«Hemos recuperado la democracia y hemos recuperado la esperanza. Vamos a construir la unidad», sentenciaba el candidato por el MAS (Movimiento al Socialismo), y que fuera ex ministro de economía en el gobierno de Evo Morales, luego de ganar contundentemente las elecciones de dicha nación que se llevaron a cabo el 18 de octubre de 2020, con el 52,4% de los votos y relegando a sus contendientes a una irremediable derrota electoral. A lo que Evo Morales (refugiado en Argentina desde el 11 de diciembre de 2019) refrendó diciendo que se ha devuelto «la dignidad y la libertad al pueblo».
Como bien recordará el lector, los acontecimientos del 10 de noviembre del año pasado determinaron la salida forzosa de quien por cerca de 13 años fuera presidente de la nación boliviana, y que empalmó con una ola de protestas sociales en varias partes de nuestro continente contra la mayoría de los gobiernos neoliberales (pudiera así intuirse hasta cierto punto –la salida de Evo– como una especie de venganza del neoliberalismo por la pérdida de sus enclaves). Un balance muy rápido, antes de pasar al análisis propio de la victoria per se del MAS, y en torno a los eventos que generaron una breve pero fuerte desestabilización del régimen político boliviano, partiremos de la premisa que, si de algo se le puede culpar a Evo Morales –al momento en que esta desestabilización llego a su punto más álgido–, es de no haber institucionalizado su propuesta en un proyecto a largo plazo, su error fatídico fue no haber refrescado el recurso humano, a él mismo, generando el desgaste político. Porque en materia económica (bajo su Modelo Económico Social Comunitario Productivo), no se le puede reprochar nada o en realidad muy poco, y comparar a Bolivia con Venezuela (como en su momento lo hicieran aquellos que estaban a favor del cambio de régimen), era sino un despropósito que solo denotaba una grave y plena ignorancia que debía corregirse. Al respecto:
«¿En qué han consistido hasta ahora las evonomics? Básicamente, en la combinación de estatismo en las «áreas estratégicas» de la economía, como el gas y la electricidad; en una alianza con el sector privado a cargo de las grandes (agro) industrias nacionales, el comercio de gran escala y las finanzas; y en un «pacto de coexistencia pacífica» con la masa de pequeños emprendimientos artesanales y comerciales, que ocupa a más de 60% de la fuerza de trabajo, pero no cumple con las leyes laborales e impositivas del país. (…). Las diferencias con el manejo chavista de Venezuela son, como puede verse, enormes.
(…)
…prosperidad, gracias a las políticas nacionalistas del gobierno, una buena parte de la riqueza extraordinaria que el país obtuvo por la venta de gas a Brasil y Argentina, así como por las exportaciones de minerales –alrededor de 100.000 millones de dólares– quedó dentro de las fronteras. El «modelo boliviano» considera la existencia de dos sectores: uno «generador de excedentes», compuesto por las actividades petrolera, minera y eléctrica, y otro sector «generador de ingresos y empleos», conformado por las manufacturas, la actividad agropecuaria, la construcción, el turismo, etc. El modelo se basa en la toma del primer sector por parte del Estado, que así se convierte en el principal actor de la economía, y luego en la transferencia de los excedentes de este al segundo sector por la vía del gasto público y la redistribución económica, es decir, de la ampliación de la demanda. Se diferencia así de lo que ocurría en los años 90, bajo el neoliberalismo, cuando los excedentes salían de la economía nacional por fuga de capitales y por el pago de las utilidades de los inversionistas extranjeros.
(…)
En el periodo de aplicación de este modelo, se incrementaron el consumo y las actividades destinadas a satisfacerlo, así como el bienestar social» (Molina, 2019, Nueva Sociedad).
Mientras en Chile el desencadenante fue el tema económico y político (un desgaste de la gestión pública de la derecha neoliberal), y en Ecuador, el retroceso que significaba el neoliberalismo a las políticas sociales preestablecidas, en Bolivia el tema fue estrictamente político y cultural, un desgaste político de la izquierda por las continuas reelecciones y una vieja rencilla entre Santa Cruz (región más conservadora y liberal y de mayor influencia occidental) por aspiraciones regionales que se expandieron a varios sectores de interés bolivianos en lo que luego sería el Movimiento 21-F que se opuso a la candidatura de Evo en las elecciones del 2019.
Para los casos de Chile y Ecuador, pudimos presenciar a la Derecha acusando a la Izquierda y al Foro de São Paulo de estar detrás de todas las protestas, ante algo que residía realmente en el más que claro desgaste de las políticas neoliberales que ya no daban para más. De igual manera, y en su momento, ante la renuncia de Evo, vimos a la Izquierda acusando a la Derecha de Golpe de Estado y de una conflagración que tuvo el visto bueno de Washington. Respecto de esto último, y si algo de objetivo hubo en todas estas conjeturas, es que hoy se tiene que, en la historia de Iberoamérica, el apoyo norteamericano a contrarrevoluciones y otras formas de intervención militar directa o indirecta a la actualidad, está lejos de ser una narrativa ilusoria y es algo bien documentado (Informe RL30172 del Congreso de Estados Unidos).
Por otro lado, también en su momento se llegó a comparar a Putin que lleva cerca de 21 años en el poder sin ningún problema y por voto popular, con Evo, lo cual también fue una imprecisión, ya que estuvimos ante contextos distintos, en tanto en el primero hubo una reelección dentro de un marco constitucional preexistente, mientras que con Evo tuvimos un referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016, donde 51% de la población había rechazado el cambio a la Constitución que él propuso para facilitar su propia reelección.
En síntesis, Evo Morales fue un buen presidente y dejó una Bolivia con soberanía política y socio-económica, ejemplo que es digno de tener en cuenta, pero fue preso de sus propios errores en materia de gestión política, lo cual fue aprovechado por una oposición conservadora liberal que al final termino removiéndolo del poder, a él, más no a su modelo y aquí reside la razón principal de la victoria del MAS. Y es que el análisis objetivo e imparcial de los acontecimientos nos prueba que «el argumento de evitar que vuelva Morales no fue suficiente» tal como señala el analista boliviano Vigmar Vargas en una reciente entrevista a CNÑ (19.10.2020), a lo que aúna que «más allá del liderazgo de Morales, se permitió generar otros líderes que condujeran el proceso. La gente quería el mismo modelo, pero reconducido y en este caso va a serlo por Luis Arce», a lo que precisó que uno de los principales hechos sintomáticos de la pandemia ha sido la generación de una conciencia cívico-estatal en la población (la importancia del Estado en materias vinculadas a economía y salud pública), es decir, «una necesidad de que el Estado sea más fuerte», complementando con el hecho que «estos dos elementos –economía y salud pública– están en agenda hoy en todas partes y demandan un Estado fuerte. Las propuestas políticas que achiquen el Estado y busquen que el Estado solo sea regulador y la salud tenga un tinte más privado terminan con un rechazo del electorado». Concluyendo de forma preclara que: «El modelo más nacionalista sí genera en la población una adhesión. Indistintamente del país. Hoy en Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Perú la gente quiere salir de la crisis económica y quiere tener un mejor sistema de salud. El que le proponga tener al Estado como protagonista tiene una mejor llegada a la gente».
Fuente: LIRA, Israel. «Columna de Opinión No. 191 del 23.10.2020». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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