua, en el Ama Sua [No robar], Ama Quella [No ser ocioso] y Ama Llulla [No mentir], cuya sencillez persuasiva y literalidad expositiva, encierran una filosofía moral profunda que aún subsiste en los núcleos agrarios populares en donde la costumbre hace la ley moral, como expresión de la cultura viva andina. 

Este fue el mensaje imperecedero de nuestros ancestros que nos habla hasta nuestros días, para coadyuvar a nuestra mejora y corrección moral. Ello sin perjuicio de otros principios morales presentes en la cultura viva de otros pueblos andinos [como el Aymara] y también de nuestra Amazonía [como el Asháninka y el Shipibo-conibo], ligados al cuidado de la tierra y al medio ambiente. 

Conforme a lo anterior, la dignidad de un pueblo, se nos presenta como determinada por el grado de importancia que ese mismo pueblo le otorgue al mensaje de sus ancestros, al eco de su historia nacional, porque así como el ideal de paz no puede verse satisfecho por completo sin primero ver realizado el ideal de la justicia, de igual manera, los pueblos no pueden ser soberanos sin primero liberar todas sus potencialidades culturales, dicho de otra forma, el ideal de soberanía no puede verse realizado sin el ideal de independencia. Y una nación es más independiente en sus destinos, cuando de su modo de vida y de su creación artística y científica, puede verse claramente el sello de un ethos característico, que por ello le otorga su dignidad nacional.

¿Este modo de ver las cosas que tiene cada civilización nos tiene que llevar a un relativismo cultural en donde todos y nadie tienen la razón? Todo lo contrario. Cada civilización puede tener sus códigos culturales, más en la praxis social es en donde se reafirma que esos códigos guardan principios inmutables que son compartidos por las tradiciones de los pueblos, porque es precisamente el ideal de la tradición, entendida esta como el conjunto de aquellas costumbres, valores, prácticas e ideas, que son consideradas dignas de preservarse porque remiten a un ideario común de aspiración al bienestar, es el que dicta la hora de los pueblos.  Y es por esta misma razón que el pensar de los pueblos para proyectar su alcance y su destino universal, tiene que hacerse desde el contexto de la cultural nacional.

En esa misma línea, en el caso del Perú, al igual que sociedades ancestrales como China o India. El ideal de bienestar, en el tiempo de los Incas, fue entendido como bienestar proyectado a la eternidad. Este ideal de bienestar contribuye a la construcción y consolidación del ideal de felicidad, y estuvo guiado por dos principios: la reciprocidad y la redistribución.  

Siguiendo a los historiadores peruanistas Rostworowski (1992), Murra (1975) y Lumbreras (1990). Por reciprocidad, los Incas entendieron la ayuda mutua a través del trabajo comunal para el bienestar general en sus tres formas: la (i) Minka, la (ii) Mita y el (iii) Ayni, que eran, en el siguiente orden, (i.1) el trabajo voluntario en la construcción de obras de beneficio colectivo como canales de riego, fortalezas, minas, etc; (ii.1) el trabajo condicionado en beneficio de otras familias como la construcción de casas y labores agrícolas; y el trabajo obligatorio en favor del Imperio para la construcción de caminos, puentes, centro administrativos, templos, etc.

Mientras que, por redistribución se entiende una fase superior de la reciprocidad, que implicaba la distribución equitativa de medios de subsistencia para garantizar condiciones mínimas de lo que ahora entenderíamos por desarrollo humano. En el Tawantinsuyo esto se hacía a través de la entrega de gran parte de la producción agrícola al “Estado” Inca, quien luego la distribuía a través de las autoridades de los Ayllus, la unidad básica de la sociedad incaica, conformada por un conjunto de familias que se consideraban ligadas entre si por un ancestro en común, ya sea real o mítico.

Son estos dos principios mencionados los que dieron forma al Tawantinsuyo como Imperio Hidráulico [en referencia al servicio y al sistema de administración del agua en el Imperio Inca] que, con los matices del caso, sus vestigios, luego de casi medio milenio, aún sigue en funcionamiento hasta nuestros días, aun beneficiando a muchas poblaciones locales.  

Es por estas razones que el utopismo andino, siguiendo a Flores Galindo (1994), como retorno al pasado, está siempre presente tanto en el pensamiento peruano, como en el resto de naciones andinas del continente suramericano. Y una de las características propias de este utopismo andino, es que el futuro se concibe como el retorno a un pasado glorioso, es decir que, el porvenir se concibe como la expresión de una tradición pasada que pervive en las expresiones comunitarias de los pueblos del interior del Perú. Y es por dicha razón que nuestro ethos como pueblo, también se expresa en lo político en la búsqueda de un Inca como ideal de gobernante. La utopía andina como se ve trata de ser la armonía entre la modernidad y la tradición, entre las ansias de desarrollo industrial para la independencia económica y las exigencias de arraigo y valores para la renovación moral del país.

En este sentido es que la felicidad de los pueblos no puede desligarse del bienestar en las formas y modos de garantizar el desarrollo social y económico, ya que la realización cultural implica también la realización en las esferas sociales y personales, de cómo el Estado cumple una misión histórica de regeneramiento de las fuerzas vivas de un pueblo.

La nación más allá de ser una unidad étnica o volitiva es una unidad histórica. Trasciende este concepto el mero nacionalismo étnico o romántico y el nacionalismo cívico [como exaltaciones de las categorías de nación étnica y nación cívica, respectivamente], y amalgama una síntesis bajo la forma de nacionalismo histórico. La particularidad de la nación solo puede expresarse en su universalidad, es decir, si contribuye a la historia de los pueblos con sus elementos diferenciantes que le otorgan por ello su originalidad y, por ende, dignidad, la dignidad de la nación, la dignidad nacional.

