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Sobre el Concepto de Ciudadanía

  • Foto del escritor: Israel Lira
    Israel Lira
  • 28 feb 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 26 ago


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¿Qué es lo que hace que una persona, miembro de una comunidad política, obtenga el denominativo de ciudadano? ¿Es la mayoría de edad? ¿Es una adscripción al registro civil correspondiente? ¿Es el cumplimiento de su servicio militar? ¿Cuál es la diferencia entre un ciudadano y un civil?


En los sistemas políticos en general, basta la mayoría de edad para la obtención de la ciudadanía, como p.ej. conforme al Artículo 30º de la Constitución Política del Perú: «Son ciudadanos los peruanos mayores de dieciocho años. Para el ejercicio de la ciudadanía se requiere la inscripción electoral». Respecto al requisito de la mayoría de edad, dicha puede variar, de obtenerse a los 18 años o a los 21, como en los Estados Unidos. No es dificil ver que el concepto coloquial y legalista de ciudadano no traspasa la simple mayoría de edad y los beneficios procesales del ejercicio. Sin embargo, como se vera, más allá de los requisitos legales, hay requisitos metalegales que sustentan lo jurídico, y esos requisitos son de naturaleza ontopolítica. Requisitos que la posmodernidad ha relegado a un último orden, y que hoy se hace menester devolver a su justo sitial. Montesquieu en su «Espíritu de las Leyes» (1748) nos da algunos alcances sobre esto último: «CAPITULO II: Qué se entiende por virtud en el Estado político. La virtud en una República es sencillamente el amor a la República. No es un conjunto de conocimientos, sino un sentimiento que puede experimentar el último hombre del Estado tanto como el primero. (…) El amor a la patria conduce a la pureza de costumbres, y a la inversa, la pureza de costumbres lleva al amor a la patria» (Montesquieu, 1748: 60).


A todo lo anterior, sentencia Montesquieu: «…lo que llamo virtud en la República es el amor a la patria, es decir, el amor a la igualdad. No se trata de una virtud moral ni tampoco de una virtud cristiana, sino de una virtud política. En ese sentido se define como el resorte que pone en movimiento al Gobierno Republicano, del mismo modo que el honor es el resorte que mueve a la Monarquía. Así pues, he llamado virtud política al amor a la patria y a la igualdad» (Montesquieu, 1748:29).


Por lo expuesto, y de lo que se puede colegir de la lectura del ideario del Barón, es que no basta la mera formalidad, sino también el aspecto valorativo, axiológico, es decir que, la principal característica consustancial de la ciudadanía es la virtud política del amor a la república, del amor a la patria. Sin embargo, el amor a la patria, consideramos, no es contraria a las virtudes morales o cristianas, si contrastamos estos pensamientos enfocados bajo una narrativa liberal –con el pensamiento del mundo antiguo–, que no por ello pueden ser susceptibles de ser des-liberalizados como en efecto pueden serlo y sin mayor dificultad, ya que es de recordar que la gran mayoría de revolucionarios norteamericanos y franceses tenían una profunda admiración por las instituciones de la República romana y procuraron organizar sus modelos políticos y jurídicos en torno a esta base (cuya máxima expresión se plasmaría en el Código Napoleónico de 1804 que encuentra su herencia indirecta en el Corpus Iuris Civilis de Justiniano). En virtud de ello, en que sentido se responderían las siguientes preguntas: ¿Cómo es posible amar a la República? ¿Cómo es posible amar a la patria? Las únicas vías conocidas para ello serían a saber: (i) conocer la historia, la cultura, las tradiciones y costumbres de la patria; (ii) preocuparse por sus problemas; (iii) procurar resolverlos, en la medida de las posibilidades, o contribuir a ello. Esto es así por correlación directa con el pensamiento de la Edad Antigua (Roma en particular) y los comienzos de la Edad Media con la irrupción del cristianismo.


Respecto de los comienzos de la Edad Media, es de recordar el adagio agustiniano que nos dice: «No es posible, en verdad, amar una cosa sin conocerla» (La Trinidad, Libro X). A lo que nosotros agregaríamos, sin procurar su bienestar, ello implica el auténtico amor por algo o por alguien. Conforme a ello, la diferencia entre un ciudadano y un civil, sería técnica en realidad y vinculada a una evolución de la conciencia política y social del entorno. Por ello no se concibe que el civil sea mejor que el ciudadano, porque el requisito para ser ciudadano, precisamente, reside primero en el de la civilidad, en lo cívico, en el hecho de una preocupación por la seguridad y el bienestar de la familia, y que cuando esta preocupación se hace extensible al entorno donde esa familia de desarrolla, se torna por ello en preocupación por la patria y por la República, caracter propio del ciudadano. Porque el civil tornado en ciudadano, toma conciencia de que los problemas sociopolíticos y económicos, tarde o temprano van a llegar a la puerta de su propio hogar. Y en ese sentido, en tiempos de tribulaciones y de conflictos sociales, lo cierto es que la historia la hacen los ciudadanos, que no es otra cosa que civiles que han interiorizado que la seguridad y el bienestar de la República repercute directamente en el bienestar familiar.


Lo anterior empalma con la concepción romana de ciudadanía, p.ej. en Roma la ciudadanía romana, así como otorgaba el poder de participar en los comicios, votando las decisiones, y así como poder acceder a las magistraturas, exigía de los romanos las cargas y los deberes propios de ello, como anotarse en el censo, servir en las legiones, pagar los impuestos, ejercer la tutela, etc. (Di Pietro, 1999:91). Dicho sea de paso, y como hecho anecdótico, en Roma la condición para ser ciudadano, era primero ser persona, así es, en Roma no todos eran personas, algo que en la Edad Contemporánea lo tenemos por gratuito, en Roma estaba sujeto a condiciones, se tenia que ser un hombre libre y jefe de familia (pater familias), de lo contrario se era un simple homo (hombre).


En contraste con todo lo anterior, y volviendo a nuestro tiempo y espacio particular. En el Perú tenemos que un 68% de los peruanos dice no estar informados de política (Encuesta Gfk, 2017), aunado al hecho que, de acuerdo con una encuesta realizada en el 2016, el Perú se encuentra en el 4to lugar de países más ignorantes (Ipsos Mori, 2016). En resumen, desconocimiento sobre la realidad nacional y desinterés.


Derivado de lo mencionado, surgen otro pliego de preguntas: ¿Amamos a nuestra República? ¿Amamos a nuestra patria? ¿Somos todos ciudadanos realmente? O ¿Solo hay unos pocos? La respuesta se la dejamos al lector.


Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 207 del 01.03.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.

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