¿Qué es la libertad? ¿Qué es el libre albedrío? ¿Cuál es la postura de las ciencias exactas en torno a la libertad? ¿Cuál es la postura de la filosofía al respecto? ¿Estamos condenados a ser libres bajo la sentencia inefable del existencialismo sartriano? o ¿La libertad es una mera ilusión y somos esclavos de nuestras pasiones y procesos bioquímicos internos que suceden mucho antes de que pudiésemos decir que realmente decidimos por algo? Contrastaremos en la presente, la visión de las humanidades con las ciencias exactas, solo para concluir que son el complemento ideal para la perfectibilidad del conocimiento humano y sobre todo, para su funcionalidad. Comencemos pues con nuestro marco teórico correspondiente y con la definición de las categorías inherentes al tema que nos convoca, para ello primero partiremos de la visión filosófica, pasando por la visión científica, y concluyendo con nuestras atingencias al respecto.
La visión filosófica, de una manera sucinta, sobre la libertad, desde la Grecia clásica, pasando por el Renacimiento, la Edad Media, la Ilustración, hasta nuestros días, se ha nutrido de varias elucubraciones, dentro de ellas podemos recordar las visiones que tenían San Agustín, Kant, Kierkegaard y Sartre sobre la libertad y la diferenciación que cada uno hacia respecto de esta con el libre albedrío.
Para San Agustín había una diferencia entre la voluntas (libre albedrío) y la libertas. La primera, nos decía, es el movimiento espontaneo sin coacción, mientras que la libertas o libertad real, se perdió a causa del pecado original, y solo se podía recuperar por vía de la gracia divina, en tanto la libertad es la acción dirigida al correcto actuar, mientras que la voluntas es la dirigida al pecado. Para San Agustín como vemos, el libre albedrío es la voluntad destinada al mal accionar, porque te da la posibilidad de escoger por el pecado, mientras que la libertad es la acción destinada al correcto actuar, en tanto solo estaría dirigido a procurar el bien del hombre.
En contraste con estos planteamientos, Kant sostenía que el libre albedrío o arbitrium liberum, es la naturaleza básica del hombre que lo diferencia de los animales y por ende de su arbitrium brutum (arbitrio animal) que solo responde a la sensitividad. La diferencia reside en que el hombre también es un ser sensitivo, pero su arbitrio también puede ser liberum (libre), en tanto el hombre puede apartarse de sus impulsos sensibles, es decir, puede escoger entre lo pasional y lo racional, siendo que solo los seres racionales son libres, y que la libertad no es más que autonomía de la voluntad. Queda entonces claro que para Kant el libre albedrío es la base de la libertad, en tanto implica un albedrío que escoge lo racional y se aparta del movimiento mecánico de los animales y se funda en la independencia del mundo sensitivo.
Soren Kierkegaard, por su parte, entiende a la Libertad en dos aristas, libertad como Friheden (libertad per se), es decir como voluntad destinada a un fin, y libertad como Frie wille (libre albedrío), mera capacidad de elección. Finalmente, Sartre, desde su postura existencialista, nos define a la libertad como algo que es inherente al hombre, en su famosa frase, «el hombre está condenado a ser libre», se resume la postura de que este no es que tenga o no libertad como propiedad o característica, el hombre, en sí mismo, es libertad. Para Sartre, la libertad se traduce en libre albedrío, la autonomía del ejercicio del pensar.
Como se pudo ver, algunos filósofos diferencian libre albedrío con libertad, o figuran su relación de género-especie, o bajo un enfoque teleológico o simplemente como conceptos análogos, sin perjuicio de ello, nosotros diremos que la libertad, refrendando a Kierkegaard y profundizando un poco más su propuesta, implica la dirección de la voluntad a un fin concreto (es decir, a un propósito, a una meta, que implica una variada toma de decisiones sobre varios objetos, sujetos y hechos), mientras que el libre albedrío es la mera capacidad de elegir entre objetos, sujetos, y hechos, y ambas, como tales, implican facetas de la libertad, como Friheden (que nosotros entendemos como el ejercicio de un estadio superior o elevado de la libertad) y Frie Wille (que nosotros entendemos por el ejercicio de un estadio primario de la libertad).
