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Foto del escritorIsrael Lira

El Cinismo filosófico

Actualizado: 17 sept 2021



En el DRAE (2020), hay cuatro acepciones de la palabra cinismo: como desvergüenza en el mentir o en la defensa práctica de acciones o doctrinas vituperables (1era acepción); impudencia, obscenidad descarada (2da acepción); doctrina de los cínicos, que expresa desprecio hacia las convenciones sociales y las normas y valores morales (3era acepción); afectación de desaseo y grosería (4ta acepción).


Para el mejor tratamiento del cinismo dentro de la historia del pensamiento filosófico, se tiende a veces a efectuar la distinción entre el cinismo vulgar (en donde se encontrarían enmarcadas la 1ra, 2da y 4ta acepciones) y el cinismo filosófico (la 3ra acepción) propiamente dicho, atribuido por lo general a Diógenes de Sínope y epígonos. Sin embargo, de la revisión del desenvolvimiento histórico de sus representantes, reconocemos en que este límite es difuso, siendo esta la razón de que tantas acepciones negativas hayan trascendido hasta nuestros días partiendo del impacto que el cinismo generó en su época, a lo que algunos aparentemente prefieren dirigirse como reacción filosofoide, entendiendo a esto último como algo que parece ser un sistema filosófico pero que por deficiencias de índole estructural su calidad de tal está en disputa, tan es así que, actualmente, y en el entorno especializado, algunos dudan si el denominativo de escuela filosófica es el correcto al referirse al cinismo (Macías, 2009: 4), dejando eso de lado, el cinismo se nos presenta dentro del marco de las escuelas socráticas menores, llamadas así no solo por el grado de trascendencia en una relación comparativa respecto de la escuela mayor platónica o gran escuela platónica, sino también por el momento en que aparecen, siendo aquellas escuelas filosóficas que surgen luego de la muerte de Sócrates y que representan diferentes interpretaciones de las enseñanzas socráticas. Estas escuelas, a saber, eran cinco: la elíaca, la erétrica, la megárica, la cínica y la cirenaica. De la cínica se tiene registro que su precursor fue Antístenes discípulo de Sócrates. Antístenes a su vez tuvo por seguidor (ya que se sabe que Antístenes no aceptaba discípulos –Contra Joviniano II, 14) a Diógenes, al que se considera como el real fundador de la escuela cínica (García Gual, en Diógenes Laercio 2007: 30). Ya que es a Diógenes al que se le conocía como Diógenes el Perro, y es de esta expresión peyorativa del cual derivará luego el de cínico, ya que cínico en griego es Kynikós que significa perruno (tomando en cuenta que en la Antigua Grecia al perro se le tenía por animal impúdico y desvergonzado, ya que a pesar de estar domesticado, comía, orinaba, defecaba y mantenía relaciones sexuales a vista y paciencia de todos), en clara referencia a la forma de vida despreocupada y licenciosa que llevaban los cínicos, recordando la figura de Diógenes viviendo en su tonel como un Chavo del Ocho de la Antigua Grecia.


Para Diógenes en nada le desagradaba esta alusión a la naturaleza perruna de su accionar diario, tan es así que los cínicos denominarían a su precursor Antístenes como el perro genuino (Diógenes Laercio, VI 13-5), que nosotros entendemos como primer perro de su clase, el primer cínico, pero consideramos y en eso concordamos con la crítica (García Gual, en Diógenes Laercio 2007: 28 y ss.), de que este apelativo le sienta mejor a Diógenes.


Este comportamiento radicalizado debe ser entendido dentro del marco en el que surge el cinismo, como una reacción exacerbada a la falta de libertad política y al hundimiento de la ciudad-Estado (producto del debilitamiento de la democracia ateniense por la guerra contra Esparta, y su final definitivo por la supremacía macedonia con Alejandro Magno), es decir, al hartazgo de las viejas formas de gobierno (incluida la democracia que dio muerte a Sócrates) y de convenciones sociales de la época. Mientras la sociedad que había matado a Sócrates y la que vino después, se caracterizó por la búsqueda del placer, el apego a la riqueza, el ansia de poder, el deseo de fama, de brillo y de éxito, los cínicos vinieron a representar la negación extremada de todo ello, haciendo gala de una excentricidad que los llevó a un reaccionarismo de todo lo que fuera concebido como comportamiento civilizado con la finalidad de hacerse notar y llevar su mensaje, porque precisamente era esa civilización la que en su soberbia era artífice de su propia decadencia.


Desde el rechazo a la ingesta de alimentos cocinados y al cultivo de la tierra, pasando por su postura en contra del matrimonio monógamo y a favor de una unión libre entre hombres y mujeres que no tenga como objeto la procreación, no rechazando a su vez ni la prostitución, ni la homosexualidad e inclusive el incesto, hasta el rechazo, por ello, del carácter privado de la sexualidad humana, siendo por estar razón que la masturbación o la copulación pública, así como andar desnudos y realizar sus necesidades fisiológicas en la vía pública eran su sello característico (Macías, 2009: 17). Es decir, todo lo que significase adhesión al estado civilizado, debía de estar fuera de su modus vivendi, y que decir de su gusto por la analogía a lo perruno como afiliación a su visión idílica del salvajismo como aquel estadio primario no afectado por la construcción social del progreso del cual el estado civilizado era producto, y el cual ciertamente aborrecían por su variedad de convencionalismos, tapadera de todas las corrupciones posibles. Viendo nuestras sociedades contemporáneas y sus idearios posmodernos, podríamos decir que vivimos en la panacea de la praxis cínica en lo que respecta a ciertos grupos humanos cuyo accionar parece tener, con los matices respectivos, en el cinismo, el antecesor de muchas de sus proclamas, p.ej. en corrientes políticas como el anarquismo y el libertarismo, en las múltiples ideologías de genero que se hacen pasar por teorías, y en el reclamo de derechos de minorías a las cuales no les corresponde ninguno como el caso del Movimiento Activista Pedófilo.


