«El concepto de entendimiento (Verständigung) remite a un acuerdo racionalmente motivado alcanzado entre los participantes, que se mide por pretensiones de validez susceptibles de crítica» (Habermas, 1987: 110).
La cita con la que comienza la presente columna se encuentra en las antípodas de la teoría que expondremos en las siguientes líneas, en tanto que en Habermas (último de los sobrevivientes de la Escuela de Fráncfort, cuyo enfoque influyó grandemente en la construcción de aquella posmodernidad degenerativa que vivimos), prima la idea de consenso.
El consenso en Habermas es la categoría neurálgica transversal en sus obras (haciendo principal énfasis en la Teoría de la Acción Comunicativa, Derecho y Democracia, y Facticidad y Validez) que da forma a su propuesta de democracia deliberativa y que alude a que la participación pública no debe estar limitada a la razón práctica (que formula imperativos a diferencia de la razón teórica que formula juicios), sino que encuentra su real sentido en una racionalidad comunicativa, siendo que esta última se caracteriza por el uso de un lenguaje comprensible, una información veraz y sincera que pueda generar «acuerdos recíprocos sobre la base de normas y valores consolidadas como válidos» (Habermas, 1998: 148). Sin embargo, la praxis de esta idea de consenso de acuerdo a Baños (2006) que refrenda a Mouffe (1999), «deja sin abordar cuestiones de exclusión de colectivos cuyas demandas vayan más allá de los límites de los derechos y las instituciones de la democracia liberal y que, en su excesiva pretensión de alcanzar consensos, pierde de vista la necesidad de tomar en consideración la inevitabilidad del conflicto subyacente en la sociedad». Asimismo, refrenda el hecho que la democracia deliberativa en el proyecto de Habermas, «impone límites a la incorporación de demandas en su pretendida búsqueda de consenso».
Lo anterior llega a una teorización profunda con Alberto Buela Lamas (2004), ya que esto es refrendado de forma excelsa en su Teoría del Disenso, que respecto del consenso nos dice que:
«...está estrechamente vinculado a la idea de tolerancia liberal, aquella que introduce la idea de disimulo, de simulacro en la política, pues la tolerancia hoy no es otra cosa que la disimulada demora en la negación del otro. Hacemos "como si" respetáramos al otro, cuando en realidad estamos disimulando su negación. Y esta idea de disimulo, de simulacro encierra la quintaesencia de la noción de ideología entendida como conjunto de ideas que enmascara la voluntad de poder de un grupo, clase o sector. Vemos como la idea de consenso no es neutra sino ideológica».
El disenso, contrario al consenso, siguiendo a Buela, antes que nada, significa otro sentido, divergencia, desacuerdo, contrario parecer, base de un proyecto de democracia pluralista y participativa, contrario a la democracia acuerdista del consenso que margina a los que disienten tornándolos en parias políticos. Así tenemos que en la democracia liberal como democracia acuerdista, el que disiente es visto como el radical, ya sea en su forma de transgresor o de rebelde, cuando estos últimos conceptos son de diferente naturaleza respecto del disenso. Mientras el transgresor y el rebelde se caracterizan por una actitud reaccionaria, el disenso va más allá de la mera negación, porque es propositivo. El disenso implica una negación, sí, pero no como negación de existencia, sino como perdida de vigencia, precisa Buela, p.e lo políticamente correcto, la globalización, la hegemonía liberal, etc, son fenómenos que son rechazados en el pensamiento popular porque este último se caracteriza por una lógica de la negación para definir su postura. Lo popular se autodefine reconociendo (en un primer momento) la existencia de lo no-popular, para luego (en un segundo momento) poner en tela de juicio la validez, precisamente, de esto que se ha identificado como no-popular.
La teoría crítica actual, precisa Buela, es inauténtica, porque parte de un pensamiento consensuado, conformista con las categorías de dominación (liberalismo, individualismo, globalización) y que identifica la crisis de representatividad política no con fallas estructurales del sistema hegemónico, sino, con los actores que se encargan de implementarlo. Por lo que una teoría crítica auténtica, deberá partir de la idea de aceptar el conflicto como una realidad existencial de la sociedad, en donde lo que se pone en crítica no son solamente los actores, sino, principalmente, la estructura de dominación ideológica que los sustenta a ellos y a todas sus decisiones.
Bibliografía
HABERMAS, J. (1987). «Teoría de la acción comunicativa». Volumen 1: Racionalidad de la acción y racionalización social”. Editorial Taurus.
HABERMAS, J. (1998). «Facticidad y validez». Editorial Trotta.
HABERMAS, J. (1999). «La Inclusión del otro». Editorial Paidós.
BAÑOS, Jessica. (2006). «Teorías de la democracia: debates actuales». Andamios: Revista de Investigación Social. México D.F., volumen 2, número 4, pp. 35-58. En: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632006000100002
MOUFFE, Chantal. (1999). «El retorno de lo político». Editorial Paidós.
BUELA, Alberto. (2004). «Teoría del Disenso». En: Revista Internacional de Filosofía Iberoamericana y Teoría Social, Utopía y Praxis Latinoamericana. Año 9. No. 27. Octubre-Diciembre. pp 75-85. En: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2733486.pdf
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No.103 del 06.09.2019». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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