Ahora la pregunta es: ¿Qué dice la ciencia a todo esto? La ciencia como sabemos se sustenta bajo la relación causa-efecto o el llamado principio de causalidad, que queda a su vez subsumido en el criterio más amplio del principio de determinación, en base a ello, «la realidad no es un agregado caótico de sucesos aislados, incondicionados, arbitrarios, que saltan aquí y allá sin conexión alguna con ninguna otra cosa; expresa que los sucesos se producen y condicionan en formas definidas, aunque no necesariamente de manera causal, y que la cosas, sus propiedades y los cambios de las propiedades revelan pautas intrínsecas precisas (leyes objetivas) que son invariantes en ciertos aspectos» (Bunge, 1978, 266-365). Siendo así que, para la ciencia, en términos generales, la libertad y el libre albedrio son meras pareidolias de lo que entendemos por ellas (una mera ilusión creada por nuestro sistema nervioso), en tanto el ser humano estaría determinado por procesos bioquímicos internos que constriñen su actuar, en ese sentido, una de las cortezas asociativas multimodales prefrontal y parietal, en efecto, presentan una activación previa de hasta 10 segundos antes que las decisiones sean conscientes (Giménez Amaya, 2009).
El libre albedrío y la libertad, por ahora, están en un arduo proceso de cientifización, siendo así que no tenemos un libre albedrío o una libertad justificadas científicamente, es decir, plenamente explicadas por las neurociencias, sin embargo, hay posturas encontradas en la misma ciencia en torno a ello, en tanto hay científicos que sostienen un determinismo genético (Murray y Herrnstein), es decir, la relación directa entre determinados genes y el comportamiento, así como otros que alegan que las investigaciones aún no son lo suficientemente concluyentes como para afirmar ello, y que aún no se ha podido encontrar un nexo entre determinadas conductas y/o particularidades y la información genética hereditaria. Por lo que el desarrollo en un ambiente determinado puede desencadenar una predisposición genética, pero ello no implica pre programación (Moreno Muñoz, 1995).
Somos de este último parecer, así como del enfoque de que si pudiéramos reducir nuestro libre albedrio y nuestra libertad, y sus múltiples experiencias vivenciales a una simple relación entre una operación mental y su base neural, de ser así, hace largo tiempo la emoción humana se habría podido digitalizar, por lo que queda en evidencia que no es tan sencillo reducir la experiencia humana a meras funciones biológicas sin caer en un claro reduccionismo neurobiologicista, por lo que las actuales investigaciones sobre neurobiología de la libertad son conscientes que se necesita un modelo más amplio para la explicación cabal de este fenómeno. Al respecto:
«…aunque el ejercicio de la libertad humana precisa del adecuado funcionamiento de nuestra constitución cerebral, esto no excluye el componente de inmaterialidad que supone conocer y decidir …los datos neurocientíficos de que disponemos muestran que, aunque la configuración de nuestro sistema nervioso es un requisito para el ejercicio de la libertad, la explicación última de ésta escapa a los métodos de la Neurociencia contemporánea. Se abre así una puerta amplia para la cooperación entre la Neurociencia y la Filosofía y, con ella, la posibilidad de abordar conjuntamente esta gran cuestión que afecta a las dos disciplinas…» (Giménez Amaya, 2009).