«…el cinismo es, eminentemente, crítica de la cultura, contra-cultura que no respeta mitos, costumbres, instituciones, normas, ideologías, religión» (Sartorio, 1986: 21).

El cinismo fue perdiendo popularidad en los últimos siglos de la era pagana, no solo por los cambios socio-políticos, sino también por la aparición de otras escuelas, particularmente de la escuela estoica, siendo uno de sus representantes Cicerón, quien diría sobre los cínicos: «Hay que rechazar en bloque el sistema cínico, porque es algo contrario a la vergüenza, sin la cual no puede haber nada correcto, nada honrado» (Reale & Antiseri, 1995: 209). Sin perjuicio de ello, es el mismo Cicerón quien reconoce que cínicos y estoicos tienen un origen común en Antístenes, y a su vez los estoicos rescataran parte del ideario cínico, que será una constante también en otra escuelas como la de Epicuro (epicureísmo) y Pirrón (escepticismo). A lo que el lector se preguntará ¿Cuál ideario? ¿El de la desvergüenza y la licenciosidad? Obviamente que no, ya que hasta el momento solo hemos hablado de la praxis cínica, es decir, como ellos se comportaban en sociedad, y que, como nota aparte, y como ya habíamos mencionado hace un momento, esa praxis parece haberse tornado en ideario en la posmodernidad. Bien, se precisa que praxis e ideario cínicos son dos cosas bien distintas, aunque hay identidad en algunos puntos, son precisamente en aquellos en los que no los hay o los que parece no haberlos, los que rescató la escuela estoica.


Este ideario que era por así decirlo, la proclama benévola del cinismo y la razón de que sus excentricidades fueran tan notorias con el ánimo de ser satíricos y confrontacionales para llamar la suficiente atención, es que el cinismo sustentaba que la suprema infelicidad del hombre residía en su constante deseo de necesidades superfluas y en el convencimiento falso de que estas son bienes y valores siempre deseables. El sometimiento a las necesidades superfluas y a las pasiones eran la esclavitud autoimpuesta que impide alcanzar la libertad del hombre.


En ese sentido, la libertad era mayor cuanto menos necesidades superfluas se aspiraban a tener. Y por necesidades superfluas se entienden a la riqueza y su variante más denostada, el lujo, así como el poder y la fama. La propia vida de Diógenes con nada más que su tonel y unas cuantas cosas más dentro de este, es la sublimación romántica y exagerada de ese ideal de vivir con el mínimo imprescindible o Anankaion que es acompañada por la Autarkeia o autosuficiencia de medios de vida.


«De este modo se alcanza una existencia libre de inquietudes materiales o pasionales —su famoso «no inquietarse por nada»—, igual que los dioses, que les lleva a la ansiada eudaimonía o felicidad que consiste… en vivir reflexivamente según la propia naturaleza» (Macías, 2009: 19), es decir, vivir de forma sencilla.

Asimismo, era característico que, para no inquietarse con nada, idea que también llevaron al extremo, tampoco se involucrasen en nada. Sobre Diógenes:


«…no habitó un hogar porque la administración de una casa es un asunto penoso, no tomó decisiones en política porque es un asunto enojoso, no intentó casarse porque había oído hablar de Jantipa, no intentó tener niños porque había visto a los del vecino. Exento, por el contrario, de todo lo terrible, libre, despreocupado, sin miedo y sin pesares, fue el único hombre que habitó la tierra entera como su única casa, viviendo entre placeres que no requieren guardianes ni administradores y son además abundantes (Máximo de Tiro, Discursos filosóficos XXXII 9 [en Martín García 2008: I, 296-297])».

Para los cínicos la libertad era lo más preciado, que igual llevaron al exceso del paroxismo (Reale & Antiseri, 1995: 207), en torno a esta concebían dos aristas, la Parrhesia (que es la libertad de palabra) y la Anaideia (que es la libertad de acción) que también llevaron a extremos licenciosos, ya que dijeron lo que se les pego en gana tanto a hombres comunes como a reyes, e hicieron conforme a su parecer en sus propios lugares de reposo como en casas de otros, en torno a esto último se recuerda la anécdota del discípulo de Diógenes, Crates, al entrar a la vida cínica:


«Crates declaró propiedad pública su hacienda y, como tenía un cuerpo defectuoso, se burlaba de sí mismo por la cojera de una pierna y la joroba de sus hombros. Entraba en los hogares de sus amigos, lo mismo invitado que sin invitación, y reconciliaba a los parientes más cercanos si advertía que estaban en discordia. Pero no censuraba con acritud, sino con gracia, no con la apariencia de denunciar a los que corregía, sino con el deseo de beneficiarles a ellos mismos y a quienes le oyeran (Juliano, Discursos IX [VI] 18, p. 201 b [en Martín García 2008: I, 512])».

Como colofón está de más decir que, por sus contradicciones internas, el cinismo era incompatible con el sólido sentido ético de la romanidad (Reale & Antiseri, 1995: 209). El cinismo carecía de valores positivos alternativos, le caracterizaba un desequilibrio existencial entre su vida práctica y su vida ideal. Siendo por estas razones que el estoicismo al adoptar las principales denuncias del cinismo, rechazando tajantemente su contenido excéntrico y reprensible, y enriqueciéndolas con sus propios planteamientos, eclipsó definitivamente a esta escuela.


Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 240 del 17.09.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.

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