«Todo físico que arañe la superficie de su propio trabajo está destinado a vérselas cara a cara con la filosofía aun si no la tiene por cosa cierta…la filosofía siempre está con nosotros. De donde lo menos que deberíamos hacer es conocerla» (Bunge, 1982: 27).
De acuerdo con ello, harto probado es que hay una constante en la historia de la física, y esta es la influencia de sistemas filosóficos, que pueden rastrearse hasta la misma tradición pitagórico-platónica, y que han dejado una huella perenne, en p.e, las ideas estéticas de muchos físicos hasta el día de hoy, siendo precisamente el punto de partida de nuestras reflexiones. De cómo las ideas estéticas, en tanto rama del conocimiento perteneciente a la filosofía, determinaron y siguen determinando la forma en como los físicos se aproximan a una realidad estudiada para el desarrollo de teorías y modelos físicos, cuyos puntos neurálgicos son las ideas de armonía, simplicidad y simetría, haciendo particular énfasis en estas dos últimas.
Dentro de esta breve historiografía tenemos a la visión del que, después de Galileo Galilei, es considerado como otro de los fundadores de la ciencia moderna, en ello, Nicolas Copérnico, al cual también aunaremos el legado de Johannes Kepler. Así recordamos que en estos precursores de la física (que también lo fueron de la astronomía) hay una estrecha relación entre la idea de belleza y de verdad, es decir, lo verdadero es tal porque es bello, porque tiene una armonía intrínseca, en ese sentido acota Copérnico en una cita en alusión al trabajo de los pitagóricos sobre el sistema heliocéntrico, en su obra De las Revoluciones de los Cuerpos Celestes:
«A mí me parece que no hicieron esto, como juzgan algunos, por un cierto recelo a comunicar sus doctrinas, sino para que asuntos tan bellos, investigados con mucho estudio por los grandes hombres, no fueran despreciados por quienes les da pereza el dedicar algún trabajo a las letras» (Copérnico, 1543).
Por otro lado, Kepler acotaría en su Mysterium cosmographicum (1596):
«El mismo Dios era demasiado bondadoso como para permanecer ocioso, y empezó a jugar a las firmas, firmando su imagen en el mundo; por tanto, me arriesgo a pensar que toda la naturaleza y el cielo elegante están simbolizados en el arte de la geometría». En ese mismo sentido en su Harmonices Mundi (1619) diría: «Los movimientos celestes son tan sólo una inacabable canción para varias voces (percibida por el intelecto, no por el oído); una música que, con discordantes tensiones, con síncopas y cadencias [...] avanza hacia un final ideado de antemano»
Y así podríamos continuar con un sinfín de referencias y alusiones a la belleza de la realidad fenoménica o naturaleza, la cual es común a todos los padres de la física clásica (Sorel Gil, 2018: 67), y que ciertamente ha continuado hasta la contemporaneidad, en ejemplos y anécdotas como las de Hermann Bondi sobre Einstein (1969) en torno a la fealdad de las ecuaciones, en obras como las de Frank Wilczek (2015) intitulada El Mundo como Obra de Arte, y trabajos como los de George Ellis (2006) sobre los aspectos estéticos de la cosmología.
Esta idea de belleza se plasma en dos terrenos, como (i) belleza de la naturaleza per se, y como (ii) belleza de las ecuaciones y los modelos físicos. Pero: ¿Qué entiende un físico por belleza? Pues parece que la belleza en la física se corresponde con la belleza matemática, y esta belleza matemática, guarda relación con la unidad de cosas que antes no se concebían relacionadas, y como estas a través de un proceso de pensamiento, aparecen de un momento a otro, armónicamente vinculadas, cobrando un sentido antes insospechado:
«El descubrimiento de grandes unificaciones racionales de cosas que parecían desconectadas es una de las fuentes más claras de lo que podríamos denominar “belleza intelectual”» (Sorel Gil, 2018: 71). Al respecto:
«En el caso de la fórmula de Euler, encontramos cinco números que hemos llegado a conocer de manera independiente, y en el curso del desarrollo de partes diferentes de la matemática: el número 1 se conoce desde que el hombre comenzara a contar reflexivamente, y es el elemento neutro de las multiplicaciones y divisiones; el número 0 tiene una historia más reciente –fue mucho más difícil de concebir–, procede de la India, y es el elemento neutro de la suma y la resta; el número π es la razón entre una circunferencia y su diámetro; el número i es la unidad imaginaria, y procede de la teoría de los números complejos; el número e es la base de los logaritmos neperianos. En principio, cada uno de estos números tiene una historia independiente, y han surgido en teorías independientes. Parece, de entrada, que no guardaran ninguna relación unos con otros... hasta que Euler demostró que todos ellos, y sólo ellos, concurren en la relación tan sencilla que expresa su fórmula. Por eso, cuando los matemáticos se refieren a esta fórmula, afirman que se trata de una de las ecuaciones más bellas que existen. Y no ocultan su asombro, y muchos de ellos tampoco ocultan la sospecha de que el hallazgo de Euler debe ser entendido como el desvelamiento de un rasgo profundo de la realidad» (Sorel Gil, 2018: Ibidem).