Asimismo, el amor al terruño o patriotismo, por ello no es suficiente para ser símil a la labor que cumple el nacionalismo, que no es otra cosa que la de proyectar la particularidad que nos es tan propia y cercana, y de la cual surge la apreciación personal por la patria, para tornarse en orgullo del pueblo que la habita, proyectando su destino universal al mundo [no en un sentido imperialista sino internacionalista, porque el internacionalismo necesita de naciones y de nacionalismos. Solo quienes valoran a su propia nación pueden reconocer que existen otros como ellos que así también lo hacen, y el internacionalismo no es otra cosa que la hermandad entre naciones]. El patriotismo en ese sentido es la etapa primaria de todo proyecto nacionalista, y el nacionalismo la etapa superior de toda expresión patriótica.

El Estado en tanto cumple una misión de viabilizar el destino histórico, es Estado fuerte, y es fuerte porque puede precisamente direccionar aquel destino de grandeza nacional.

En lo que respecta a nuestro escenario peruano e iberoamericano, surgen preguntas como: ¿Es el Perú una unidad histórica? Ciertamente lo es, desde el Tawantinsuyo [Antiguo Perú], Virreinato [Reino del Perú] y República [Perú independiente], la idea trasversal que recorre la conciencia nacional es la de una historia milenaria de gran contenido y riqueza que otorga dignidad a la nación peruana, su originalidad, siendo no lo que nos hace iguales frente a las demás naciones del mundo, sino, precisamente lo que nos diferencia y nos hace únicos.

Esto llama a otra pregunta: ¿El Estado peruano es el reflejo del destino histórico peruano? Aquí es precisamente donde hay posturas encontradas, y consideramos que esta es la razón por la que un amplio sector de peruanos, teniendo en mente la incapacidad de los gobiernos de turno en la lucha contra las desigualdades y en el fracaso de los programas sociales, o lo que es lo mismo, de la búsqueda de armonizar el gran crecimiento económico del Perú y saberlo traducir en desarrollo social integral para todas sus regiones, miran al Estado peruano como génesis de tal crítica, porque es el Estado el que viabiliza el destino histórico, lo hace aprehensible, a través de los diversos mecanismos políticos y jurídicos a su disposición.

Mientras el Estado peruano no refleje el destino histórico del Perú, seguirá vigente la idea entre algunos de que nuestro Estado es deficiente en viabilizar nuestras potencialidades culturales, ello porque teniendo unidad histórica probada, la percepción generalizada es que no tenemos una forma de expresar nuestro destino histórico, porque el instrumento –que es el Estado peruano– tiene aún vicios en la gestión pública que sustenta la visión del país que queremos en el corto, mediano y largo plazo. Y este destino histórico no es otro que la libertad económica y la justicia social para el desarrollo cultural y espiritual de todos los peruanos, que permita a su vez visualizar al Perú como una potencia emergente, en el orden, el trabajo y el desarrollo, el retorno de una metafísica política, que se encuentre acorde con las exigencias ético-políticas que como consecuencia del sacrificio de nuestros ancestros en las diversas etapas de nuestra historia, exigen de nuestro porvenir futuro algo acorde con su legado.

¿Y que tiene que ver esta idea de realización cultural con la nueva realidad multipolar en construcción y cuya transición se hace cada vez más visible en la política internacional contemporánea? Esta respuesta va de la mano de las mismas experiencias de naciones como Rusia o China en sus procesos de potenciamiento emergente. Dado que, precisamente, estas naciones tuvieron en claro que el recobrar trascendencia geopolítica implica necesariamente, y como política de Estado, el renovar la visión de país, y no hay renovación de país que no pueda hacerse sin el factor cultural, científico y técnico, pero sobre todo axiológico, de las costumbres y las tradiciones, en lo que se conoce como un sano conservadurismo orgánico. Porque los pueblos que buscan preservar su identidad y su cultura, son los que más buscan alcanzar ideales trascendentes de desarrollo civilizacional, y solo un fuerte desarrollo civilizacional otorga importancia geopolítica que a su vez se materializa en relaciones de mutuo entendimiento con otros espacios que han compartido estos procesos de renacimiento nacional, porque allí es donde el nacionalismo de los pueblos empalma con el internacionalismo de los Estados en plataformas de ayuda mutua y cooperación. Así por ejemplo hemos presenciado convenios entre sociedades con fuertes antecedentes ancestrales, como la cooperación sino-peruana para la puesta en marcha del Megapuerto de Chancay. En ese sentido, esta es una prueba inequívoca que los ideales de reciprocidad y redistribución aún perviven en nuestras sociedades, a través de nuestra experiencia compartida en términos de culturas y civilizaciones. Y de que los ideales de bienestar y felicidad como pueblos, van por expandir nuestras capacidades de cooperación, y la multipolaridad, se nos presenta así, como la auténtica ayuda mutua y cooperación entre Estados-civilizaciones. Y con esto refrendamos la importancia de cómo y en qué forma, el ideal de realización cultural es el fundamento para un concepto de bienestar civilizacional y multipolar para nuestros días.

 

Muchas gracias,



Vitam impedere vero

N.NC SC.O TEN.BR LUX

S.L.L

 
 

© 2021  Israel Lira 

Sol Andino
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