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Foto del escritorIsrael Lira

Materialismo Lovecraftiano

Actualizado: 24 jul 2022



«La humanidad desaparecerá. Otras especies aparecerán y desaparecerán una tras otra. El cielo se volverá gélido y vacío, penetrado por la enfermiza luz de las estrellas moribundas. Que también desaparecerán. Todo desaparecerá. Y lo que hacen los seres humanos es tan falto de sentido como el libre movimiento de las partículas elementales. ¿Bien, mal, moralidad, sentimientos? Pura ficción victoriana. Solo existe el egotismo» (Lovecraft en Houellebecq, 2006).

Esta cita lovecraftiana, resume de forma breve una particular forma de filosofía que impregnará toda la justificación estructural de su obra y legado, en clara alusión a lo que luego se conocerá como el cosmicismo. Para esta filosofía literaria, si hay una verdad inmutable, impertérrita, infranqueable e innegable, esa es la verdad de nuestra inefable e inevitable destrucción, vinculando ello al universo infinito de posibles formas en que esto puede realizarse.

A diferencia de los relatos de horror de principios del Siglo XX, anteriores al genio lovecraftiano, que se caracterizaban por tomar como punto de partida historias de fantasmas y aparecidos, en donde la experiencia vivencial humana es parte del origen de dichas narrativas. En Lovecraft entramos al campo de la nimiedad humana, en donde poco importa lo que haga o no haga el sujeto, ya que puede ser escogido como mensajero y en algunos casos como recipiente de la voluntad de seres que, se conciben primero ajenos, en tanto partes de un plano no aprehensible a la cognición humana (pero no irreales, es decir, que están fuera del umbral de percepción humana pero que no por ello no puedan ser percibidos a través de otros medios), para pasar luego a lo onírico, y finalmente presentarse en toda su espantosa efigie sin que se pueda hacer nada para remediar la invocación, que puede ser hasta inconsciente. Mirar un símbolo, recitar las palabras de un libro solo por curiosidad, pueden desencadenar una espiral de eventos que afecten a un pobre desdichado que estuvo en un mal momento y en un mal lugar por mera casualidad, o como consecuencia de la siempre gatuna curiosidad que nos remite a entrar en contacto con lo oculto; o tal vez solo basta hacer algo tan sencillo como mirar un cristal para ya verse atrapado en un destino terrible, capturado por el terrible Nyarlathotep, como en el relato «El Morador de las Tinieblas» publicado en 1935. Es decir, con Lovecraft la literatura de su género transita del horror etérico al horror empírico.

A Lovecraft no le interesa describir psicosis, sino realidades repugnantes, dice Houellebecq (2006), por ello que el destino terrible de sus personajes, son «...transmutaciones físicas horrorosas, o bien por medio de la pérdida de la cordura, o bien a través de muertes salvajes y horrendas» (Roganovich, 2018:30).

Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), fue un escritor norteamericano, uno de los más importantes representantes del género de terror en la literatura. Roganovich (2018) lo describe como el joven de Providence, Rhode Island, que fue solitario, ateo y antisemita toda su vida.

Este ateísmo, que mantuvo hasta el final de sus días, imprimió ciertamente un influjo poderoso en la obra de Lovecraft, ya que contrario a la visión escatológica (parte de la teología que estudia el destino final del hombre y el universo) de otras narrativas en donde la categoría de Verdad se relaciona a la Salvación, en Lovecraft, no hay otro final que la destrucción definitiva del género humano, de una forma u otra:

«La literatura lovecraftiana inaugura un espacio incómodo: uno que se constituye como la negación de la promesa de redención divina, como la negación de la presencia efectiva y operativa de la fuerza originaria que atraviesa al hombre, determinándolo en su práctica. La literatura lovecraftiana abre, decimos, un espacio incómodo en tanto inicia, al menos en clave narrativa, la vastedad insondable de un cosmos que no se ha conformado como tal con arreglo al proceso que habría de desembocar de forma eventual en la génesis del hombre» (Roganovich, 2018:30).

Lovecraft pareciera estar muy en línea con la afirmación que luego precisaría Carl Sagan, de que: «El universo no parece ni benigno ni hostil, simplemente indiferente a las preocupaciones de criaturas tan insignificantes como nosotros» (Cosmos, 1980). Es por ello que, independientemente del hombre, Lovecraft juega con la inmensidad y la antigüedad del cosmos, y por eso es que su mitología es materialista, hace alusión a realidades fisicalistas extra-terrenas que son corpóreas pero que llegan al hombre a través de relatos que se pierden en el tiempo.

Si antes del comienzo del hombre no hubo ni Dios ni nada, entonces: ¿Qué hubo? La respuesta desde la tesis materialista por excelencia, desde Epicuro, Lucrecio, Demócrito, Spinoza, Marx y Engels (entre tantos otros) hasta nuestros días, siempre ha sido en esencia la misma: Hubo materia, como la hay hasta el día de hoy. Siendo esta materia los átomos que, en número infinito, y en constante interacción, forman los componentes sensibles y todo lo conocido, y también lo aun no conocido por el hombre pero que existe y espera ser descubierto, en ello, realidades fantásticas, y en lo que atañe a Lovecraft, monstruosas. Monstruosidades que el hombre proyectó como demonios. Y cuando se trataba de seres benéficos, como entidades creadoras. Conocimientos que en un inicio se vieron resguardados en las diversas logias y sectas ocultistas y que pasaron luego a formar parte del conocimiento científico contrastado (p.e de la alquimia a la química), una vez desembarazados de su aura mistérica. Esto, en Lovecraft, también es parte de su insumo literario, como aquella parte de ese conocimiento oculto que aún no se ha objetivado en la ciencia, como p.e la Iglesia de la Sabiduría de las Estrellas, guardianes de un cristal trapezoidal de propiedades particulares, utilizado para invocar al Morador de las Tinieblas, un avatar de Nyarlathotep, y que fuera fundada en 1844 por el profesor arqueólogo y ocultista Enoch Bowen.

Como colofón, viene bien en recordar que el filme cinematográfico Prometheus de Ridley Scott, es básicamente la adaptación del relato intitulado «Las Montañas de la Locura» de Lovecraft, publicado en 1931. En este relato un grupo de geólogos en una expedición a la Antártida encuentra señales de que una antigua civilización habría tenido conocimientos sobre el real origen de la humanidad, lo que en Prometheus se maneja a través de la figura de los «ingenieros», los seres extra-terrenos que crearon a los seres humanos. Esta es pues la esencia de una mitología materialista, de un materialismo cosmológico radical, del que Lovecraft fue su padre fundador.


Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 185 del 18.09.2020». Diario La Verdad. Lima, Perú.

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