En ese sentido, una de las primeras ideas estéticas que es trasversal a toda la física, es la idea de simplicidad. Son bellas las descripciones que nos muestran de forman sencilla la dinámica del mundo físico. Newton precisaba al respecto en sus Principia Mathematica (1687):
«No debemos para las cosas naturales admitir más causas que las verdaderas y suficientes para explicar sus fenómenos. Dicen sobre ello los filósofos: La Naturaleza no hace nada en vano, y es vano mucho cuando basta con poco. Pues la Naturaleza es simple, y no se complace en causas superfluas para las cosas (Regla I)»
Asimismo, se concibió que una forma de alcanzar esa sencillez era a través de la simetría, que se configura como la segunda idea neurálgica de estética en la física. Y no solo son simétricas las formas físicas (un copo de nieve, un virus, plantas, minerales, etc.), sino también las ecuaciones de una teoría física. ¿En qué sentido? En que el nivel de simetría estará determinado «en función de las operaciones que podamos realizar en ellas sin que se altere nada» (Sorel Gil, 2018: 73).
Pudiendo de esta manera resumir el principal criterio estético de la física, en «la simplicidad de la naturaleza expresada en simetrías» (Sorel Gil, 2018: 74). Criterio que a la fecha sigue siendo el punto de referencia para la elaboración de nuevas teorías físicas.
Sin embargo, estos criterios estéticos no están lejos de generar problemáticas, como bien señala Sorel Gil (2018) en un ensayo con el mismo intitulado que la presente, en tanto si estos criterios estéticos se llegan a configuran como los únicos disponibles, pueden devenir en una reductio ab symmetriarum o en una reductio ab simplicitas, es decir que, algo por más simple o simétrico que sea, no quiere decir que no esté exento de errores, p.e. la derivación de las distancias entre los planetas a partir de los cinco solidos platónicos propuesta por Kepler, una idea que derivó en un modelo a escala ciertamente hermoso y armónico, el Misterium Cosmographicum (1596), pero que luego fue reemplazado por otras aproximaciones del propio Kepler, que descartaron las orbitas perfectamente circulares por orbitas elípticas que darían lugar a su Astronomía Nova (1609) y a sus tres leyes sobre la órbita planetaria, donde en su primera ley ya sentenciaría: «Todos los planetas se desplazan alrededor del Sol describiendo órbitas elípticas. El Sol se encuentra en uno de los focos de la elipse». O también lo que puede generar el estancamiento entero de investigaciones por la ansiada búsqueda de simplicidad y simetría como p.e los trabajos en el programa de las “supercuerdas”:
«…conviene no olvidar que son ya varias décadas de investigación las que ha consumido la línea de trabajo de las supercuerdas, con cientos de tesis doctorales y miles de artículos especializados, sin que se haya llegado aún a formular ni tan siquiera una sola predicción concreta y precisa, que pueda ser puesta a prueba por la experiencia» (Sorel Gil, 2018: 78).
Es cierto que la simetría como idea que plasma la simplicidad y la belleza de la naturaleza ha contribuido (desde Copérnico hasta Weinberg, como afirma Sorel Gil) y seguirá contribuyendo grandemente al avance de la física como ciencia, sin embargo, y tal como se mencionaba, lo negativo no está en la idea de simetría por si sola, sino en que hagamos de ella el único criterio estético posible para la guía de la investigación científica en física en detrimento de otros criterios (como p.e la unicidad diferenciante entre entes físicos y no solo la simetría homogenizante de François Cheng o la elegancia como unidad entre un orden ideal y una ligera desviación de Kuki Shuzo).
Como colofón diremos que, para nosotros, la dinamicidad dialéctica entre orden y caos, simetría y asimetría, simplicidad y complejidad, armonía y desproporción, belleza y fealdad, es lo que brinda su absorbente, hipnótica y maravillosa estética particular al Universo o Mundus adspectabilis.
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 209 del 08.03.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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