La neuroteología es una rama relativamente nueva de las neurociencias que estudia las relaciones entre los conocimientos neurobiológicos y las creencias espirituales y las prácticas religiosas (Sanguineti, 2018), y por ende, la actividad cerebral que estas últimas (meditar, rezar, participar en un rito, etc) genera y que por ello puede ser materia de cotejo empírico, es decir, observables, medibles y analizables. Por esta conceptualización, es que algunas de las grandes preguntas que pretende responder la Neuroteología son algunas como las siguientes: ¿Es la fenomenología religiosa un hecho inherente a la condición mental humana como es innata la curiosidad en el cerebro de los niños? Entendiendo a la mente como epifenómeno de la actividad cerebral. Y si así es ¿Se puede reducir la experiencia religiosa a una mera tarea mental y por ello con un sustrato neural definido? Sanguineti (2018) en su ensayo «La relevancia de la neurociencia para el estudio de la religiosidad», nos precisa respecto a la última pregunta que, si así fuera, es decir, si pudiéramos reducir la actividad religiosa y sus múltiples experiencias vivenciales a una simple relación entre una operación mental y su base neural, pues esto no solo aplicaría para la experiencia religiosa, sino también política, artística, científica y matemática, las cuales se explicarían a su vez, a través de interpretaciones que guarden relaciones con estrictas funciones biológicas de carácter complejo y que por ende estarían sujetos al mismo tiempo a la hermenéutica neurobiológica en función a variables como adaptación, homeostasis y supervivencia.
Respecto a todo lo mencionado, ya sabemos que nos es tan sencillo reducir la experiencia humana a meras funciones biológicas sin caer en un claro reduccionismo biologicista, ya que, de ser así, hace largo tiempo la emoción humana se habría podido digitalizar. Al respecto:
«Esto es poco convincente. Un estudio biológico no permite decidir sobre problemas políticos, éticos, metafísicos, matemáticos, lo cual no significa que el cerebro no juegue ningún papel en quienes se dedican a esas actividades.
(…)
Las investigaciones neuroteológicas buscan correlaciones entre los estados mentales religiosos y sus bases neurales. Tales correlaciones no son unívocas. Esas mismas áreas, que presiden desde la perspectiva neurobiológica fenómenos cognitivos y emotivos, pueden correlacionarse con estados de la conciencia estéticos, metafísicos, amorosos, etc., muy distintos. No existen regiones cerebrales específicas para tareas como la filosofía, la ciencia, la amistad. Además, esas tareas pueden realizarse de muchos modos, con entusiasmo, con facilidad, en estado de fluidez, con un intenso ejercicio racional, o más bien emocional, etc» (Sanguineti, 2018: 3).
Así tenemos que, la Neuroteología va más allá de la mera correlación entre un estado mental y su base neural, que, si bien es el punto de partida, no necesariamente es el de llegada, por la misma razón de que una base neural puede ser la responsable de actos psíquicos semejantes (Sanguineti, 2018) y que por ello pueden ser susceptibles de confundirse sino tomarse por análogos, siendo que allí reside precisamente la enorme complejidad del cerebro humano. Y ahora otra pregunta importante, siendo así: ¿Cómo realiza la neuroteología sus estudios experimentales si la religión es una actividad tan cotidiana como lo pueden ser la política, el arte o la ciencia y que por ende su base neural responsable de actos psíquicos vinculados a estas puede confundirse? Es por esta razón que la neurociencia experimental se centra en los casos más susceptibles de generar actos psíquicos vinculados a la experiencia religiosa en el sentido estricto:
«Los estudios neuroteológicos experimentales se centraron preferentemente en situaciones extraordinarias, “místicas” (palabra que puede significar muchas cosas). En cierto modo esto es natural, porque un escaneo cerebral puede indicar activaciones diferenciales, útiles para la investigación, en el caso de situaciones extraordinarias (no patológicas) de la conciencia (ciertas formas de meditación, o la euforia extática en determinadas manifestaciones religiosas)» (Sanguineti, 2018: 5).
Esto con el objetivo de poder diferenciar las experiencias religiosas auténticas de las claras alteraciones de la conciencia y/o alucinaciones. Y aquí viene algo espinoso. Si se puede determinar una diferencia entre una experiencia religiosa auténtica y una falsa ¿Estamos ya de por si dando luces de la existencia real, fisicalista de la experiencia religiosa y por ende del valor de verdad de la divinidad en la vida humana? No necesariamente. Estaríamos enrumbados si, a mejor comprender la causa material de la experiencia religiosa con base en un correlato neural de variada multiplicidad y complejidad, que coadyuvaría –como ya lo está haciendo (Ver: Acosta, 2014, Universidad CEU San Pablo, Is Neurotheology Now the New Natural Theology?)– al reconocimiento empírico de la racionalidad y certeza de la experiencia religiosa, muy por el contrario de posturas irracionalistas de la religión que ven a esta última como un fenómeno ajeno a lo racional y sobre todo vinculado a patologías esquizoides (Dawkins, 2007; Harris, 2004).
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 234 del 20.08.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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