Al lector no familiarizado con la categoría de nacionalismo más que en su sentido espurio como aislacionismo exagerado, proteccionismo desmedido, segregacionismo, chauvinismo y xenofobia, el título de la presente le puede parecer un oxímoron insolente. Sin embargo, reducir el fenómeno del nacionalismo solo a estas expresiones, que corresponden precisamente a formas extremadas y subjetivas, es un claro reduccionismo miope, que no toma en cuenta la multiformidad y la gran diversidad de manifestaciones del nacionalismo como hecho social, y dentro de estas sus formas objetivas, es decir, cívicas, institucionales y desarrollistas y que han sido centrales en los procesos de formación y evolución cultural política, social, económica y como veremos, científica, de comunidades humanas enteras. Al respecto:
«El discurso nacionalista que recorrió Europa y América en los siglos XVIII y XIX defendía la soberanía popular y tenía carácter claramente progresista (Kohn, 1962). Del mismo modo, los movimientos nacionalistas de África y Asia que perseguían su independencia de los viejos imperios, tenían también una dimensión liberadora. De lo anterior se deduce que si adoptamos una perspectiva histórica amplia, nos encontramos con que el nacionalismo ha estado vinculado tanto a ideologías progresistas como ultraconservadoras. Por ello, es una simplificación excesiva asociar este movimiento político a una ideología xenófoba, intolerante y autoritaria» (J.M.Sabucedo & C. Fernández, 1998:9).
Esta visión objetiva –de la revisión de autores como de los ya citados J.M.Sabucedo & C. Fernández (1998), así como de Francisco Contreras (2002) y Joaquín Fernandéz (2005)– nos permite sostener el argumento que, «el nacionalismo nos es otra cosa que la exaltación y/o reafirmación y/o reivindicación y/o salvaguarda –tanto esporádica (popular) como organizada (institucional)– de las categorías de Patria, Nación y Estado» (Lira, 2018). Esta exaltación puede darse bajo diversas formas y en distinta intensidad, siendo una de estas formas, las contribuciones científicas de muchos ciudadanos ilustres que pasan a formar parte del acervo académico nacional bajo la forma de «pioneros», y a la memoria colectiva de la comunidad político-cultural que es la nación bajo la forma de «héroes civiles», siendo esta la esencia del nacionalismo científico.
Por lo expuesto, es infranqueable el hecho que la historia del desarrollo científico humano ha estado ligada a las diversas comunidades nacionales de científicos a través del mundo, y que la ciencia por muy buen tiempo –con los matices del caso– no se estableció sobre las bases de la cooperación (que recién se consolidaría de la forma en que la conocemos ahora después de la desintegración de la URSS y la caída del muro de Berlín) sino de la competencia (p.e la 1er y 2da guerra mundial –con particular énfasis en la llamada «ciencia alemana»–; la carrera espacial entre EE.UU y la URSS –que propuso un reto a Wernher Von Braun y a Sergei Korolev–, etc) y el afán del pionerismo científico y tecnológico (p.e. Edison frente a Tesla, Hermanos Wright frente a Samuel Pierpont Langley, Edward Teller frente a Robert Oppenheimer, Alexander Graham Bell frente a Elisha Grey, Fred Hoyle frente a Georges Lemaitre, etc) que engrandeciera, precisamente, el prestigio de una nación en términos de desarrollo técnico y científico como parte de su propia identidad nacional, o lo que es lo mismo, qué es lo que la comunidad nacional de determinado país, y los científicos que son parte de ella, tienen que ofrecer al mundo como expresión de la dignidad de la nación y como contribución de esta última a toda la humanidad.
Por ello es que también, en este ámbito, no se concibe contradicción alguna entre el nacionalismo y el internacionalismo, ya que todo científico es consciente que, el trabajo de investigación que desemboca en un descubrimiento o en una invención, de una forma u otra, sea el científico patriota o no, impactara no solo en el prestigio de la propia comunidad científica nacional que lo haya efectuado sino también en los beneficios que esto traiga al desarrollo del país de ser el caso, siendo la trascendencia de estos descubrimientos e inventos a nivel internacional y su grado de importancia para el avance de la humanidad como conjunto una consecuencia de ello, y base del respeto y el honor en el desenvolvimiento del trabajo de millones de científicos en nuestra historia que tanto han contribuido al avance de sus propias naciones y por ende del mundo. Lo que nos recuerda la anécdota de Jonas Salk, virólogo estadounidense responsable del desarrollo de la vacuna contra la poliomielitis en 1955, y que nunca patento, para que fuera asequible al gran público. Como resultado de ello, se estima que perdió cerca de 7 billones de dólares. Siendo que cuando fue cuestionado por ello en una entrevista, respondió: «No hay patente ¿Podrías patentar el sol?».
En nuestra propia esfera y solo como un ejemplo concreto de lo mencionado, y como expresión del nacionalismo científico en nuestro país en referencia a los pioneros de importantes avances, tenemos como sublime ejemplo al trabajo de Daniel Alcides Carrión y su ímpetu por ganar una carrera en investigar las causas y orígenes de la viruela andina en el Perú.