Sin perjuicio de ello, y de que a la fecha hay un proceso inacabado de homologación entre las definiciones que la filosofía tiene sobre el libre albedrío y la libertad, con los hallazgos científicos (es decir, el hecho de poder contrastar de qué si poseemos o no una capacidad de elegir, que luego podemos transformar o no en una voluntad dirigida a algo en concreto, todo ello sin predeterminación alguna condicional), ello no hace que estos conceptos sean ilusorios, sino todo lo contrario, son categorías establecidas por el hombre en base a algo muy concreto, la praxis humana, para configurar nuestro orden social. Aquí el punto de conexión y complemento entre humanidades y ciencias exactas es pleno. Que algo no sea susceptible de contrastabilidad empírica, no lo hace por ello menos científico, y tampoco lo hace menos funcional. La libertad y el libre albedrío son conceptos que se encuentran a un nivel de lógica dialéctica, en tanto fluyen de nuestra cotidianidad, puesto que para todos los efectos reconocemos inequívocamente a las personas como sujetos con libertad y capacidad de decidir a un nivel ontológico (con los matices de la progresividad del entendimiento de la idea de libertad en la historia humana), porque se desprende de nuestra misma convivencia social, pero no son conceptos verificables en laboratorio (al menos por ahora), lo cual no les resta su racionalidad y objetividad, ya que la ciencia no se limita a lo experimental (Bunge, 2009).
Similar a los conceptos de libertad y libre albedrío se encuentra el de igualdad. Los seres humanos no somos iguales, de acuerdo con la genética de la conducta (a un nivel biológico), pero ordenamos nuestra sociedad y nos tratamos (con los matices del caso) como iguales de facto y de iure (a un nivel ontológico). En tanto la ciencia jurídica es consciente que somos iguales en nuestra desigualdad (Ver nuestro ensayo intitulado, Ser Humano: igualdad en la desigualdad). Así también podemos afirmar de manera contingente que, no siendo aparentemente libres a un nivel neurobiológico, lo somos a un nivel ontológico, es decir que, siendo esclavos de nuestra pasión, somos libres por nuestra fe y nuestra razón. Por ello lo qué es Ser Humano, no puede explicarse en términos de lógica formal, ya lo habíamos dicho antes, sino en términos de lógica dialéctica. El lector ya se podrá dar cuenta que una ciencia sin humanidades es totalmente disfuncional.
Referencias bibliográficas
GARDEAZÁBAL, Carlos. (1999). «Libre Albedrío y Libertas en San Agustín». En: Revista Saga, No. 1.
KANT, Immanuel. (1785). «Fundamentación a una Metafísica de las Costumbres». En: Obras Completas. Editorial Gredos. Estudio Introductorio de Maximiliano Hernandez.
FERNANDO SELLES, Juan. (2012). «La Libertad según Soren Kierkegaard». En: Revista Intus-Legere Filosofía, Vol.6, No.1, pp.21-33.
YEPEZ MUÑOZ, Wilfer. (2015). «Integración de la Libertad: perspectiva ontológica de la libertad a partir de el Ser y la Nada de Sartre». En: Revista Eidos, pp. 253-281.
MURRAY, Charles, HERRNSTEIN, Richard J. (1994). «The Bell Curve».
MORENO MUÑOZ, Miguel. (1995). «La determinación genética del comportamiento humano. Una revisión crítica desde la filosofía y la genética de la conducta». En: Gazeta de Antropología, No. 11, articulo 06.
GOULD, S.J. (2010). «Desde Darwin: Reflexiones sobre historia natural». Madrid, Hermann Blume.
LEWONTIN, R.C. (1987). «The irrelevance of heritability». Sciencie for the People, 6. pp. 23-32.
MEDAWAR, P. (1982). «Pluto’s republic». Oxford, Oxford Univ. Press.
BUNGE, Mario. (2009). «La Ciencia. Su Método y su Filosofía». 2a ed. Buenos Aires. Editorial De Bolsillo.
BUNGE, Mario. (1978). «La causalidad. El principio de causalidad en la ciencia moderna». Enciclopedia Herder. En: https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Recurso:Bunge:_el_determinismo_en_la_ciencia_moderna
GIMENEZ AMAYA, José Manuel. (2009). «Neurociencia y libertad: una aproximación interdisciplinar». https://www.bioeticaweb.com/neurociencia-y-libertad-una-aproximaciasn-interdisciplinar/
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 87 del 14.01.2019». Diario La Verdad.
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