Sin perjuicio de todo lo visto, y a pesar que esto es claro para nosotros, no lo es tanto así para otros, como Michel Riordan que en un artículo para Scientific American (31.01.2020), precisaba que los científicos deben ser estrictamente internacionalistas, así como rechazar toda forma de nacionalismo. Al respecto:
«…debemos defender firmemente el internacionalismo frente a los ardientes nacionalismos que ahora se apoderan del mundo. Es distinto del globalismo comercial y tecnológico que estimuló la reacción populista actual. Al hacerlo, los científicos pueden ayudar a que el mundo vuelva al orden racional basado en reglas que ha caracterizado las relaciones diplomáticas durante décadas».
Es claro que la visión que Riordan tiene respecto del nacionalismo es la espuria, y en tanto se refiere a esta, en efecto, no le falta razón en parte en ciertos puntos de su argumentación, en torno a que, para el perfeccionamiento del conocimiento científico es necesario el consenso entre científicos a nivel internacional, ya que precisamente esto es lo que brinda –en cierta forma– la predictibilidad y grado de certeza del conocimiento que se pretende científico, y que esto solo es posible a través de la cooperación, sin embargo, no menos cierto es que, nacionalismos extremos como el alemán, en sus tiempos, llegaron a grandes avances científicos sin la necesidad de la cooperación y en un ambiente de claro conflicto, lo mismo para el escenario de la posterior carrera especial y armamentística que enfrentó al nacionalismo norteamericano en contra del nacionalismo soviético en la Guerra Fría, por lo que la visión de Riordan termina en un sesgo cognitivo manifiesto, ya que la dinámica entre nacionalismo y ciencia tiene matices interesantes en la historia que ella no ha tomado en consideración (solo resaltando los aspectos negativos y las situaciones extremadas), cuando el tema nos exige un enfoque panorámico.
Sobre la relación entre nacionalismo, internacionalismo y ciencia el lector puede profundizar en los trabajos de Gábor Palló (2012), Elisabeth Crawford (2009) y Pratik Chakraborty (2000), autores de «Nacionalismo científico: una aproximación histórica a la naturaleza en la Hungría de finales del siglo XIX», «Primero la nación: ciencia nacional e internacional, 1880-1914» y «Ciencia, Nacionalismo y contestaciones coloniales: P.C Ray y su Historia de la Química Hindú», respectivamente.
Como colofón a la presente, diremos que en el Perú esto es precisamente lo que más nos hace falta, un nacionalismo científico de la mano de un firme impulso estatal (políticas públicas orientadas a la investigación y el desarrollo, siendo esta la receta de muchas naciones en la historia, y que ahora son potencias científicas en la arena internacional) y es que si nos vamos a los datos objetivos nuestra realidad es preocupante. En el 2017 se realizó el Primer Censo Nacional de Investigación y Desarrollo (I+D) elaborado por el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (CONCYTEC), en convenio con el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) y que fuera presentado en la sede de la Universidad del Pacífico. Dando como resultados que, el Perú solo gasta el 0.08% del Producto Bruto Interno en investigación y desarrollo, lo que revela un nivel de atraso increíble respecto de otros países de la región. Asimismo, el estudio señaló que el Perú solo cuenta con 1 investigador por cada 5000 personas respecto de la población económicamente activa, lo cual denota otro atraso: «Aquí el Perú se encuentra rezagado en comparación con los pares de la región. Por ejemplo, el número de investigadores por cada mil de la PEA en Brasil y en América Latina y el Caribe es más de 11 veces y más de 6 veces comparado con Perú».
Solo para darnos una idea en términos comparativos, Japón destina 66.3% a desarrollo tecnológico y 20.8 % a investigación aplicada. Estados Unidos 62 % a desarrollo tecnológico y 19% a investigación aplicada.
Estos datos prueban de forma inequívoca que existe una «estrecha relación entre la productividad de un país y el nivel de inversión que han desarrollado en ciencia, tecnología e innovación». Al respecto, la en ese entonces presidenta del Concytec Anmary Salazar precisó: «El camino para alcanzar el progreso y bienestar de los peruanos es convertir al Perú en una economía del conocimiento. Ese debe ser nuestro principal reto como país y es el propósito por el que cada día nos esforzamos en CONCYTEC».
Finalmente, agregamos a todo lo mencionado que, para materializar estos objetivos nacionales, somos firmes –algo que venimos formulando desde hace ya buen tiempo y los primeros en proponerlo para el Perú– en abogar por la imperativa necesidad de establecer un Ministerio que fusione el Instituto Peruano del Deporte, el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación y el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica, en una sola entidad estatal, bajo el nombre de Ministerio de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología. Esto no es nada nuevo en el ámbito de políticas estatales, precisamente el Japón efectuó aquella re-estructuración, y su Ministerio tiene precisamente aquel nombre, conocido en japonés como Monkashō y al que le debe el país su estatus de vanguardia en I+D. En tanto es innegable la relación entre todas estas aristas del desarrollo de la persona humana de las cuales el científico y tecnológico es la cumbre de una formación temprana, educativa y cultural que conjugado con una vida sana pueden desembocar en ciudadanos que aporten con su conocimiento al desarrollo científico y tecnológico de la nación y de todo el género humano. Quien quiera mejorar el mundo, primero deberá mejorar su nación.
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 193 del 02.11.2020». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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